Capítulo 36: Leticia

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Lety

Cuando abrí los ojos no pude evitar el sentido de desorientación que se apoderó de mí. Me desperté en una cama desconocida, pero lejos de preocuparme, la sensación de por fin haber llegado a mi hogar opacó a las demás. Estaba en la cama de Fernando, su aroma envolviéndome por completo. Tal y como lo había prometido, pasamos una noche larga; a veces hablando, a veces disfrutando el uno del otro en formas placenteras que él me estaba enseñando a descubrir.

A mi alrededor todo era silencio, y el reloj que colgaba de la pared me decía que pasaba del medio día. Me di vuelta en la cama, pero estaba sola. En el lugar que él había ocupado toda la noche, estaba una nota en su letra perfecta avisándome que estaría en el gimnasio, y no tardaría en regresar a mi lado. Con delicadeza tomé la única rosa blanca que había acompañado la nota para olerla, sabiendo muy bien que provenía del florero que estaba sobre el comedor.

Fernando.

Don Fernando.

Unos días después de que me quitaran el yeso de la pierna, el me llevó a disfrutar del teatro, algo que gracias a él había descubierto que me encantaba. De regreso al pent-house, caminábamos de la mano mientras él me hablaba del último escándalo en su círculo social. Cerca de la entrada del edificio, estaba una señora vendiendo flores de colores preciosos. Arreglos grandes y pequeños, mesclas de flores silvestres y elegantes... toda una obra de arte. En una esquina casi olvidada, había un solo florero con una sola rosa blanca que comenzaba a marchitarse. Esa fue la flor que llamó mi atención. Me acerqué al puesto y Don Fernando sin soltar mi mano me siguió con interés. Tomé la flor entre mis dedos y la atraje a mi rostro disfrutando de su aroma. Por más maltratada que estuviera la rosa, su aroma seguía siendo el mismo y eso trajo una delicada lagrima a mis ojos...

La mostradora examinándonos con atención, seguramente midiendo más que nada a Fernando con su elegante traje y asumiendo que haría su mejor venta del día, tomó un hermoso y gigantesco arreglo con bastantes rosas blancas y se acercó a nosotros.

"Mire señorita, este arreglo es perfecto para usted. Tiene rosas..."

Sin dejarla terminar, Fernando sacudió su mano en el aire. "Nos llevamos la rosa."

"Señor, pero esa rosa esta casi marchita y seca. Es lo que sobró de estos arreglos. ¿No me diga que es ese el regalo que le quiere hacer a su novia? Se nota que usted..."

"Solo porque esa rosa ha soportado los maltratos a los que la han sometido manos descuidadas, no deja de ser una rosa que tiene mucho que ofrecer. Nos llevamos la rosa." Su tono autoritativo hizo volar a mi corazón de mi pecho y en ese momento supe que estaba irrevocablemente enamorada de él. El me veía por quien era. El entendía mis temores y se esforzaba diariamente por demostrarme que esos temores, a pesar de ser válidos, no tenían por qué definirme. Él me había enseñado que la opinión de los demás acerca de mí no tenía por qué pesar tanto cuando yo tenía mucho más que ofrecerle a él y al mundo entero.

Desde ese día, siempre que llegaba a casa, traía a veces una, a veces todas las rosas que la señora de ese puesto había decidido que no eran dignas de adornar sus preciosos arreglos.

Ese era el Fernando que había descubierto al vivir con él; del Fernando del que me enamoraba cada día más... el Fernando que me había enseñado a aceptarme por quien era y a valorarme tanto como me valoraba él.

Disfrutando de la paz y la felicidad que me llenaba al sentirme amada por él, salí de su cama amando como su aroma estaba impregnado en mi piel. Como toda la casa, su habitación era una representación más de su personalidad. Todo estaba extremadamente organizado. Los muebles que adornaban la habitación eran de un elegante tono negro que llenaban el amplio espacio. Al pie de la cama había una banca de cuero negro sobre la que seguramente nunca se había sentado. Sobre el buró estaba una única foto de el con Irmita en la que asumo fue su graduación universitaria, y al lado había una caja de madera solida que parecía un joyero. A pesar de estar segura de que contenía los elegantes relojes que tanto le encantaba coleccionar, la curiosidad me ganó y abrí la caja.

Ella y YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora