Malicia en un noble

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Malicia en un Noble


Era principios del siglo XVIII, y en aquella lejana tierra de Escocia vivía un hombre de alto abolengo, Severus Snape. Poseía grandes propiedades territoriales y podría decirse que no había humano más poderoso y rico en todo el norte del país, era dueño de infinidad de títulos nobiliarios que le ayudaban a incrementar el respeto que todo aquel que le conociera.


Vivía en un imponente castillo que perteneciera a su familia durante siglos con docenas de sirvientes a su alrededor dispuestos a rendirle pleitesía en todo momento.


Pero a pesar de toda su riqueza, lo único de que carecía era de familia. Sus padres murieron cuando él tenía veinte años justo después de comprometerlo en matrimonio con Lady Narcisa. Al verse en libertad, Severus Snape rompió la promesa de casarse, no le importaba lo que la gente dijera ni que su honor se viese afectado, lo único que le interesaba era tener el completo poder sobre su propia vida.


Y aunque lo que pasara con Lady Narcisa nunca le quitó el sueño, su eterno amigo, el Barón Lucius Malfoy salió a su rescate solicitándola enseguida para desposarla. De ese modo evitó un mayor escándalo, y sobre todo, la posibilidad de un duelo que lastimara al aún joven Conde.


Varios años habían pasado desde entonces, Severus Snape continuaba con una vida disipada que nadie se atrevía a cuestionarle y la disfrutaba sin ninguna clase de remordimiento.


Él y Lucius Malfoy continuaban siendo los mejores amigos, pasaban todo el tiempo juntos y su complicidad era indiscutible. El rubio pasaba más tiempo en casa de Severus que en la suya con el principal pretexto de los múltiples negocios que tenían en común, pero eran demasiado hábiles, siempre lograban salirse con la suya y conseguir incrementar fortunas en cuestión de minutos, así que el exceso de tiempo libre lo dedicaban a divertirse.


— ¿Se puede saber qué hacemos aquí, Severus? —cuestionó Lucius con aburrimiento, llevaban varios minutos en el balcón de los aposentos del Conde.


Severus sonrió malicioso extendiéndole un par de miralejos para que le acompañara a observar. Lucius los tomó sin demasiado interés, pero siguió los deseos de su amigo y después de colocárselos enfocó hacia donde el ilustre moreno le señalaba.


— Llevo días vigilándole. —le informó Severus—. No tengo idea de quién es pero sé dónde terminará.


Lucius bufó, por el aparato logró distinguir a un joven que araba con sus propias manos una parcela de tierra en una colina que se encontraba a poco más de una milla de distancia.


— Apenas si le distingo, y así, acuclillado sobre el sembradío ni siquiera sé si vale la pena que hayas malgastado tu tiempo.

— Oh, vale la pena, Lucius, te lo aseguro. —afirmó lujurioso—. Aún no he tenido oportunidad de acercarme pero cuando lo haga será para pasar un buen rato.

— No lo dudo. —respondió divertido—. Oye, pero espera... no está solo.


Severus respiró hondo mientras tomaba los binoculares. Vio a un chico más aproximarse hacia el que le interesaba.


— Ah, sí. —musitó despreocupado—. Ese pelirrojo siempre está cerca, pero no representa ningún peligro, en caso de que estorbe, pues lo echo de la aldea.

— Como acostumbras hacer. —estalló a carcajadas—. Bueno, ya basta de espiar a esos mozuelos, los invitados no tardan en llegar y necesito distraerme en algo interesante.

Demonios con corazón de azúcarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora