Festín y tormenta

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Festín y Tormenta


Harry caminó hasta lo alto de la colina donde podía ver el castillo. La habitación que suponía era del Conde estaba a oscuras, pero había luz en una contigua. Aprovechó la oscuridad de la noche que había caído para poder mirar sin peligro, no le gustaba nada lo que presentía.


Se decía que el Conde organizaba lujuriosas fiestas con todo tipo de cortesanas e invitaba a sus amigos a disfrutar de ellas. Cerró los ojos intentando no imaginar aquello, le asqueaba esa vida y le repugnaba todavía más saber que estaba intentando formar parte de ella.


"No" Negó para sí mismo. No seré uno más... yo te daré, Conde, lo que nadie más te ha dado, y me querrás en tu vida para siempre.


Olvidándose del Conde esa noche, Harry volvió sobre sus pasos, el calor de la tarde había pasado y un viento húmedo le revolvía el cabello. Miró hacia el cielo, no había estrellas pues grandes nubes de tormenta se aproximaban a gran velocidad.


— ¡Maldición! —gruñó enfurecido.


Se detuvo mirando su casa a lo lejos, era apenas una pequeña choza demasiado débil y maltrecha. Había tenido que vender la casa de los Weasley cuando necesitó dinero para conseguir pócimas que ayudaran a su curación, pero todo había sino en vano, ahora el dinero se había acabado y su único amigo también corría riesgo de morir si no hacía algo al respecto.


Las primeras gotas de lluvia empezaron a caer y Harry corrió hacia su morada, no había luz en ellas por lo que pensó que seguramente Ron se había quedado dormido después de la mala noticia recibida.


Todo parecía estar en su contra, ahora no solamente la salud del pelirrojo estaba quebrada, también su corazón, y eso tenía que ser mucho muy doloroso. Harry se prometió que nadie le haría sufrir nunca por amor.


Al llegar a su cabañita, Harry se apresuró a cerrar la puerta con la tranca de madera que le atravesaba, el viento soplaba con fuerza y tenía que proteger el interior de su casa. Buscó a tientas las velas, pero nuevamente odió su destino al notar que todas estaban derretidas, no había ni una más, y el frío empezaba a colarse por las rendijas entre las maderas.


— ¿Harry? —le llamó Ron desde un oscuro rincón.

— Sí, soy yo. Ron, olvidé comprar velas, lo siento.

— No te preocupes, no hacen falta... Ven, mejor vamos a dormir.

— Duerme tú. —le sugirió amablemente—. Aún no estoy cansado.


Ron no protestó y volvió a acomodarse para intentar dormir aunque sería muy difícil conseguirlo con todo el ruido que hacían los maderos crujiendo con el viento. Miró el viejo techo con temor a que se derrumbara... aunque quizá sería lo mejor.


No pasó mucho tiempo cuando escuchó ruidos extraños. Le costó mucho poder forzar a sus ojos penetrar la oscuridad pero finalmente pudo identificarlos y descubrió a Harry intentando tapar las hendiduras con paja.


Bajó los pies de la cama y notó que el piso empezaba a inundarse, hasta ese momento se percató de la gran cantidad de goteras que había, y además, el agua corría por debajo de la puerta hacia el interior de su precaria vivienda.


— Tenemos que salir de aquí, Harry. —le dijo temeroso de que la choza no resistiera, el vendaval cada vez se escuchaba más fuerte.

— No hay más a donde ir, regresa a la cama, ahí no caen goteras.

Demonios con corazón de azúcarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora