Capítulo 11

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Me desperté con el desagradable sonido de mi teléfono. Abrí mis ojos con pesadez y poco a poco fui acostumbrándome a la luz solar que entraba por la ventana. Extendí la mano y atendí la llamada con voz ronca.

― ¿Quién osa interrumpir mi maravilloso descanso?

―Ayer estabas desaparecida, estaba un poco preocupado―Dijo la voz que reconocí como Mario desde el otro lado de la línea.

―Desintoxicación digital, estuve todo el día leyendo y haciendo cosas sin importancia.

― ¿Te parece bien si quedamos sobre las cinco y media y damos una vuelta por ahí?

Mierda, pensé. Había quedado con Marcus para revisar los documentos de la casa. Tras meditarlo unos segundos decidí quedar con mi amigo. Tendría que fingir, mentir, esconder... y tener el valor para mirarlo a los ojos mientras lo hacía. A veces odiaba poder transformarme en otra persona para esconderme de la gente a mi alrededor. Me odiaba por haber bajado la guardia la noche del asesinato. Me odiaba internamente, sobre todo, por haber sido yo misma con aquel chico de ojos marrones, por darle permiso para que pudiera destrozarme. Tenía miedo de dejar entrar a alguien a mi fortaleza y que se convirtiera en el caballo de Troya. O de que me lo arrancaran de mis brazos, llevándolo lejos de mí, haciendo que desaparezca en un verdadero para siempre, dejándome vulnerable en lo que reconstruía mi muralla, vulnerable a todo aquel que quisiera dañarme. Pero es imposible cerrar una puerta cuando el enemigo tiene un pie dentro.

―De acuerdo―Terminé diciendo.

―Nos vemos―Habló y finalizó la llamada.

Tiré las sábanas a un lado mientras revisaba los mensajes y notificaciones de mi dispositivo. Cuando salí de la habitación percibí un extraño olor a tortitas. Bajé con desconfiada, descalza y con hambre. Vi a mis padres cocinando abrazados, demostrándose el amor que se tenían entre ellos. A veces envidiaba ese cariño, esa confianza y respeto mutuo que existía en su relación. Sabía que nunca encontraría algo así. Eso creía.

―Buenos días cariño―Dijo mi madre con una brillante sonrisa.

―Hemos preparado tu desayuno―Habló mi padre casi a la vez.

Me senté en la mesa después de agradecer y empecé a comer.

― ¿Y Anna? ―Pregunté tras unos minutos en los que mis padres me explicaban todo sobre los problemas en Milán.

―Su autobús se ha retrasado, llegará por la tarde―Contestó mi madre.

Asentí y con esto cerramos esa conversación y cambiamos de tema.

Ahí estaba yo, vestida con mi usual color rojo y saliendo de casa para verme con Mario. Iba andando hacia la casa cuando me fijé que, en medio del pueblo, alrededor de la estatua de la alcaldesa, se formaba un cúmulo de gente por lo que decidí correr a por Mario para enterarnos juntos de lo que pasara. Mis instintos dedujeron algo relacionado al "símbolo de la discordia".

Nos acercamos al bullicio y fuimos pasando a empujones hacia el centro. En ese momento supe que la imagen frente a mí nunca se borraría de mi cerebro. La estatua de la alcaldesa se vestía con el vestido de Alice Lombardi mientras que el cuerpo de la pequeña estaba sentado, desnudo y sin vida a los pies de dicho monumento. Tenía una muñeca en sus piernas y su cabello se trenzaba en dos trenzas, una a cada lado. En algún momento la sangre que cubría el cuerpo de la niña había emanado de múltiples cortes ubicados en cada centímetro de su ser. Algunas personas lloraban, otras hablaban con miedo... yo estaba en shock. Al final mi voz interna tenía razón. Mi mandíbula se abría y mis oídos, al contrario, se cerraron haciendo que solo escuchara un bullicio en el que sería imposible reconocer alguna voz.

Giré la cabeza, me encontré la mirada de Mario, fija ante aquel escenario para nada agradable, y la mirada de Marcus que palidecía mientras, con su mirada, hacía señas para que bajara la vista hasta un punto específico.

"A1-20:00-29/6. Te dije que el juego había iniciado S."

Con la firma del "símbolo de la discordia". Sabía que el mensaje era para mí. Al día siguiente me reuniría con las personas responsables de todo esto. Miré a Marcus y a su lado estaba un chico con rasgos parecidos a los de White, pero mucho más tatuado.

Mario me trajo de vuelta a la realidad y nos separamos del bullicio. Empezó a hablar, me mantuve firme, como si nada pasara, como si ver el cuerpo sin vida de una niña de cinco años no me afectara. Recordé que era la mejor amiga de mi hermana, la cual volvía esa tarde, la que se enteraría en poco tiempo del suceso.

Vinieron algunas amigas mías y algunos agentes de policía, los cuales evacuaron y investigaron la escena. De repente me sentí rodeada de todas las personas que estaban en el pueblo. Esa era mi sensación, en realidad todas mis amigas estaban preguntándome a cerca del suceso. Dándome el pésame y cuestionando todo lo que pasaría por la mente de mi hermana pequeña.

Me despedí de ellos y fui a mi casa. Marcus intentó hablar conmigo, pero lo aparté. Hablamos mañana White, fue lo que le dije.

Cuando abrí la puerta Anna se abalanzó sobre mi hecha un mar de lágrimas. Miré a mis padres, me dieron a entender que conocían la noticia. Se aferró a mi ser como si fuera la última vez que lo haría.

Pasé toda la noche consolándola junto a mis padres. Sentí mensajes llegar al móvil y, sin responderlos, lo apagué.

Fue la vez que más odié tener razón.

El bosque Rojo [Amazon Y Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora