A la mañana siguiente me desperté con dos pares de brazos rodeando mi cuerpo. A la derecha estaba Emma y a la izquierda Isabelle. Se preocuparon por mí, había desaparecido tras la explosión. Las últimas noticias que tuvieron de mí fueron que había llamado a los servicios de emergencia, y no supieron nada más hasta que volví a casa. Pero mis padres dijeron que lo mejor era dejarme descansar.
Me interrogaron con todas las posibles preguntas, y yo respondí a la mayoría de ellas. Pero no tenía muchas ganas de hablar.
Esa gente había eliminado los últimos recuerdos de Arianna. Desde aquel día muchas personas me habían dicho que ella nunca moriría del todo, que sus fotos y nuestros recuerdos nunca se irían, que siempre estaría junto a mí. Aunque en este momento, lo último que creo es en eso. El objeto con más fuerza y más poder había sido destruido por la secta que tiene una obsesión por mí.
No me identifico como religiosa, y eso es obvio, pero siempre he creído que tras la muerte hay algo. No sé el que, y espero no saberlo hasta que pasen muchos años, pero no le veo sentido a venir al mundo para nada. Una especie que se reproduce, pero muere. Sin objetivos. Algo no me cuadra.
Y eso hacía para mí el cementerio, más específicamente su tumba, en un lugar mágico. Eso hacía que sintiera que ella seguía aquí.
Se me hace imposible describir la carga emocional que esa explosión había generado en mí. Una mezcla de odio, rabia, venganza, tristeza, nostalgia... Un revoltijo de sentimientos que, en verdad, eran completamente indescriptibles.
Sabía que había sido muy impulsiva al irme a por ellos sola, sin plan, ofreciéndome como carnada. Y, aunque odie admitirlo, no podría escapar si ellos no hubieran aparecido.
Repasando los acontecimientos recordé el segundo beso. Creo que no es buena idea mezclar la adrenalina y mis sentimientos por Marcus.
Porque ya no tiene sentido seguir ocultándolos.
El enemigo había pasado de tener un pie a tener todo el cuerpo dentro de mi fortaleza, y era imposible negar nuestra conexión. Esa tensión que estaba clara a cada mirada que nos dábamos. Una relación sin definición en la que ninguno sabía que pasaría.
Las parisinas se habían ido hacía un buen rato y eran las cinco de la tarde cuando decidí quedar con el mencionado. Ya era hora de que le enseñase a disparar. Vino a mi casa y me despedí de mis padres. Cogí uno de los coches de dos plazas y empecé a conducir dirección a nuestro campo de tiro.
Era un lugar con paredes grises y un suelo de una tonalidad más clara. Al entrar podías ver todo tipo de armas, de fuego, cortas o largas, y blancas, como hachas, cuchillos, navajas... Incluso había un par de arcos y muchas flechas. Se veían varias puertas y algún pasillo que dirigía a otras salas, algunas de práctica y otras de almacén.
En un lateral había una puerta de madera que daba a un baño, dando pistas de la cantidad de tiempo que pasábamos allí, en el centro de la sala había una mesa, que usábamos para comer (más pistas) o para aprender a montar y desmontar las armas. En la pared de la derecha había un cristal, por el que se podía ver unos cinco espacios, separados por láminas para evitar que quienes usen ese lugar se molesten.
Pasamos por la puerta hacia donde íbamos a practicar tiro. Desde esa perspectiva, el cristal de antes se había transformado en un espejo, como en las salas de interrogatorio. En las paredes había múltiples armarios en los que había más ejemplares de las armas que se exponían en la sala anterior, aunque también estaban las gafas de tiro y los cascos de tiro junto con artículos de primeros auxilios y de protección por si pasara algún incidente.
Saqué una Glock 9mm y se la extendí. Él se fue hacia uno de los cubículos. Le acerqué las protecciones pertinentes y revisé que todo estuviese en su sitio.
—Dispara—Dije.
Él siguió mi orden y pronto vació el cargador. El blanco se acercó y pudimos observar que muchos de los tiros ni siquiera estaba allí y los que sí, se esparcían de manera irregular por los extremos del objetivo.
—Seguro que tu primera vez fue peor—Se excusó cuando vio mi sonrisa de lado.
—En verdad no tenía ni la mitad de tus años y di varios disparos en la cabeza y el pecho—Afirmé segura.
—Pura suerte—Aseguró con recelo.
— ¿Tú crees? —Pregunté retóricamente, con una ceja alzada y manteniendo la sonrisa.
Robé la pistola de sus manos y cogí un nuevo cargador y me aproximé a otro cubículo. Me coloqué recta, posicioné mis pies y, sin mucha concentración, empecé a disparar sin preocupación.
Cuando lo había vaciado, me quité las protecciones, dejé la Glock y pulsé el botón para atraer el objetivo. Llegó y se escuchó una exclamación de sorpresa del chico de la sala.
El blanco tenía un diseño de un corazón en el lugar donde estaría este y otro en la cabeza.
—Creía que eras buena, pero recuérdame no hacer nada que te moleste—Suspiró asombrado.
—Coge la pistola.
Siguió mi orden y la recargó, se fue al espacio y me acerqué por detrás.
—El problema es la posición, no mantienes la espalda recta—Puse una mano en su zona lumbar—No tienes el brazo estirado—Pasé otra mano por su codo—Y tienes el otro brazo mal posicionado—Acabé por abrazarlo por detrás mientras ponía su cuerpo en la posición correcta—Prueba ahora.
— ¿No se supone que el chico es quien hace esto en las películas románticas? —Habló con gracia, sin moverse.
Al momento comenzó a disparar hacia el objetivo. Cuando vino hacia aquí vimos que él acertara algún tiro más y que estos se encontraban más cerca de las zonas vitales.
Seguimos practicando el resto del día, le enseñé mis habilidades con el resto de las armas, de todas ellas. Y, aunque se sorprendió con la mayoría, la expresión más sorprendida fue con el arco.
Sobre las diez, decidimos volver a nuestras casas. Llegué, cené y me fui a la cama con una gran sonrisa.
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El bosque Rojo [Amazon Y Librerías]
Mystery / ThrillerRedWillow, aparentemente el típico pueblo que nadie conoce, que solo aparece en los mapas por casualidad, tan apartado de la sociedad que las leyendas y mitos fantasiosos son más frecuentes que la gente mayor yendo a misa un domingo; y otros mitos q...