Capítulo 22

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Ese maldito día llegó. El 10 de Julio. El día menos esperado del año.

Estos días no pasó nada interesante, salí con Mario y con las Robin, pero no vi a los White. Aquella tarde, tras el beso, nos quedamos un tiempo traduciendo la carta, pero se habían tenido que ir temprano y no pudimos acabarla. Lo que traducimos volvían a ser amenazas y más peticiones de que fuese con ellos. Pero preferí no verlos por esos días, entre el beso, Carlo y los acontecimientos del día diez, decidí que lo mejor era alejarme un tiempo.

Me levanté de la cama con los ánimos por los suelos, pero aun así sabía que tenía que arreglarme para llegar temprano. Mis padres habían llegado el día anterior, sabiendo el compromiso que ellos tenían. Me vestí con un traje simple, con pantalones de ese conjunto, camisa blanca, y chaqueta negra. Los zapatos eran tacones de plataforma color rojo y una corbata del mismo color. Me peiné con un moño alto formal. Mi maquillaje era de lo más simple, rímel, pintalabios y el eyeliner.

Faltaba una media hora para que el evento empezara y mi familia ya quería ir hacia allí, les dije que fueran ellos, que yo los alcanzaría en un rato. Entendieron que necesitaba un momento para mí, a solas.

Cuando se fueron me dirigí al garaje, pasé por el pasillo de los despachos, en el de mi padre volví a ver aquella foto. Contuve la lagrima que amenazaba con salir, pero necesitaba volver a verla. Estaba preciosa.

Volví a mi camino, quería abrir esa caja. Cundo llegué a ella, la cogí y la llevé a una mesa cercana. No quería llorar, lo había superado, pero la culpa siempre volvía ese día. La abrí y una ola de recuerdos me invadió.

Dentro de esta había fotos y objetos, cada cual hacía que me acordara más de ella. Arianna tenía la sonrisa más bonita que alguien podía desear, no era perfecta, tenía los dientes torcidos y los de adelante más grandes de lo común, pero aun así era preciosa.

Perdí la cuenta del tiempo que estuve recordando, pero cuando me di cuenta, pasaban diez minutos de las once. La hora acordada.

Cogí las gafas de sol, el bolso y salí de casa con prisa. Me acercaba y ya podía distinguir el aura melancólica de aquel lugar. La campana de la iglesia sonaba de fondo llamando a la gente para empezar la misa. En la puerta del edificio de piedra podía verse a todo el pueblo reunido, incluyendo a los White, que, al parecer, se habían enterado del acontecimiento. Cuando entré a la capilla todas las personas estaban sentadas y me observaron mientras caminaba con la cabeza alta en la alfombra roja que dividía la sala en dos largas filas de bancos. Me senté al lado de mi padre, quien me besó la cabeza.

El cura comenzó su discurso y yo desconecté, no era raro en mí. Todos en el pueblo sabían que cada vez que un ministro del señor abría la boca yo solo escuchaba una ristra de tonterías sobre salvación y vida eterna en las que no creía, cosa que hacía que los rumores de que tenía pactos con el diablo crecieran. Además, ese día odiaba más estar ahí. Arianna odiaba la iglesia.

Cuando acabó la ceremonia la gente fue saliendo mientras se amontonaban en grupos hablando sobre cualquier cosa. En el pueblo, una tradición antigua decía que la familia eran los que primero visitaban la tumba y luego personas que fueran importantes para el muerto. Luego de unos minutos a solas, todos los presentes se reunían otra vez para terminar el discurso.

Cuando sus padres se fueron, era mi turno de pasar unos minutos con la tumba. Siempre iba sola, mi familia prefería no venir, aunque ellos también fueran importantes para ella. Me posicioné frente a la cripta y observé el epitafio.

"Arianna Piazza

16 años

25/5/2001-10/7/2017

El bosque Rojo [Amazon Y Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora