Capítulo 2

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A la mañana siguiente, me desperté temprano por unos golpes en la puerta de casa. Al principio no me moví, supondría que alguno de mis padres iría a abrir la puerta y recibir a la persona responsable de interrumpir mi descanso, en cambio pasaban los minutos y la puerta no dejaba de sonar. Me incorporé lentamente en mi cama, cogí las gafas de mi mesita de noche, las zapatillas y me puse una sudadera por encima de mi pijama de color rojo vino.

Bajé las escaleras con rapidez, la persona estaba golpeando la puerta con fuerza, demasiada a mi parecer. Coloqué mi mano en el pomo y lo giré. Cuando vi la cara del responsable de los golpes me quedé helada por unos segundos, no me creía que él estuviera aquí, la persona a la que humillé en la fiesta. Separé mis labios, pero antes de que pudiera hablar, su boca chocó con la mía, formando un inesperado beso. En el momento que reaccioné, separé mis labios de los suyos y le di un golpe con mi mano en su mejilla. No me creía que después de la humillación de la fiesta y mis cortantes palabras, siguiera intentando un nosotros inexistente.

―Por favor, perdóname, sé que me he portado terriblemente mal contigo, pero necesito que me perdones―Dijo Carlo con una expresión de súplica en su rostro.

―Me parece patético que después de la humillación de la fiesta te sigas arrastrando por una chica que no te quiere―Hablé mirándolo a los ojos.

―Necesito que vuelvas a estar conmigo, recuerda esas noches en las que veíamos películas hasta la madrugada, o cuando íbamos al restaurante a comer unas pizzas y nos reíamos del mundo. Recuerda esos momentos. Te quiero, te necesito―Solté una risilla sarcástica.

―O esos momentos en los que decías que era la única. ¿A cuántas más se lo decías? O cuando me besabas, ¿en cuántas pensabas? Eres un ser despreciable―Solté con asco

―Entiendo que me odies, he sido una persona repulsiva, pero puedo cambiar―Dijo poniéndose de rodillas.

―Yo no te odio.

―No? ―Preguntó incrédulo.

―Claro que no, el odio es un sentimiento y por ti no siento nada. Puede que un poco de pena y asco, pero nada más. Ahora quiero que te vallas y que no vuelvas a intentar nada conmigo. Si necesitas más humillación seguro que hay muchas chicas deseando hacerlo.

Adiós―Dije mientras lo empujaba fuera.

―Por lo menos acepta esta rosa, de verdad me siento mal―Suplicó una vez que estaba fuera de mi casa.

Me dio la rosa y la observé, estaba un poco seca, no había rastro de humedad, y eso me dio una idea. Me revisé los bolsillos y encontré lo que estaba buscando.

―Date la vuelta, y gírate cuando yo te diga―Carlo solo asintió e hizo lo que le pedí.

Cuando estaba de espaldas, saqué un mechero de los bolsillos de la sudadera. Lo encendí y lo acerqué a los pétalos. La rosa empezó a arder y yo sonreí, una sonrisa de maldad, de orgullo y, sobre todo, de venganza.

Toqué su espalda, dando a entender que se diera la vuelta. Cuando vio la rosa en llamas, me miro con una mirada triste.

Tiré la rosa lo más lejos que pude y nuestras miradas siguieron su trayectoria. Cuando cayó completamente en el suelo, lo miré y nuestras miradas se conectaron.

―No vuelvas por aquí―Y seguidamente cerré la puerta en su cara.

En ese momento me sentí liberada, no llevaba mucho tiempo de relación con él, un par de meses, pero al parecer fue suficiente para que me traicionara. Subí las escaleras rumbo a mi habitación y cuando cerré la puerta vi algo que no había visto antes. Tras la puerta estaba una nota pegada.

“Hola cariño, nos hemos ido temprano, teníamos que cerrar un contrato en Roma y volveremos por la noche. Tienes comida en la nevera, te queremos. Un beso. Mamá.”

Quería volver a dormir, pero el sueño se había esfumado como la rosa de Carlo, así que decidí abrir aquella caja. Bajé las escaleras en dirección al garaje. Crucé por el pasillo de los despachos de mis padres, tenían las puertas abiertas, y miré dentro.

En el despacho de mi padre había una cantidad excesiva de papeles, contratos y facturas, un teléfono fijo y una foto familiar que nos habíamos hecho hacía unos años. Mi madre sonreía mientras tenía a Anna en sus brazos, mi padre tenía un brillo en sus ojos que transmitía felicidad por cada rincón y yo simplemente miraba a cámara enseñando mis dientes en una preciosa sonrisa.

No sabían lo que les esperaba, pensé. Recorrí la foto con mis dedos y una lágrima se escapó de mis ojos al recordar al último integrante de la foto. Una lágrima que limpié al segundo de salir de mis verdosos ojos. Salí del despacho de mi padre, trataba de olvidar la foto que acababa de ver, y me dirigí al de mi madre. Cuando entré divisé lo mismo que en la habitación de mi padre, montones de papeles y muchos libros. Los papeles eran acuerdos y contratos, los libros eran de diferentes cosas, había muchos diccionarios, libros de lectura y libros sobre las culturas en otros países.

Mi madre había cerrado acuerdos en muchas partes del mundo y tenían fábricas en casi todo el planeta. Teníamos dos en América, siete en Europa y una en Asia. Aquí en Italia está la más importante, la que tiene más valor, tanto sentimental como económico. Fue la primera fábrica que tuvieron mis padres, una pequeña sede en Térmoli, un pequeño pueblo al lado de RedWillow.

Continué mi camino hacia el garaje. Una vez dentro, me dediqué por unos minutos a buscar la caja. La tenía escondida dentro de otra un poco más grande y detrás de muchos trastos.
Pasaron unos minutos y encontré la caja.

La miré por unos segundos, era de un gran tamaño, lo que me permitía guardar muchos objetos, estaba pintada de un color borgoña y decorada con unas secas flores violetas. Aún recordaba el día en que la pinté, era una oscura noche de agosto de hacía cuatro años, mis padres habían estado tres días fuera de casa y a la vuelta nos trajeron varias cajas con pinturas, pinceles y lienzos. Hice algunos cuadros y, cuando terminé, pinté la caja y la decoré con las flores. Un tiempo después decidí usarla como caja de los recuerdos, guardar cosas que sabía con seguridad que recordaría toda mi vida, ya fueran buenos o malos momentos.

Iba a abrir la caja cuando, de repente, se escucharon golpes en la puerta principal. Guardé la caja y me dirigí velozmente hacia la entrada. Llegué frente a la puerta, suspiré, puse una sonrisa sin dientes y abrí.

―Están tus padres?

El bosque Rojo [Amazon Y Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora