Capítulo 3. Que me parta un rayo.

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     Ronald y yo nos alejamos totalmente de la feria para dirigirnos al centro de Londres, cerca del río Támesis, era una preciosa noche y estar a su lado me hacía sentir segura, como si mi vida estuviera al fin completa, esa pieza faltante que ne...

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Ronald y yo nos alejamos totalmente de la feria para dirigirnos al centro de Londres, cerca del río Támesis, era una preciosa noche y estar a su lado me hacía sentir segura, como si mi vida estuviera al fin completa, esa pieza faltante que necesitaba para encontrar tranquilidad.

Bajamos del BMW blanco y me encontré con esa preciosa sonrisa que tanto extrañaba.

— ¿Has subido al London eye?

Miré la enorme rueda que era una de las atracciones más importantes e impresionantes que tenía Londres.

Negué con la cabeza y él me dedicó una sonrisa traviesa.

—Vamos entonces.

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Estábamos adentro de la capsula con algunas personas y empezamos a ascender. Mis nervios aumentaron al ir subiendo, Ronald se colocó detrás de mí para rodearme y me dio un beso en la mejilla que hizo que mi cuerpo se volviera una gelatina humana.

—Aquí vamos —dije muy risueño y yo no pude evitar reír de la emoción.

Nos alejábamos de la tierra y el ángulo que tenía de la preciosa ciudad era más hermosa que nunca. Ronald descansaba su cabeza en uno de mis hombros y su semblante era de un niño de cinco años emocionado por subir a una enorme atracción.

— ¿Desde cuando estás aquí? —pregunté, rompiendo con nuestro cómodo silencio.

—Cuatro meses.

Me desconcertó su respuesta y me giré por completo para verlo de frente.

—Pero... ese es el tiempo que llevo fuera de Baltimore.

—Llegué aquí al día siguiente que te fuiste.

Parpadeé para obtener más tiempo de procesar lo que me dijo.

— ¿Por qué te presentas hasta ahora?

Apartó por un segundo su mirada y después me enfrentó, su rostro era serio e inhaló aire para después soltarlo.

—Creí que era necesario darte tu espacio.

     — ¿Me seguías?

     Asintió.

     — ¿Me has cuidado desde entonces?

     Asintió de nuevo con un dejo de malicia. Por eso no había señal de ninguna bestia.

     Ante ese descubrimiento cubrí mi boca con mis manos al recordar la noche en la que me hice el tatuaje. Un desconocido al que no pude verle el rostro me detuvo antes de caer al suelo, andaba algo mareada y me tropecé, pero alguien había detenido mi caída.

3º FRENESÍ: ¿Para siempre juntos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora