Milena
Un sonido agudo me hizo abrir los ojos de golpe. Desperté sobresaltada, sujetándome el pecho como si con eso pudiera apaciguar mis latidos frenéticos. Un punzante dolor de cabeza me aquejó a causa de mis movimientos bruscos; me llevé la mano a la frente, con una mueca de malestar <<No lo vuelvo a hacer>>. La luz intensa que se colaba a través de las delgadas cortinas tampoco era de mucha ayuda, realmente. Tuve que achinar los ojos, mientras me acostumbraba a esa luz blanca enceguecedora.
Tardé unos segundos en ubicar el espacio en el que me encontraba; me relajé en cuanto reconocí mi habitación de hotel. Arrugué la frente y me exprimí mentalmente, tratando de recordar cómo chingados había llegado hasta ahí. Tenía vagos recuerdos de la noche anterior. El último momento claro en mi memoria era el de Ulrik sugiriendo salir a tomar aire; después de eso, sólo tenía escenas borrosas que estaba tratando de hacer encajar...Yo en la playa... Ulrik en uno de los pasillos del hotel... Urik hincado en la arena... Ulrik...Kendrick...Sus ojos... Sus labios... ¡Oh mierda!
Contuve la respiración mientras una sensación helada bajaba por mi espalda ¿Acaso yo?... Pero qué idiota... No podía estar complicando más las cosas ¿Cierto?
Instintivamente llevé mi vista hacia abajo, inspeccionando mi estado. Sentí que el alma me volvía al cuerpo cuando comprobé que llevaba puesta la misma ropa de la noche anterior. Relajé mi postura y volví a respirar con normalidad.
Una vez más, ese insoportable sonido comenzó a martillar mi cabeza, esta vez con más fuerza . Salí de la cama refunfuñando en busca de mi teléfono. Un pequeño mareo me atacó en el camino, desorientándome por unos segundos; tanto así que me tuve que sostener de la cama para no terminar de bruces contra el piso. Maldita resaca. Seguí el incesante sonido hasta que dí con mi pequeña cartera dentro de uno de los cajones del tocador. Saqué el aparato del mal y por fin pude apagar la alarma, regalándome unos instantes de paz. Pero esa paz se fue a la mierda cuando me dí cuenta de la cantidad de llamadas perdidas y mensajes que tenía.
Los primeros, eran del día anterior. Los más antiguos de Nora queriendo saber de mí. Maldita sea, había olvidado avisarle que habíamos llegado bien al hotel. Los siguientes mensajes eran de algunos de los proveedores confirmando que sus técnicos estarían llegando la hora estipulada al complejo. Finalmente estaban los de Ulrik; en el primero preguntaba si bajaríamos a desayunar juntos; el siguiente, si quería que pasara por mí a mi habitación o prefería que nos encontráramos en el lobby; y en el último, que había sido enviado al parecer recientemente, preguntaba si todo estaba en orden y me indicaba que ya estaba esperando abajo.
Abrí los ojos como estúpida y casi suelto el teléfono cuando reparé en la hora. Eran las nueve menos quince. Maldije bajo. Le envié un mensaje a Ulrik diciendo que se adelantara al restaurante y ordenara algo ligero para mí, que no tardaba.
Si. Aja...
Corrí al baño, dejando las prendas regadas en el camino. Ni siquiera esperé a que la temperatura del agua se templara cuando ya estaba bajo el chorro. Podía jurar que nunca antes una resaca se me había curado tan rápido.
Puse especial empeño en mi lavado de dientes, no quería ni imaginar el aliento alcohólico que tenía; limpié los restos de maquillaje de la noche anterior y rehice uno rápido y sencillo, basicamente lo único que me interesaba era disfrazar esas manchas oscuras horribles que tenía debajo de los ojos y darle un poco de color a mis mejillas.
Me coloqué el primer conjunto de ropa que tomé de la maleta y unas plataformas, para andar más cómoda. Ni siquiera me molesté en secar mi cabello, sólo me ocupé en deshacerme de los nudos y lo sujeté con un broche, en un moño mal hecho, que estando en la playa, pasaría desapercibido.
ESTÁS LEYENDO
El mentor © #PGP2023
Random¿Quién dijo que "la curiosidad mató al gato"? A mí, la curiosidad, me ha llevado a vivir las experiencias más excitantes... Mi nombre es Milena, y de la mano de mi imponente y experimentado "mentor sexual", Kendrick Colleman, descubrí la lujuria, la...