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—Parece que el tratamiento va muy bien. Me alegra ver lo mucho que has avanzado. —Sus ojos ambarinos se clavaron en los míos, con amabilidad. Sonreí de medio lado. Mi cuerpo estaba presente, pero mi cerebro sólo reparaba en su voz. Siempre había considerado esa como la principal cualidad de la doctora Connor. Su tono era dulce y sereno; me traía paz y apaciguaba a los demonios de mi cabeza.

En la vida, sólo había conocido a otra persona, cuya voz surtía el mismo efecto en mí. La diosa de mis sueños. Mientras la doctora continuaba hablando sobre el tratamiento, las regulaciones en las dosis de medicamentos y toda esa mierda, yo sólo podía recordar el momento en el que me crucé con aquel rostro de ángel y cuerpo de diabla.

Apresuré, lo más que pude, la inservible terapia; había estudiado a la perfección las respuestas que Connor esperaba recibir, sorteándolas entre una que otra divagante; suficiente para que pudiera asentar un avance, en su reporte. Nadie a mi alrededor lo comprendía; no necesitaba ser llenado de pastillas que sólo servían para mantenerme en estado Zombie y acrecentaban ese dolor en mi pecho; lo único que necesitaba en mi vida era embriagarme con su dulce aroma, rozar su delicada piel, destrozar sus suaves labios y hundirme en el abismo de su mirada. Ella era mi cura.

Salí del consultorio y me dirigí al edificio blanco en Lenox Hill, aparqué, como de costumbre, al otro lado de la calle. Se había vuelto una necesidad permanecer ahí hasta antes del amanecer; velaba su sueño, aún desde la distancia. Una vez más, el coche negro apareció frente a la entrada, era sencillo saber de quien se trataba, no había muchas personas en la ciudad que se permitieran un lujo de ese tipo.

Aprecié la escena como si corriera en cámara lenta. Mi muñeca salió del edificio; el bastardo rodeó el coche para abrirle la puerta, como todo un caballero, si supieran el hijo de puta que en realidad es. Se pusieron en marcha y yo detrás de ellos, a una distancia prudente.

Las luces centelleantes de los vehículos y los sonidos estridentes de sus bocinas, eran un maldito suplicio. Sentí que la cabeza me estallaría en cualquier momento.

¡Puta madre! ¡Sal de esta calle! . Ordenó la voz en mi cabeza.

Pero, los perdería si...

¡Eres un maldito inútil!

¡Inútil! ¡Bastardo! No sirves para nada, siempre has sido un mediocre, un poco hombre...

—¡Cállate!, ¡Cállense!, ¡Lárguense! —Descargué mi furia contra el volante una y otra vez.

¿Mon amour?

Estaba ahí, era su voz. Susurraba en mi oído y deslizaba sus delicados dedos por mi cabello. Podía sentirla, podía escucharla, podía olerla. Venía a liberarme de las sombras.

Todo está bien, ya pasó. Tranquilo.

El sonido de un claxon me obligó a ponerme en marcha. El panamera aún permanecía un par de vehículos más adelante. Lo seguí hasta un establecimiento. Pretendí quedarme en donde estaba, pero la duda me consumía, tenía que asegurarme de que ella estaba bien, de que el maldito no la dañara, no a ella.

Bajé del coche, crucé la calle y entré al bar...

***

Una parte corta, pero necesaria.

Me gustaría saber qué opinan sobre este personaje.

Nos leemos pronto...

D.Hill 👯

El mentor © #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora