XXI

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Milena

Mi móvil comenzó a vibrar dentro de la bolsa de mi abrigo.

—Kendrick...—Respondí al instante.

—Hermosa ¿Dónde estás? Darío me informó que te dejó en la entrada del edificio hace un rato.

—Si. Estoy en el baño, ya salgo.

Refresqué un poco mi rostro, y salí a su encuentro. Kendrick me esperaba en el pasillo, listo para irnos. Me sonrió ampliamente en tanto tomaba mi mano y depositaba un cálido beso en mis nudillos. Realmente se esforzaba en aparentar que todo iba bien.

Salimos del edificio con rumbo a su departamento. Esa noche no tenía mucho ánimo de salir a cenar o a beber y estaba segura de que Kendrick tampoco. Tal vez una cena más íntima, en un ambiente mucho más relajado; sin poses, ni reglas de etiqueta sería la mejor opción en ese momento.

Al cruzar la puerta, nos pusimos cómodos. Yo, por mi parte, me deshice de los tacones y el abrigo; remangué mi camisa hasta los codos, recogí mi cabello en una coleta alta y me até a la cintura un delantal. Kendrick, Imitó mi acción; se quitó el saco y la corbata, dejándolos perfectamente acomodados sobre el respaldo de uno de los sillones; y al igual que yo, recogió las mangas de su camisa. Preparamos algo sencillo para la cena; pasta carbonara, acompañada de una ensalada de verduras y frutas frescas con un poco de queso de cabra y vinagreta; y por su puesto no podía faltar el vino.

Cenamos tranquilos. Platicamos sobre nuestro día y cosas irrelevantes. Desde luego desvió toda la atención del tema del problema en el que se encontraba su empresa y yo no sabía cómo sacarlo a flote sin ser obvia, así que preferí callar, por el momento.

Cuando llegó el momento, pretendí partir hacia mi departamento, pero él me pidió pasar la noche juntos. Un par de horas después, nos encontrábamos recostados en su enorme sofá de piel negra viendo una serie de televisión; o mejor dicho, yo era quien la veía. Kendrick se había recostado en el sofá, con su cabeza reposada en mis piernas; físicamente estaba ahí, pero su mente se encontraba lejos. Tenía la mirada perdida en la nada.

—¿Está todo bien? —pregunté, aunque ya conocía la respuesta. —¿Kendrick? —insté cuando no recibí respuesta.

—Humm... 

—¿Qué está pasando? —Escudriñé su rostro.

Apretó los ojos y masajeó sus sienes. Su pecho se hinchó a causa de todo el aire que aspiró. Exhaló muy lentamente, como si con ello se liberara de todo el peso que cargaba encima.

—Sólo estoy cansado. No tiene importancia. —Susurró, manteniendo los ojos cerrados.

—Si no tuviera importancia, no estarías así. Te parecerá poco creíble, pero en el corto tiempo que hemos compartido he aprendido a leerte, aún cuando tú te esfuerces en aparentar que todo va bien. —Aseguré, al tiempo que pasaba mis dedos entre su cabello, una y otra vez.

Abrió los ojos de golpe, encontrándose con los míos. Me observó atentamente, con los ojos entrecerrados.

—¿Así que puede leerme, señorita Rochester? —Su voz pasó de pesada a una oscura, cargada de seducción.

—Se lo que estás haciendo —Apunté —. No vas a poder desviar el tema, siempre.

Enarcó una ceja, de esa manera que me resultaba hipnotizante.

—¿Estás segura?

Dejó caer el brazo por el borde del sofá. Lo siguiente que sentí, fueron sus dedos deslizándose desde mi tobillo, subiendo y bajando a un ritmo constante y pausado a lo largo de mi pantorrilla, provocándome un montón de cosquilleos en esa zona y en otras más recónditas. El brillo lascivo se instaló en su mirada. Y ahí estaba yo, cayendo nuevamente, como estúpida; permitiendo que todos mis sentidos se nublaran al punto de olvidar el rumbo de la conversación.

El mentor © #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora