Capítulo 3

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-¡Harry Potter! ¡Como si viviera y respirara!- exclamó Madam Rosmerta cuando Severus y Harry atravesaron la puerta de las Tres Escobas.

Severus no deseaba escuchar semejante cacareo tan temprano en la mañana. Por suerte, al ser tan temprano, eran los únicos clientes que había. Por un momento pareció que iba a estrechar al chico contra su amplio pecho, pero Potter había estado preparado para el intento y se deslizó de lado para quedar al otro lado de Severus con respecto a Rosmerta. Una mirada a la cara de Severus y el intento de maternidad se frustró al instante.

¿Qué tenía Potter que parecía hacer que todas las mujeres de los alrededores quisieran cuidar de él? ¿Era el hecho de que era huérfano y las mujeres necesitaban dar salida a sus instintos maternales? Pero eso no explicaba a Molly Weasley. Con siete hijos propios, difícilmente podía necesitar ser madre de la gente; ¡ya había sido bastante madre! Quizá fuera algo inherente a la propia disposición de Potter. ¿Quería que lo cuidaran? ¿Era por eso que había buscado un aprendizaje en lugar de una carrera más habitual?.

Severus agarró a Potter por el codo y lo dirigió hacia una de las mesas vacías, cortando en seco la estridente charla de Rosmerta. Por un momento pareció afligida, pero su cálida sonrisa habitual volvió a aparecer cuando llegó a su mesa, con una libreta y una pluma en la mano, mientras esperaba su pedido. La mesa estaba pegajosa por un cliente anterior, así que Severus lanzó un encantamiento de limpieza subrepticio sobre la mesa y el suelo que los rodeaba.

-Dos desayunos completos, por favor-, ordenó Severus, sin molestarse en pedir el menú.

-Bien, profesor. ¿Té o café?- Rosmerta rayó la pluma sobre el bloc. Severus no corregía el uso que nadie hacía de su antiguo título; había formado parte de su vida durante tanto tiempo que era difícil que la gente lo llamara señor Snape, o como era más apropiado en estos días, Maestro Snape.

-Tendré una jarra de café, negro, y Harry tendrá chocolate caliente. Tienes chocolate caliente, ¿no?-.

-¡Claro que sí! Vuelvo en un momento-. La dueña se fue caminando a la cocina, dejando a Severus solo con su nuevo aprendiz una vez más.

-¿Te gustaría hablar de ello?- Preguntó Severus en voz baja, recordando las pesadillas de Harry de la noche anterior. Severus había bajado corriendo las escaleras al oír los gritos. Harry tenía la manta quitada; una almohada yacía detrás de su cabeza, la otra yacía aplastada en el suelo como si Harry la hubiera estado golpeando durante la noche. Los brazos del chico estaban estirados detrás de la cabeza, con las dos manos juntas, como si Harry pensara que estaba atado y no pudiera liberarse. Severus había debatido durante unos minutos si despertarlo o no, pero después de un grito de terror desgarrador supo que no tenía otra opción. Sería anormalmente cruel dejar que la pesadilla siguiera atormentándolo. Severus había sacudido a Harry suavemente por el hombro para despertarlo, sólo para encontrarse de repente con el regazo lleno del joven sollozante.

-¡Ron! Ron!- Harry había sollozado en sus brazos, amortiguando sus gritos contra el pecho de Severus. -¡No dejes que me hagan volver! ¡Por favor! ¡Por favor!-.

Parecía que Harry había creído que estaba hablando con su amigo y otrora compañero de dormitorio. Pero, ¿por qué iba a hablar con él para que no lo enviaran de vuelta a Wiltshire? Ron Weasley, como casi todos los demás, había asumido que Harry había muerto aquel día en el campo de batalla. Todavía no sabían que Harry había sido un prisionero.

-No. No vas a volver, Harry. Estás a salvo. Estás a salvo-. Severus había susurrado las palabras tranquilizadoras hasta que Harry se había calmado y había podido volver a dejarlo en el sofá. Los ojos de Harry se abrieron de par en par cuando se dio cuenta de que había estado hablando con Severus y no con su amigo.

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