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HACE TRES AÑOS _______________ Era trece de septiembre cuando lo conocí, el otoño estaba próximo en llegar por lo cual ya se podía notar un aire más frío de lo normal.
Habido ido con mi primo; Jacob -quien en ese entonces tenía once años- y sus dos amigos Quill y Embry a la playa. A pesar de tener dos años de diferencia, nos llevábamos bastante bien, habíamos crecido juntos después de todo.
-¿se imaginan convertirse en lobos?, ¡Sería sorprendente!-exclamó Quill.
-Papá siempre dice que un gran poder conlleva una gran responsabilidad-murmuro Jake.
-¡Mentiroso!, es una frase de Spiderman-acusó Embry
Carcajeé. De pronto el grupo de amigos se metió en una discusión sobre si había sido mi Tio Billy o el caricaturesco tío Ben quien había dicho la frase.
Sin mucho interés en la conversación, metí mis manos a los bolsillos de mi sudadera y camine por la helada arena hasta el mar. Al momento de sentir el agua tocar mis pies, me permití respirar hondo y mirar el cielo.
-¿No hace mucho frío como para mojarse los pies?-escuche una voz a mis espaldas.
Al darme vuelta me tope con un muchacho moreno, tenía el pelo corto y unos ojos color chocolate.
-Si es lo que crees es porque algo debes estar haciendo mal-sonreí burlonamente-ven aquí.
Me miro dubitativo pero finalmente aceptó. Se saco las zapatillas para dejarlas en la arena. Camino vacilante y de a poco llego a mi lado.
-Esta fría, es verdad. Pero estamos tan acostumbrados a ocupar algo en nuestros pies que al momento de dejarlos ser contra la naturaleza se siente inesperadamente satisfactorio-comencé a explicar-percibo el aire helado y respirar se siente como si mis pulmones se estuviesen limpiando. Hace frío, si. Pero quizás nunca más seamos más humanos que esto.
Supongo que ahí supo que yo no sería una de esas conquistas a las que el más adelante estaría acostumbrado a tener.
-Lahote. Paul Lahote-me tendió su mano.
-Cassiopeia Black-le correspondí el gesto.
-¿Que clase de nombre es Cassiopeia?-levanto una ceja.
-Es de las más brillantes constelaciones-expliqué.
Elevo las cejas, como de gesto sorpresivo. -Vaya, y yo que me llamo Paul por mi abuelo.
Aún con nuestras manos tomadas, como si no nos hubiésemos dado cuenta que seguían en contacto, reímos en conjunto. Afirmaría que ahí, viendo su sonrisa, supe que mi vida iba a cambiar para siempre. Como si nuestros destinos hubiesen pactado algo secreto, que si bien lo entenderíamos más adelante, lo sentiríamos desde un principio.
Fue el día en que Paul Lahote conoció a su estrella. Cassiopeia.
