XXII

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Primer intento

No tenía nada por lo que luchar.

Vislumbró en una plaza como Horacio Pérez abrazaba de una manera muy cercana a Viktor Volkov.
Y acto seguido besaba sus labios con delicadeza.

Su mueca no pudo evitar torcerse envuelta en pena y asco.
Le dolía tanto.

Le dolía estar viendolo con otro hombre que jamás tuvo oportunidad de ser el, pero también le dolía no haber recibido mensaje de este.

Un mensaje muy mal escrito por la emoción, en mayusculas gritando lo feliz que estaba, que fuera con el a festejar y contarle todos sus futuros planes.

Jamás llego.

En cambio al que era oficialmente su padre, no hubo señal de el desde que Gustabo se fue de aquella comisaria.

Ni una llamada, ni un mensaje, ni un encuentro.

El tampoco quería verlo, si lo buscara probablemente lo rechazaría.
Pero no hubo búsqueda, tal vez eso lo molesto. Nada de interés por su hijo.

No tenía familia, ya no.
Tampoco tenía casa pues se quedo a vivir unos días con Segismundo ya que la renta de aquel piso se hacía imposible de pagar para un desempleado como el.

Se encontraba con el corazon roto y completamente solo.

Unicamente acompañado de su amigo Gallego que a pesar de su buena voluntad y corazon enorme era perseguido por sus propios problemas y temas tanto legales como ilegales de los que Gustabo era responsable.

No tenía mas que remordimiento y aunque el amor que el pelinegro le brindaba era en cantidad. . .

. . . Gustabo ya no quería ser salvado.

Gustabo ya no sentía nada.

Su rostro se encontraba fijo en el arma que reposaba en la palma de su mano.

Se encontraba sentado en la orilla de la cama que compartía a veces con Segismundo cuando hacia mucho frío mientras un nudo lleno de estática atormentaba su cabeza y oidos.

Estaba lloviendo afuera, la niebla era espesa y gotitas de humedad caían de las paredes.
Miró tal vez por última vez la habitación en la que se hospedaba, con cierta pena Gustabo agarró firme la pistola negra y la llevó cuidadosamente a su boca.

Sin embargo comenzó a llorar con despecho.
Las lágrimas brotaban de sus ojos como las gotitas de lluvia en el cristal.
Su cuerpo se sentía frio gracias a la ausente calefacción en la habitación y su labio inferior temblaba mientras soltaba suspiros cortos e interrumpidos.

- No es tu culpa mamá. —Gustabo le hablaba a las nubes mirando con profunda tristeza al cielo gris.

- No puedo dejar de lastimar a todos por mi comportamiento, estoy muy apenado por eso. —Dió una pausa para limpiar sus lágrimas con su mano libre, sin alejar el arma de su rostro.

- Me odio por estar enojado con los demás, tengo mucho dolor y no puedo parar de alejarlos.

Las nubes llenas de lluvia pronto se transformaron en rayos llenos de fuerza que golpearon con impotencia todas las superficies.

- Te quiero mamá, no pude hacerlos felices. Disculpame si puedes. —Preparó la pistola y enderezó su brazo, abrió levemente la boca y apoyo el arma en esta.

Segismundo García entró a la habitación lleno de bolsas.

- Oye Gusnabo, compré cositas para la casa.

"Mierda, no lo oi llegar"

Segismundo dejó caer las bolsas en un segundo, completamente petrificado al ver al ojiazul apunto de dispararse. Ambos se miraron a los ojos.

- Segismundo, yo-

Este corrió hacia el sin dejarlo terminar, se abalanzó sobre el tirando bruscamente el arma, hundiéndose como hacia siempre en sus brazos.

Se colgó de sus hombros y ambos cayeron al colchón, quedando el de ojos color miel encima de el rubio.
Se escondió en su cuello y empezó a lagrimear.

- ¿¡Que se supone que estas haciendo!?

Se lamentaba.
Gustabo solo se permitió volver a llorar ahora sin tapujos.

Afuera, las nubes solo parecían empeorar.

- ¡Gustabo respondeme! ¿¡Que planeabas hacer!? —Se separó de el.

Lo observó completamente perdido y confuso.
No respondió.

El mas pequeño arrastró sus pulgares por debajo de aquellos ojos azules que le quitaban la vergüenza, deshaciéndose de todo rastro de lágrima.

Se mantuvieron así unos minutos, con la respiración de Gustabo ya mas calmada, Segismundo no despegó su vista de su acompañante.

- Oye Segis. —Habló despacio, con los ojos perdidos en algún punto de la habitación.

- ¿Si? —Volvieron a intercambiar miradas.

- ¿Podrías bajarte de mis piernas? —Sonrió débilmente con una pizca de diversión.

El recién nombrado palidecio y con pena se arrastró a su lado.

- ¡Perdón! —Se recostó a su lado y acomodó su cabello detras de su oreja con rapidez.

Gustabo rió suavemente, volteando desganado a mirar a su compañero.

- No suelo decir esto muy a menudo pero, gracias por todo.

Dijó con una mirada seria y fuerte, a la vez delicada y débil.
Segismundo sonrió emocionado y en un suspiro deposito un pequeño y corto beso en la mejilla del rubio, cercano a sus labios.

Este no respondió, solo le brindó una pequeña sonrisa y giró la cabeza hacía la ventana.

El ambiente era silencioso, solo siendo oido el repiqueteo de la ahora llovizna timida que parecía haberse quedado dormida junto a Gustabo.

Si, se quedo dormido y Segismundo no quiso despertarlo.

El azabache procedió a quitarse el sombrero y dejarlo en la mesa de noche, acomodar su cuerpo y el de Gustabo entre las sabanas y pensar.

- Gustabo.

- No la estas pasando bien.
Yo tampoco la pase bien, creo que te entiendo.

Con cautela, movió unos cuantos cabellos del rostro de Gustabo para apreciarlo con claridad.
El brillo en sus ojos acaramelados se intensificaron al ver como sus rosados labios entreabiertos emanaban una suave respiración y sus pestañas se mantenían dóciles ante el sueño profundo.

A los ojos de Segismundo, Gustabo era un angel.
Uno que amenazaba con caer del cielo como castigo.

- Descansa por favor. —Finalmente cerró sus ojos.

End
Episode XXII

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