Capítulo 3.

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Valentina

―Admito que eres escurridiza, pero de todos modos logré dar con tu paradero. ―Seguía estática a unos cuantos pasos de mí y temblaba cada vez que mis palabras hacían eco en el lugar.

De un momento a otro se movió intentando correr, pero fui más rápida y la tomé por la cintura reteniéndola contra mí. Apreté su espalda contra mi pecho y llevé una mano a su boca para evitar que soltase un grito. Su respiración se hizo irregular de inmediato y estoy segura de que su pulso se disparó al máximo en cuanto sintió a la adrenalina difundir el miedo.

―Te lo dije. Debiste regresar y nos estaríamos ahorrando todo este teatrito ¿No crees? ―susurré en su oído mientras ella forcejeaba contra mi agarre ―fuiste muy estúpida. Sin contar el perjudicial hecho de tener un hermano policía. Ahora vendrás conmigo sin chistar, ¿me oyes?

Sus ojos algo cristalinos me observaron de reojo mientras yo hablaba entre dientes contra su oído y enterraba mi nariz en su cabello aspirando su dulce aroma. El agarre sobre ella se hizo más posesivo luego de esa opción, pero tuve que dejar toda aquella hipnosis para comenzar a guiarla hasta la salida de aquel salón de baile. Los pasillos de la academia estaban vacíos ya que era algo tarde así que no tendría dificultad para sacarla de aquí sin que lo notasen. Continúe empujándola hasta la salida de manera no amable sin apartar mi mano de sus labios reprimiendo cualquier tipo de grito que a ella se le ocurriese soltar en aquel momento. Soltó un chillido en cuanto la ayudé a subir en la parte trasera de la furgoneta y me apresuré a subir con ella.

―Si eres lo suficientemente inteligente no gritarás, pero no quiero correr riesgo así que... ―rebusqué en los bolsillos de mi chaqueta la pañoleta negra amarrándola a su boca más tarde.

Sus manos y pies siguieron el mismo procedimiento, y cuando estuve segura de que no podría intentar hacer cualquier estupidez me di la media vuelta montando el lado de conductor. Pude oír los sollozos ahogados que soltaba desde la parte trasera y la observé de vez en cuando por el espejo retrovisor casi sintiendo lástima por ella. Si tan sólo no hubiese sido tan entrometida, ella estaría libre aun moviendo aquellas encantadoras caderas al ritmo de la música.

―Ven aquí. Creo que este precioso culo regresará a aquella mugrosa habitación. ―Dije en cuanto la cargué sobre mi hombro para adentrarme en el edificio.

―Vaya, sigue vida. ―Murmuró Clarke con aire sorpresivo en cuanto me observó con la chica en mi hombro.

―Las ordenes fueron claras. Dominic la necesita viva ―contesté de manera dura abriéndome paso hasta el cuarto más cercano ―bien pequeño petardo te quedarás aquí sin hacer nada para intentar escapar o te irá muy mal, ¿entiendes? ―la lancé sobre la cama y asintió con el rostro empapado en lágrimas.

―No tienes que ser tan ruda, creo que ya está bastante asustada ―la rubia me había seguido y estaba de pie recargada en el marco de la puerta ―vamos quítale aquello. Estamos demasiado lejos de todo como para que oigan sus gritos.

Clarke se adentró en el cuarto y esquivándome llegó hasta la chica y le quitó la pañoleta de los labios. Las comisuras de estos estaban enrojecidas por el fuerte agarre que la tela ejercía contra su piel y también estaban algo morados. Permaneció en silencio mirándonos por largos segundos, pero me impacienté con aquello sin poder tolerarlo.

―Haz lo que quieras. No puede moverse de aquí hasta que Dominic venga mañana para explicarle cómo será esto. ―La chica lucía confundida pero aun así no dijo nada y sólo humedeció sus labios. ―¿El resto de inútiles?

―Hubo un tiroteó hace unas horas, están asegurándose de que todo está bien ―respondió con simpleza tomando asiento distraídamente junto a Juliana.

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