Capítulo 30.

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Juliana

―¿Papá? ―Pregunté esperando recibir a la repuesta de Macario desde el otro lado de la línea.

¿Hija estás bien? ¿Mía está de regreso? ―Fue lo primero que Mac Valdés preguntó.

―Sí. Mía está de regreso, pero no puedo permanecer aquí a la espera de que alguien más intente lastimarla.

Diles a los muchachos que pueden dejar de buscar. ―Se oyeron sus instrucciones a través del teléfono. ―Cariño, ¿Qué es lo que estas insinuando?

Necesito que me permitas utilizar tu casa en Richmond. ―Dije de inmediato mientras caminaba hasta mi armario para tomar las últimas prendas de ropa.

¿Valentina sabe de esto?

No creo que le importe demasiado. ―Mi tono de voz se tornó algo frío al recordar las últimas palabras de la ojiazul hacia mí. ―¿Lo harás?

Te veré allí. No pienso dejarlas a solas, estaré con ustedes. Esa es mi condición. ―Y estaba bien para mí.

―Perfecto. Partiré dentro de poco y por favor, si Valentina o Ethan preguntan por mi paradero... no se los digas. ¿De acuerdo? ―Supliqué ya que necesitaba mantener aquello en secreto, al menos por un tiempo.

Está bien.

Finalicé la llamada luego de eso y cerré la maleta que yacía sobre la cama antes de bajarla de ésta y salir por el pasillo en dirección a la habitación de Mía. Estábamos de regreso en casa la cual por cierto era un verdadero desastre luego del tiroteo. La pequeña estaba dormida sobre su cama siendo cubierta por un edredón rosa, tomé una de sus mochilas y comencé a meter ropa en el interior de ésta y también en el interior de mi maleta.

―Arriba cielo, es hora de irnos. ―Susurré mientras la despertaba para poner sus zapatos.

―¿A dónde vamos? ―Preguntó un tanto adormilada mientras frotaba sus ojos.

―Iremos con el abuelo. ¿Te gusta la idea? ―Pregunté mientras la cargaba fuera de la habitación dispuesta a llevarla hasta el coche.

Cruce la sala rezando por no encontrarme a Valentina allí y así evitar que intentase detenerme antes de que fuera demasiado tarde. Acomodé a Mía en el asiento trasero de coche y me aseguré de que tuviese el cinturón de seguridad alrededor de su cuerpo antes de regresar al interior de la casa a por las maletas. Estaba a punto de cruzar la puerta de entrada por segunda vez cuando oí su voz llamarme desde atrás.

―¿Qué estás haciendo? ―Solté un suspiro deteniéndome sin dar la vuelta.

―Cuidando de mi hija. ―Dije antes de continuar mi camino sin más explicaciones.

―¿Qué? ¿A dónde iras Juliana?

―No es de tu incumbencia. ―Gruñí mientras montaba las maletas en la cajuela del coche.

―Sí lo es. Es mi hija también. ¿Lo olvidas? ―Preguntó soltando un gruñido.

―Pues la pusiste en peligro una vez, y no dejaré que vuelva a suceder. Estaremos bien lejos de ti por un tiempo.

Me dispuse a continuar mi camino dando la vuelta al coche, pero su mano toma mi brazo obligándome a detenerme y a girarme en su dirección. Miré sus por algunos segundos y después de mucho tiempo noté miedo e inseguridad en su mirada, desvié mis ojos en otra dirección intentando no comenzar a derramar lágrimas ni retractarme de mi decisión.

―Al menos quiero despedirme de ella. Se preguntará porque no las acompaño Juliana. ―Sólo fui capaz de asentir antes zafarme de agarre y darle paso para abrir una de las traseras. ―Hola cariño ―la oí murmurar con suavidad para Mía.

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