Capítulo 23.

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Valentina

Podía sentir como las suaves yemas de sus dedos acariciaban mi espalda recorriendo a la perfección mi espina dorsal y no pude evitar sonreír contra la almohada. Un beso en mi hombro fue suficiente para terminar de provocarme y me di la vuelta rápidamente tomándola desprevenida y encerrándola bajo mi cuerpo. Su risa inundó la habitación en cuestión de segundos y cerró los ojos arrugando la nariz mientras yo esparcía besos por todo su rostro.

―Buenos días, cariño. ―Susurré capturando sus ojos llenos de alegría y energía para luego tomar sus labios en un rápido beso.

―No ―se quejó impidiendo que pudiese besarla de nuevo. ―No me he cepillado los dientes, y tú tampoco. ―Me señaló dándome una mirada con los ojos entrecerrados y yo rodé los ojos.

―Eso no es importante para mí. No debería serlo para ti.

―Eres una cerda. ―Contestó divertida negando con la cabeza y yo me encogí de hombros restándole importancia.

―Estaba pensando. Ya que estas debajo de mí ―murmuré sobre la piel de su cuello escuchando sus murmullos indicarme que continuara ―y ambas estamos semidesnudas. ―Otro ronroneo en mi oreja. ―¿Por qué no fabricamos un bebé?

―No sabes cuánto me encantaría. Pero Mía está a punto de despertarse y es su cumpleaños ―recordó palmeando ligeramente mi mejilla y yo bufé, ―no hagas eso. ―Me riñó ―es tu hija. Estará esperando a que la despiertes con besos y abrazos, y le des vueltas por toda la habitación.

―Sabes que amo a esa niña con toda mi alma, pero a veces pienso que nos merecemos más tiempo a solas. ¿No crees? ―Pregunté mientras me ponía de pie sólo en bóxers y buscaba mi brasier deportivo por la habitación.

Ella pareció pensarlo por un momento y yo aproveché aquel lapsus de tiempo para caminar al armario y coger unos pantalones deportivos y una de mis características playeras blancas.

―Sí. Pero no es el momento.

―Está bien, amor. Entendí el mensaje. ―Reí viéndola de forma atenta.

Su cabello estaba suelto y algo revuelto como el mío que pronto se hallaría atado en una coleta. Sus mejillas sonrojadas y sus pechos luciendo aún más apetecibles encajados a la perfección dentro de aquel brasier azul de puntos blancos a conjunto con sus bragas. Lucía espléndida tendida entre las sábanas que ambas nos habíamos encargado de alborotar la noche anterior mientras hacíamos el amor.

Luego de cepillar mis dientes por orden de la morena, plante un gran beso en sus labios antes de dejar la habitación avanzando unos pasos por el corredor hasta dar con la habitación de mi hija. Tomé el pomo entre mis dedos y entreabrí la puerta ligeramente echando un vistazo en el interior, la pequeña dormía plácidamente en la cama de colchas rosas abrazada. Me adentré en la habitación demasiado rosa para mi gusto y caminé sobre la moqueta arrastrando mis pies hasta estar sentada en el borde de su cama.

Acaricié su lacio cabello castaño y sonreí al notar lo pacífico que lucía su menudo cuerpo descansando allí. Me incliné para llenar su rostro de besos en cuanto noté que frunció el ceño intentando abrir sus ojos. Sus carcajadas no tardaron en llegar filtrándose por mis oídos como si tratase de la mejor música que jamás había escuchado. Y es que la voz y la risa de las dos mujeres de mi vida eran una forma de traerme tranquilidad.

―¡Basta mami! ―Chilló retorciéndose bajo el poder de mis manos en cuanto al ataque con costillas sobre su estómago.

―¡Feliz Cumpleaños bebé! ―dije deteniendo mis cosquillas y dejando un último beso en su mejilla.

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