Capítulo XXII

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Por las noches, Steve salía de la habitación.

Recorría las escaleras con cuidado de no hacer algún ruido que despertará al Omega y caminaba por los pasillos hasta llegar al lugar donde se encontraba un lujoso piano.

«Cada vez que lo veo, me parece aún más increíble» pensó suspirando.

Anthony había cumplido con su palabra y le había regalado aquel instrumento tan bello.

Era como un momento de descanso para la mente de Steve el tocar el piano con una suave melodía. Sus dedos recorrían las teclas con habilidad, recordando aquellas viejas clases que solía tomar cuando era joven.

Se sentía relajado, tranquilo.

—Tocas muy bien. —dijo una voz en el marco de la puerta.

Steve volteó a ver la figura conocida de Tony y sonrió un poco avergonzado. Lo había encontrado.

—¿Puedo pasar? —preguntó el Omega pidiendo permiso como si estuviera a punto de entrar a un espacio privado y exclusivo.

El Alfa asintió con amabilidad y palmeo al costado suyo.

—¿Hice demasiado ruido? —preguntó Steve—. Pensé que las paredes eran insonoras.

—Si lo son, solo que no podía dormir por la ausencia de mi Alfa todas las noches. —dijo Tony acercándose al soldado y pegando sus cuerpos—. ¿Puedo quedarme aquí contigo? Prometo no interrumpir.

Steve lo miró con ternura.

—Claro que puedes estar aquí. —respondió mientras comenzaba a tocar otra lenta y suave melodía—. Sería un honor que mi pareja y mi cachorro escuchen lo que estoy tocando. ¿Les gusta?

Anthony ronroneó con una sonrisa.

—Nos gusta mucho. —dijo cerrando los ojos y tocando su vientre con sus manos—. Tenemos a un Alfa fabuloso y con mucho talento.

Steve sonrió en grande y volvió a tocar.






Con el pasar del tiempo, se había vuelto una rutina el pasar las noches en aquella habitación donde se encontraba el piano.

Es más, Anthony lo había ambientado para que la estadía sea más cómoda.

Con unos muebles y muchas cobijas en la esquina del lugar donde el Omega se dedicaba a escuchar las melodías que Steve tocaba con armonía. Era el ambiente perfecto que ambos deseaban.

Algunas veces, Steve y Tony se quedaban dormidos en aquel lugar envueltos en sábanas con tranquilidad.

Era como un pequeño mundo mágico para ellos.

—¿Cuándo el bebé este con nosotros, también lo podemos traer aquí? —preguntó el Omega con los ojos cerrados, recostado en las piernas del soldado—. Es que le gusta mucho estar aquí. Mira, me da pataditas.

Steve sonrió con ternura y asintió.

—Claro que estará aquí. —dijo el Alfa tocando suavemente el vientre ahora redondo y abultado del castaño—. Has pasado la mayoría del tiempo de gestación en este lugar, es casi como su nido.

El Omega se rio con suavidad.

—Perdón, por adueñarme de tu lugar favorito.

El Alfa negó con la cabeza. Su lugar favorito siempre sería estar con Anthony, nunca cambiaría ello. Además, el tocar el piano era un pasatiempo para relajarse.

Podía hacerlo en cualquier lugar.

—No te preocupes por ello, mejor descansa. —dijo Steve tocando suavemente la cabellera del Omega—. Va a amanecer pronto.

Tony suspiró y asintió.

—Trato de hacerlo, pero no me deja dormir. —respondió aún con los ojos cerrados—. Desde hace días que se está moviendo, es como si quisiera-...

Steve espero a que continuará, sin embargo el Omega se quedó callado por varios minutos.

—¿Pasa algo, cariño? —preguntó confundido.

Por un instante, no obtuvo respuesta alguna. No obstante, en las piernas del Alfa sintió algo húmedo expandirse como un charco que lo estaba mojando. Al momento, Steve sintió que las alertas de su cuerpo se prendían.

—¿Tony..? —volvió a preguntar esta vez preocupado.

El mencionado se levantó levemente, abriendo los ojos al ver que la humedad provenía de entre sus piernas. Anthony buscó rápidamente la mirada del Alfa para decirle lo que había estado sospechando desde hace unos minutos.

—Rogers, el bebé ya viene...

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