Capítulo 23 Carlos, el médico

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Hola me disculpo por la demora, he estado buscando trabajo y me quedé inmersa en ese canal, aunque no he conseguido nada aún. Y entre otras cosas, mi perrita enfermo y hoy le quebraron la patita a mi gatita que aún es una bebé, ambas necesitan cirugía de urgencia y pues espero cuando vuelva a escribir contarles un final feliz, les mando besos y bendiciones. No olviden dejar sus votos y comentarios.

Carlos ya era médico militar, trabajaba arduamente como siempre lo había hecho. Sus pensamientos no abandonaron nunca sus sentimientos por Leonor. Hasta poco más de un mes había buscado el calor de una mujer y había encontrado que después de ello no hizo más que darse cuenta de que sus sentimientos por la muchacha no habían cambiado, de vez en cuando recibía noticias de ella, ya fuera de Julián o de Amalia Barena. Lo más que se había atrevido fue a mandar una carta de disculpas a Leonor.

Apreciable Señorita Leonor:

Perdóneme, he perdido el derecho de llamarme su amigo, no habrá palabras, ni acciones que me hagan merecedor de su benevolencia. La he perdido, aunque nunca fue mía y lo acepto. Le deseo la mejor de las vidas y que en más nunca vuelva usted a mirar mi rostro para no ser motivo de su disgusto, sea libre de ir a la hacienda de los Galante, nunca pondré un pie cerca de su presencia puesto que no tengo el derecho de mirarme en sus ojos, es la única forma en la que puedo mostrar mi sincero arrepentimiento. Lo único que me atreveré a decir y me disculpo por ello es que la amo, aunque mis sentimientos por usted no fueron, ni serán correspondidos, le pido perdón una vez más ya que no supe cuidar la amistad que supo brindarme, sé qué si alguna vez fui su amigo ya es pasado, usted para mi lo será siempre todo. Si alguna vez por alguna razón necesitara algo de mí, no dude que yo estaré a sus servicios y no hallará en mi conducta que reprocharme, sé que jamás acudirá a mi en un apuro, más si algún día lo necesitara volveré a ser el Carlos en el que alguna vez confió.

T. Carlos Soto.

***

Hacia apenas un par de semanas que Leonor abrió aquella carta, llevaba mucho tiempo guardada en su mesilla, había pensado infinidad de veces en quemarla sin siquiera abrirla. Llevaba meses siendo asediada por Tiburcio y semanas en que había sucumbido a sus atenciones debido a la atracción física, le había tomado tiempo recuperarse de lo ocurrido con Carlos que fue suficiente distractor de aquellos que el joven de la tienda le robaba. Ella estaba segura que si en antaño alguien le hubiera dicho que besaría a más de un hombre en todo su existir se habría ofendido.

Su corazón latió fuerte al pensar en Carlos, ella lo había querido tanto, sin embargo, jamás se había sentido esa atraída por él como con Tiburcio, ni cuando la había encerrado sentido las ganas de sus caricias como por el hombre de bigote. No obstante, había llorado y extrañado aquel hombre a partes iguales, lo mismo que la desilusión que el cariño. Por esos días extrañaba su protección, esta vez no quería que la protegiera de Tiburcio Rueda, sino de sí misma. La pregunta deambuló en su mente ¿por qué?

Por qué Carlos había hecho aquello y, por qué no había terminado lo que había empezado y, por qué quería verlo a pesar de todo. La paz había llegado al fin sentía angustia a partes iguales, sentiría lo mismo si viera a Carlos, sentiría esa necesidad de cercanía como sucedía con Tiburcio. Aquello era simplemente atracción, ese hombre no sentía nada por ella y ella por el tampoco solo esa atracción poderosa que alguna vez había leído en los libros y ahora experimentado de forma inesperada, pero si ápice de romance.

Se sentía orgullosa de su misma por no seguir participando de las intenciones de Tiburcio, su decencia le impidió seguir en aquella situación y empezaba a notar que el hombre no dejaría su empresa. Había decidido no acudir a Calor, ni a Julián, era una situación que ella debía resolver, por aquellos días se encontraba en un aprendizaje sobre sí misma, la vida, la sociedad, todo.

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