Capítulo 11

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Antonio no había regresado a El Morichal desde la muerte de su sobrina, ese día era el funeral de la joven, toda la finca estaba en silencio, ese día no hubo jornada, no se ordeñaron las vacas, no se marcó al ganado, no se hizo el queso, no hubo cantos y tonadas, no hubo niños corriendo desnudos de aquí para allá; una profunda tristeza, era lo que abundaba.

Los hacendados más importantes de San José y las cercanías llegaron a la finca para dar el último adiós a la muchacha.

Alejandro se hizo cargo de todo.

Carmela, que era como una madre para Andreína, fue la que recibió el consuelo de las amistades que se hicieron presente.

El féretro de la muchacha se encontraba abierto, el cuerpo de la joven Araujo se podía apreciar a través del cristal. Todo el que llegaba a dar el pésame se daba su vueltica por la urna.

—Quedó igualita. —Dijo una curiosa.

Mientras que otra decía:

—Parece un ángel.

Las mujeres que lloraban en los velatorios se encontraban sentadas a un lado y hacían su trabajo a la perfección, dándole un ambiente más sombrío al funeral.

Afuera los hombres hacían su duelo a su manera, bebiendo aguardiente y contando las anécdotas que vivieron la muchacha.

Casi a la medianoche y como si dé un espanto se tratara, llegó Antonio Araujo con su porte recio y su mirada altiva, todos los presentes enmudecieron, no sabían qué hacer ante la presencia del patriarca de la familia, porque los rumores que había sido él, el causante de la muerte de la joven se hacían cada vez más fuerte, muchos pensaron que había huido del pueblo, pero no, allí se encontraba.

Alejandro, al ver a su padre se indignó, no pensó que se atrevería a tanto, sin perder tiempo, se le acercó.

—Necesitamos hablar. —Le dijo sin formalidades.

—Hijo, que maleducado, ahora no le pide la bendición a su taita. —Le reprochó Antonio.

—No quiero una bendición que viene maldita, ¿qué prefiere papá que hablemos aquí delante de todos o que hablemos en otro lugar?

Antonio lo miró con recelo.

—Vamos —dijo al fin.

Alejandro no caminó hacia el despacho como era la costumbre cuando ellos tenían una conversación pendiente, sino que salió de la casa.

—Llevo varios días por fuera de casa, ¿y ese es el recibimiento? ¿Qué es lo que está pasando Alejandro? —Preguntó en un tono serio.

—Lo que sucede, o mejor dicho, me pregunto ¿cómo tiene usted el cinismo de presentarse en el funeral de Andreína cuando usted fue el que le quitó la vida?

—¿Acaso crees las mentiras de esos miserables de los Montenegro? —Le preguntó con reproche — Fueron ellos que mataron a mi muchachita, yo estaba allí, yo lo vi todo.

Alejandro negó con la cabeza.

—Ya no tienes que mentir, yo sé exactamente como sucedió todo, además parece ser que ese es su método... Aquella noche cuando María Victoria se casó con Luis Fernando y Micaela se presentó aquí y contó lo que usted había hecho, tenía mis dudas, mas lo que ella dijo sonaba a tanta verdad, sin embargo, yo me aferré a la posibilidad de que hubiera un error y que usted fuera inocente, que quizás había sido Ulises y Víctor que abusaron de ella y que mataron a su marido, pero viéndolo presentarse aquí con la sangre tan fría, sin una gota de arrepentimiento, es una imagen que concuerda a la perfección con la versión que Micaela Montenegro contó, usted es un asesino.

—¿Quién eres tú para reclamarme nada? Soy tu padre y me debes obediencia y lealtad, lo que yo haga no es asunto tuyo.

—Tenía mi obediencia y mi lealtad cuando lo consideraba un hombre de honor.

—Alejandro te advierto que a mí no me tiembla el pulso, con el que me traiciona, así seas mi hijo.

—Eso lo sé, el cuerpo inerte de Andreína es una clara señal de lo que usted dice, el asunto es que a mí tampoco me tiembla el pulso para defender a los míos, a los inocentes, a estás tierras, que mi abuelo tanto luchó, quien murió en la ignorancia sobre la crueldad de sus hijos... Usted jugó con nuestro patrimonio, se lo entregó a sus enemigos... La muerte de uno de los nuestro por su propia mano, lo despoja de toda autoridad.

—¿Quién lo dice? —Gritó Antonio envalentonado

—Lo digo yo. —Respondió Alejandro con autoridad.

—¿Qué significa esto?

—Significa que estás tierras ya no te pertenecen, que esta familia te repudia, que, si la justicia no hace su trabajo, nosotros sí, que el poder que tenías sobre esta familia lo perdiste, que ya no eres bienvenido en El Morichal.

Antonio agarró por la camisa a su hijo.

—¿Me estás echando de mi casa y de mis tierras? —Preguntó fuera de sí.

—Sí. —Alejandro se soltó del agarre de su padre. —Te estoy echando.

— Pues si eres tan hombre, sácame tú, porque solo con los pies por delante a mí me sacan de mis tierras.

Los hombres quienes le eran fiel a Antonio y que jamás había desobedecido una orden, salieron de los alrededores de la casona armados y uno de ellos dijo:

—Su hijo es un noble caballero y no se atrevería a levantarle la mano a su taita, pero

nosotros, que somos unos simples vegueros, si lo vamos a sacar de aquí a punta de plomo, si no acata la orden del nuevo patrón, usted perdió el respeto con nosotros al llevá a nuestros compañeros a esa emboscada y no le importó que se los echaran al pico y usted bien sabe cómo esto por aquí, ojo por y diente por diente.

—Todos ustedes son unos malditos traidores, unos miserables roba gallinas que ahora quieren robarme mis tierras en complicidad con mi propio hijo.

—No se puede robar nada, porque tú mismo lo perdiste todo, no dejaste en la ruina, ahora esto, le pertenece a los Montenegro, más bien te estoy salvando la vida porque ellos —Alejandro señaló a los peones —quieren tu cabeza, tú mismo cavaste tu propio destierro, papá.

—Mire don Antonio, es mejor que se vaya dando prisa, porque tengo el dedo resbaloso y un tiro se me puede escapá y no quiero incumplir la promesa que le hice aquí al patrón, de no meterle un tiro entre ceja y ceja.

Antonio Araujo retrocedió porque vio que las intenciones de sus hombres eran matarlo. Esa noche el Araujo fue desterrado de las que fueran sus tierras, lo que consideraba su vida, después de ese día él se convirtió en un forajido con una sola idea en mente, acabar con la vida de Micaela y Luis Fernando Montenegro.

 Esa noche el Araujo fue desterrado de las que fueran sus tierras, lo que consideraba su vida, después de ese día él se convirtió en un forajido con una sola idea en mente, acabar con la vida de Micaela y Luis Fernando Montenegro

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Entre el Amor y la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora