Capítulo 12

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Micaela salió en la mañana a cabalgar acompañada de Eusebio y de otros peones, no acostumbraba a salir con tantas personas, pero dado los últimos acontecimientos era mejor andar prevenida; el antiguo capataz no había regresado a sus labores anteriores, porque Luis Fernando no lo quería en la hacienda por más que ella intercedió por él, pero eso no impedía que Eusebio siguiera siendo su fiel servidor.

Se dirigió a las afueras del pueblo, por el camino de río, se adentró sola a la zona boscosa, se bajó del caballo y sacó un pequeño bolsito de cuero que tenía guardado dentro del brasier.

Celustriano le había montado un trabajo de amarre con el nombre de Alejandro Araujo, el brujo le dijo que ese trabajito no le iba a fallar y Micaela confiaba en la palabra de su consejero espiritual, después de hacerle unos cuantos rezos y conjuros, arrojó el pequeño bolsito de cuero al río, luego de eso Alejandro volvería a ella, mansito y dispuesto a hacer todo lo que le pidiera, soñaba con ese momento.

En lo que Micaela salió del río, Eusebio se le acercó.

—Acaba de pasar unos trabajadores de El Morichal. — Le comentó el hombre.

—¿Y qué con eso? — Preguntó Micaela restándole importancia al hecho.

—Me han dicho allá hubo un golpe de estado, que el hijo de Antonio lo echó de la hacienda y que ahora es el nuevo patrón.

Esa noticia hizo que Micaela se centrara completamente en lo que el negro Eusebio le decía.

—¿Así que Alejandro se desentendió de ese maldito? — Preguntó con una sonrisa en los labios.

—Así mismo doña.

—Tienes que averiguarme negro, adonde anda ese maldito, porque creo que ya le ha llegado su hora, ya ha vivido demasiado tiempo, ya lo tengo donde quería, arruinado, sin el amor de

los suyos, yo se lo dije, que le iba a quitar todo lo que quería, ahora es tiempo de librarlo de su miseria.

—Tranquila doña que ya ese mandado está hecho, buscaré a ese malnacido hasta debajo de las piedras.

—Ay negro, siento como todo está volviendo a su cauce, al fin ya estoy teniendo de nuevo el control.

Eusebio soltó una gran carcajada.

—No hay nadie que pueda con usted.

Micaela sonrió complacida y se montó en su yegua para cabalgar de nuevo a Los Sauces.

Al entrar a la casa, Alecia la abordó inmediatamente.

—Necesito hablar contigo. — Le dijo con apremio.

—¿Qué pasa? No quiero que me amargues el día con tus estupideces.

—No son ningunas estupideces, ha sucedido algo importante que debes saber, porque las dos estamos hasta el cuello en esto.

Micaela caminó por el largo pasillo hasta llegar a su recámara y esperó que su cuñada entrara para cerrar la puerta.

—¿Qué carajos quieres? — Le preguntó de malas maneras.

—Luis Fernando ha descubierto el paradero de María Victoria.

Micaela se quedó atónita por unos segundos.

—! No puede ser! — exclamó furiosa.

Agarró a Alecia fuertemente por los brazos y la zarandeó.

—Estás mintiendo.

—No — afirmó —lo escuché hablar, la otra noche con Jared que le comentaba que la había

encontrado en Guanare, pero pensé que era una confusión, porque los Araujo no tienen familia allá, así que comencé a espiarlos, a la mañana siguiente Luis Fernando salió bien temprano, supuse que era a donde Jared le había dicho —Micaela la soltó y la escuchó con atención— luego regresó en la noche y lo escuché cuando le decía que la había hallado, le ha puesto vigilancia para que no volviera a escapar.

—No puede ser, maldita sea, Luis Fernando, no puedo hablar con esa mujer.

—Ya lo hizo, pero creo que no le dijo nada aún.

—¿Escuchaste exactamente dónde está?

—Sí, tengo la dirección.

—Al fin haces algo de provecho.

Minutos después, Micaela salió de la casa y fue en la búsqueda de Eusebio.

—Negro, necesito que me hagas un trabajo, pero esta vez no quiero errores.

—Usted dirá doña.

—Quiero que te vayas hoy mismo a Guanare.

—¿Y eso?

—La última vez que te di una orden importante, tú me fallaste, esta vez no me puedes fallar — Micaela respiró profundamente para tranquilizarse — Quiero que mates a María Victoria, esa mujer no puede seguir en la tierra de los vivientes, ni un día más.

Eusebio se quedó mirando a su patrona y sonrió con malicia, había llegado el momento que tanto esperó.

—Doña, la vez pasada acaté su orden sin discutir, porque no sabía a lo que me enfrentaba, además era la hija del perro Araujo, así que su vida no tenía valor alguno, pero las cosas cambiaron.

—Nada ha cambiado Eusebio, no me digas que ahora te has vuelto un cobarde.

—Yo soy un hombre doña y tengo las bolas bien puestas, pero resulta que echarse al pico a la hija del perro Araujo no es lo mismo que matar a la mujer de Luis Fernando Montenegro, yo sé si usted no se ha dado cuenta, pero su hijo no es un enemigo fácil y se ve también que la Araujo le importa, yo quiero seguí viviendo unos añitos más, claro que si usted me da un buen incentivo, pues yo me tiro el riesgo.

—¿Cuánto quieres negro avaricioso? — Preguntó con impaciencia.

—No doña, dinero ya tengo bastante con lo que usted me ha dado.

—Si no es dinero, ¿entonces que carajos quieres?

—Últimamente, la soledad me ha estado pegando y me he dado cuenta de que necesito una mujer a mi lado, pero no cualquier mujer, sino una hembra de verdad, una que valga la pena echarse al pico a la Araujo.

—¿Quién es esa mujer? — Micaela preguntó con desconfianza.

—Yo quiero que usted me entregue a su hija, a la catira.

— ¿Quieres a Hadassah por mujer?

— Si, la quiero a ella, a ninguna otra y si me la concede, la hija del perro, se va de este mundo.

Micaela se quedó pensativa por momento.

—No me esperaba esa jugada rastrera, negro, pero está bien, te daré a mi hija, siempre y cuando María Victoria Montenegro deje de respirar hoy mismo.

Entre el Amor y la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora