Capítulo 27

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Los hombres llegaron hasta a Julio y lo acorralaron, este comenzó a sudar frío, su corazón empezó a latir desaforado como si se le quisiera salir del pecho, pensó en Elenita en todos los hijos que no iban a tener si lo mataban, también pensó en la gente de la hacienda y que si, a él se lo echaban al pico, no tendrían oportunidad de sobrevivir, la cara de su patroncita Vicky y de su catirito le cruzaron por el pensamiento y en como quedaría devastado el catire si algo le llegara a pasar a su mujer, todo eso cruzó por su mente por fracciones de segundo.

—¿Qué haces tú aquí? ¿No estabas espiando? — Le preguntó uno de los hombres, el más robusto de todos y al que apodabaln el gordo, lo agarró por la camisa roída que tenía.

—Si nos estaba espiando, hay que darle chumbimba porque no podemos dejá cabos sueltos. — Dijo otro de los hombres que era un poco más delgado, tenía una enorme cicatriz que le atravesaba el rostro y a quien le faltaba un ojo.

—Pa' que matarlo, con que le arranquemos la lengua, nos libramos de ese problema. — Acotó el tercero y el más sanguinario de los tres al que apodaban el carnicero.

—Habla ¿Quién eres? — Lo batuqueó el hombre nuevamente.

—¿Quién soy? — Preguntó Julio con los ojos desorbitados.

—No te hagas el pendejo !Habla! ¿Eres de los matorde, esos?

—¿Matirde? si matirde —respondió Julio riéndose y moviendo los ojos sin mirar hacia ningún lado.

—Ay compadre, este como que nos quiere vacilá. — Dijo el tuerto.

—!Vacilá! !si vacilá! —repitió Julio riéndose y poniendo una expresión de un desquiciado en el rostro.

—¿No será que este carajo está loco? — Preguntó el carnicero.

—!Si! loquito !si!—volvió a repetir Julio moviendo la cabeza riéndose. —Loquito, loquito — se soltó del agarre y comenzó a brincar y botar espuma por la boca, abrió los brazos y simuló que era un pájaro, mientras gritaba—loquito, loquito.

—Saca a este carajo, de aquí que nos van a descubrí — le dijo el tuerto al gordo.

—Cállate maldito loco — Ordenó el carnicero — si no quiere que te pongamos como un colador.

Julio estaba aterrado, pero no obedeció, sino que siguió en su actuación demencial.

—¿Colador? !Si colador! —se reía y abría los ojos, mientras seguía echando espumarajos por la boca.

El tuerto lo agarró por la camisa que ya era un harapo y le dijo:

—Lárgate, si te volvemos a ver por estos lados, te vamos cosé a plomo. — Le dio un empujón fuertísimo.

—!Plomo! !plomo! !si! — Julio fue caminando hacia atrás manteniendo la risa de desquiciado —plomo, plomo.

Los hombres se echaron a reír mientras lo veían alejarse.

—A ese loco se le corrieron toditas las tejas. — Comentó el gordo antes de centrarse en sus asuntos y olvidarse del intruso.

Julio le temblaban las piernas, por el miedo, pero no podía detenerse, buscó rápidamente otro camino y se fue corriendo hasta a la casa de Los Mattordi.

María Victoria se encontraba sentada en una mecedora en el porche de la casa contemplando el horizonte, no se había movido de ese sitio desde que Luis Fernando se marchó a Los Sauces, su mano descansaba en su vientre, mientras se mecía suavemente, vio que alguien se acercaba corriendo, se veía

Entre el Amor y la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora