Epílogo

850 77 27
                                    

Eusebio hizo lo que la doña le había encomendado, se convirtió en la sombra de Alejandro Araujo, no tardó mucho tiempo en darse cuenta quien era la mujer con la que tenía amores.

Escondido detrás de unos de los merecures, vio como Haddassah bajaba de su montura y era recibida por el Araujo que la envolvió en sus brazos al verla y se besaron por largo tiempo, para luego adentrarse a la casa.

El negro silencioso se asomó por la ventana y allí observó como la mujer él veneraba y adoraba secretamente, se retorcía y gritaba de placer en los brazos de otro.

Eusebio estaba ciego de ira, quería entrar allí y matarlos a los dos, pero el negro había aprendido las malas mañas de su patrona y se tranquilizó a duras penas, cumpliendo ya con la orden, regresó a Los Sauces, se encerró en la casa del capataz con dos botellas de aguardiente y una cajetilla de cigarro, pasó dos días encerrado, emborrachándose y sufriendo por un amor no correspondido, pero también maquinado como aquello que sabía podía usarlo a su favor.

🤠🤠🤠🤠🤠🤠

Una tarde Hadassah se encontraba en la hacienda de su hermano, estaba en el jardín podando flores y abonando la tierra cuando sintió que alguien se cruzó por su campo de visión, agachada, alzó la vista y se encontró con el capataz de Los Sauces.

Su mente comenzó a dar vueltas, su hermano y Vicky habían salido, Jared se encontraba convaleciente, Pablo estaba en el pueblo con Julio, si Eusebio tenía la

audacia de presentarse allí, era porque sabía que no tenía quien la ayudara. Ella se levantó rápidamente, pero no mostró el ligero temor que sentía.

—¿Qué quiere Eusebio? Usted sabe que no puede estar aquí, a menos que quiera enfrentarse con Luis Fernando. — Dijo ella con fingida tranquilidad.

—No quiero problemas, señorita, he venido solamente para hacerle una visita.

—¿A mí? ¿Desde cuándo a acá a usted le interesa visitarme?

—Desde siempre señorita, desde siempre.

A Hadassah no le gustó nada esa respuesta.

—Como se dará cuenta, estoy muy ocupada, así que márchese por donde vino.

—Eso no va a poder ser, he venido porque quiero que usted me acompañe a dar un paseo.

La joven lo miró con un gesto de incredulidad.

—¿Está loco? Yo no voy a ningún lado y menos con usted.

Eusebio se llevó la mano hacia la cintura, dejando ver su arma.

—Es mejor que lo haga por las buenas, señorita, no querrá usted armar un alboroto, no tenga miedo, tan solo serán unos minutos, prometo que no le haré daño.

—¿A dónde me quiere llevar? Yo no quiero ir a Los Sauces

—Si es lo que le preocupa, no tiene por qué, ya que para allá no iremos.

— ¿Entonces para donde?

— No se me ponga, quisquillosa, mejor vámonos. — La mano de Eusebio apretó la pistola.

A Hadassah no le quedó más alternativa que acompañarlo, fue a los establos y buscó su yegua, al menos le concedió eso, a los pocos minutos ella salió detrás de Eusebio.

Mientras iban andando pudo darse cuenta de que el capataz la llevaba por un camino conocido, estaban en las cercanías de El Morichal. Bordearon las tierras y se subieron arriba de una pequeña colina de donde se podía ver perfectamente a Alejandro, marcando al ganado acompañando por otros peones.

Entre el Amor y la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora