Capítulo 25

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Una vez que habló con su sobrino, Alecia tomaba el camino de vuelta a Los Sauces, desde temprano había tenido un mal presentimiento, un desasosiego en el pecho, pensó que tal vez era por el cansancio, una vez que llegara a la casa se acostaría a dormir, porque las faenas de sexo con Antonio la tenían agotada.

Era una mañana calurosa, la humedad hacía que la ropa se pegara a su piel y las finas gotas de sudor bañaban su rostro, agarró su cabello en un moño y siguió caminando.

Iba reflexionando en cuál sería su siguiente paso en contra de la bruja de su cuñada cuando se encontró en el camino al lacayo de Micaela.

El negro Eusebio se quedó mirándola.

—¿Qué haces por aquí negro? —Preguntó curiosa.

—Me mandaron a hacer un encargo.

Alecia lo miró con curiosidad.

—¿Y qué encargo? ¿Es algo importante?

—Pa' la doña si es muy importante.

Para Alecia era igual de importante conocer todos los secretos de Micaela, por eso dudó en usar sus encantos para conseguir la información, no era la primera vez que ella y Eusebio tenían ese tipo de intercambio, información por sexo. Aunque para la mujer no era muy agradable tener un encuentro sexual con ese negro, porque él era hombre que muy poco se daba una vuelta por la ducha. Pero un secreto de la doña bien valía semejante sacrificio.

—¿Y qué quiere la doña? —Alecia se acercó con coquetería. —Me gustaría saberlo —ella se metió un dedo en la boca y se lo chupo, luego lo sacó de su

boca lentamente para abrir dos botones de su blusa y dejar una buena porción de su pecho y sus tetas al descubierto.

Eusebio se le quedó mirando y se tocó las entrepiernas sin ningún pudor.

—Si quieres saberlo, primero tienes que quitarte la ropa, puta, que voy a cogerte.

Alecia miró a su alrededor y vio que no venía nadie, ese camino era poco concurrido y si alguien los encontraba, entonces que observara. Se quitó la blusa dejando ver al negro sus tetas redondas, algo caída, aunque que para Eusebio, que llevaba tiempo sin tener a una mujer le parecían perfectas. La mujer se quitó la falda juntamente con las pantaletas.

Eusebio se sentó encima de una piedra y la llamó

—Vamos zorra. Siéntate sobre mí y cógeme con esa cuca* fogosa que tienes.

Ella se apoyó en los hombros del negro y pasó una de sus piernas sobre él. Sentándose sobre su verga y metiéndosela hasta el fondo.

—Vamos... Muévete, demuéstrame lo puta que eres, para que te cuente el secreto de la doña.

Alecia empezó a moverse con ahínco, sacaba el miembro hasta casi la punta y luego se dejaba caer otra vez, empalándose entera. Cada vez lo hacía más rápido, mientras que el negro jugaba con sus tetas.

—Suficiente zorra. Ahora chúpamela.

Alecia tragó grueso, no le gustaba chupársela al negro Eusebio, le daba asco, pero ni eso, hizo que retrocediera, dejo de moverse y se puso en pie, para justo después ponerse de cuclillas, con sus piernas abiertas y apoyada en las de él. El negro la agarró del pelo sin delicadeza, con brutalidad y llevó su cabeza hasta su miembro, que ella engulló rápidamente.

—No te la saques, de la boca hasta que acabe, Puta. Si no quieres que cambie de idea.

Alecia no dijo nada, en cambio, siguió mamándosela como una posesa. Minutos después, el semen empezaba a derramarse por sus labios, mientras que ella recorría toda la longitud de su verga con su lengua hasta que, por fin, se vació dentro de su boca. Ella dio una pequeña arcada y fue a escupirlo, pero Eusebio no se lo permitió, quería verla tragándose todo.

Entre el Amor y la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora