Capítulo 14

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Micaela sucumbía en la desesperación, había ido a buscar a su hijo a la casa de los Mattordi, pero no se encontraba y nadie sabía donde estaba, Jared andaba con él y si el instinto no le fallaba, solo había un lugar adonde podían estar y si eso era así, Eusebio no podría cumplir con la encomienda y si Luis Fernando hablaba con esa mujer, ella estaría en grandes problemas.

Debía pensar en cuál sería su próximo movimiento, la desesperación era mala consejera y casi siempre era el preludio para hacer una estupidez.

Tenía que mantener al negro Eusebio contento, ya que él era capaz de y ahora más que nunca necesitaba que tener gente tan leal como letal a su lado, y si para eso debía entregarle a Hadassah, lo haría.

Entró en la habitación de su hija, la chica se asustó al verla entrar, Micaela reparó que Hadassah que parecía recién acababa de llegar, tenía el cabello revuelto, los labios hinchados y cuando se fijó aún más vio un ligero rosetón en el cuello.

—¿Dónde carajos estabas tú? —Increpó a su hija.

—Yo estaba cabalgando un rato...

—No se te ocurra mentirme. —Le advirtió. —¿Con quién demonios te estás acostando? —Preguntó la mujer airada.

—Con nadie —Mintió Hadassah.

Micaela se acercó a ella y la agarró por su cabello trenzado fuertemente.

—No te atrevas a engañarme, estabas con un hombre, conozco muy bien cuando una mujer se ha revolcado con uno.

—Suéltame, no tienes derecho a seguirme tratando así. —Se quejó la joven en un tono de rebeldía.

—Te trato como yo quiera, eres mi maldita hija —Micaela la empujó cuando la soltó. —¿Es un peón? ¿Te acuestas con un don nadie de la hacienda?

—No voy a contestar esa pregunta.

Micaela le dio una cachetada.

—Tú a mí me respondes todo lo que yo te pregunte, así que contéstame.

—No lo haré, estoy harta de tus abusos, de tu falta de empatía hacia mí y hacia Jared ¿para qué nos trajiste al mundo? Era preferible que nos hubieras abortado, a una perra le duele más sus cachorros, en cambio, tú, nos aborreces y nos usas a tu antojo... Pero estoy cansada de tanta maldad, de tu odio hacia nosotros, ya no más Micaela. —Gritó Hadassah.

La doña sonrió con malicia.

—¿Crees que permitiré que hagas lo que quieras? —Le preguntó con ironía —estás muy equivocada, aquí se hace lo que yo diga, y siempre me he hecho esa pregunta, ¿para qué te tuve? No eres más que un estorbo, al menos Jared ha sacado mi casta, pero tú no me sirves para nada, bueno, eso era hasta ahora.

—Ya no me hieres, nunca más permitiré que tus palabras venenosas me lastimen... y no seguiré callando nada, si quieres hacerle daño a Jared, no creo que él lo permita y Luis Fernando tampoco y hablaré y contaré toda la verdad de lo que pasó el día que María Victoria salió de aquí, ya no vas a silenciarme.

—¿Así que te atreves a desafiarme a mí a Micaela Montenegro?... Pues yo te voy a enseñar a ti, lo que le pasa a la gente que se atreve a hacerlo.

Micaela sonrió antes de salir de la habitación.

Hadassah sintió un escalofrío, la cara de su madre no presagiaba nada bueno, pensó en huir, no podía quedarse en Los Sauces sin sufrir las consecuencias de la maldad de Micaela. Angustiada, la joven corrió a su armario en buscar de sus cosas. Las manos le temblaban.

Apenas iba a sacar la ropa, en el momento en que la puerta de su habitación se abrió de golpe, la joven se llevó una mano al pecho de la impresión y más cuando vio a dos hombres fornidos entrar después de Micaela, en dirección a ella.

—Ahora muchachita vas a aprender que a tu madre jamás se le debe llevar la contraria, y ya que no lo has aprendido por las buenas, lo aprenderás por las malas.

—¿Qué piensas hacerme? —Hadassah retrocedió en un intento de escapar, mas los hombres la agarraron. —Suéltenme. —Gritó desesperada, pero nadie salió en su rescate.

La sacaron de la casa, la joven no dejaba de gritar pidiendo auxilio, pero nadie osaba hacerle frente a la doña, además no pensaban que Micaela pudiera hacerle algún daño a su hija más allá de una buena tunda, así que cada quien se dedicó a hacer lo suyo.

Los hombres llevaron a la muchacha a un establo que estaba vació, una vez allí la amarraron a unos tubos.

—Vicente, quítale la camisa. —Ordenó Micaela.

El lacayo asintió con la cabeza y se acercó a Hadassah.

—¿Qué me vas a hacer? —gritó desesperada —no me toques —le advirtió al hombre que ni se inmutó y le rompió la blusa.

—Tráiganme el látigo. —Volvió a ordenar.

—¿El látigo Doña? —Preguntaron los hombres asombrados.

—Si, el látigo ¿Tengo que darles explicaciones?

Los hombres negaron con la cabeza y salieron corriendo en busca de lo que la mujer había exigido.

Una de las muchachas que le tenía mucha estima a Hadassah al ver que Alecia había llegado después que anduvo todo el día por fuera, no esperó para contarle lo que acababa de ocurrir a la recién llegada.

Alecia Robles era una mujer que solo velaba por sus intereses y su único objetivo era algún día acabar con el reinado de Micaela, pero ella, a pesar de todo, quería a sus dos sobrinos, eran su única familia, así que cuando se enteró de lo sucedido, corrió a buscarlas.

Micaela tenía el látigo en la mano.

—Hadassah —dijo en tono solemne— espero que hoy aprendas esta lección de vida... A mí nadie me reta.

—Aunque me mates, no te obedeceré, tendrás que matarme para que no cuente toda la verdad.

—¡Cállate! No tientes a tu suerte, tú no hablarás absolutamente nada, de eso yo me encargaré...

La puerta del establo se abrió y Alecia vio a su sobrina y se horrorizó al ver lo que su cuñada se proponía.

—¿Qué haces? —Le preguntó la mujer asombrada a su cuñada.

—¿No es evidente? Tú no intervengas, este no es tu asunto —Le advirtió Micaela.

Alecia que era una mujer muy astuta y sabía que frente a su cuñada no se podía mostrar ninguna debilidad, porque de eso, ella se aprovechaba para doblegar a quien sea, por eso Alecia nunca mostraba ningún tipo de afecto hacia sus sobrinos y esta vez no sería la excepción.

—No pienso meterme, solo vine a decirte que traigo muy malas noticias, Luis Fernando ha llegado y la cosa no pinta nada bien... Tienes que venir conmigo, esto no puede esperar.

—¿Tan grave es? —Preguntó la doña, quitando la atención de su hija.

—Muy grave.

Micaela soltó el látigo, las pequeñas puntas de metal sonaron al caer al piso.

—Vamos, no hablemos esto aquí —dijo llevándose a Alecia fuera del establo.


Hadassah volvió a respirar cuando sintió que su madre abandonaba el lugar, no pudo contener el llanto una vez que se quedó sola, su mamá era un monstruo y si alguien no la detenía iba a acabar con la vida de todos.

Entre el Amor y la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora