: ̗̀➛Veintisiete

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Ahí estaban. Entre los restos de vidrio y jugo de naranja: pétalos de acónito. Todavía los recordaba por ese proyecto escolar.

Lo habían envenenado con acónito... No, espera, su padre lo había envenenado. Por supuesto que no estaría tan tranquilo, por supuesto que tendría algo bajo la manga. ¿Cómo no lo pensó antes? Pero claro, jamás hubiera pensado que su propio padre pondría pétalos de acónito, el arma mortal contra los lobos, en su bebida.

–Estás loco –dijo, con voz ahogada.

–Solo quiero lo mejor para ti, hijo. Y si el que me llames así es la consecuencia, la aceptaré.

Maldita sea.

Tenía que pensar. Tenía que pensar. ¿Qué debía hacer? Trató de recordar lo que decía aquel proyecto que había hecho con Sunhee, lo que debía hacer si consumía grandes cantidades de acónito. Debía expulsarlo. Sí, eso. Debía sacarlo de su cuerpo, debía...

No, primero debía salir de ahí. Debía alejarse lo más posible de ese hombre, no porque no quisiera verse débil frente a él, sino porque nada le garantizaba que no le fuera a dar más.

Lo decidió. Aun temblando y sin casi control de su cuerpo, logró tomar su bolso y, con la poca fuerza que sabrá quién de dónde sacó, salió corriendo. Pudo escuchar un grito detrás de él, pero lo ignoró. Salió a tropezones del restaurante. Ni siquiera miró a dónde se dirigía, el pensamiento de que tenía que salir de ahí fue lo único que le dio fuerzas para correr. Eventualmente llegaría a algún conocido, tal vez se perdería aún más. No le importaba. Solo quería alejarse de ese lugar lo más rápido posible.

Poco después llegó a un lugar con mucho ruido. Una calle transitada, más de lo normal. Debía ser hora pico. Había decenas de personas caminando de allá para acá, hablando por teléfono o entre sí, autos que pasaban a gran velocidad. Escuchaba todo a un mayor volumen de lo que debería y lo aturdía. Se cubrió los oídos, pero ni eso ayudó a calmar el creciente dolor de cabeza. Miró alrededor, ¿a dónde iba ahora?

Su lobo chilló.

Detrás.

Se volteó. Reconoció a uno de los guardaespaldas de su padre acercándose a paso rápido. Mierda. No pensó más y solo corrió hacia cualquier lado. Solo debía alejarse de él. Comenzaba a ver borroso y debido a esto, junto a la debilidad de su cuerpo, tropezó y cayó al suelo; se golpeó las rodillas, pero tan pronto como cayó se levantó y siguió. A este punto estaba seguro de que la adrenalina era lo único que lo mantenía en pie, porque se sentía como si fuese a colapsar en cualquier momento.

La dificultad que tenía para respirar lo hizo detenerse por un momento para tratar de tomar aire. Era como si hubiera corrido kilómetros, pero sabía que apenas se había alejado. ¿Logró dejar al guardaespaldas atrás? No lo sabía, no lo sabía, no le importaba. No era suficiente, debía seguir, debía...

Tuvo que apoyarse en sus rodillas. Por mucho que intentara, no conseguía respirar. Se soltó la corbata del uniforme, pero ni eso ayudó. Era como si le estuviera martillando la cabeza y de nuevo se cubrió los oídos, habiéndose convertido los ruidos de la calle en chillidos insoportables. ¿Nadie veía lo enfermo que estaba? Sabía que la gente a veces se tomaba muy en serio eso de "no te metas en los asuntos de los demás", pero eso ya era otra cosa.

Con la poca fuerza que le quedaba levantó la mirada. Había una calle, un cruce, frente a él. Buscó el semáforo, pero lo borrosa que estaba su visión le impidió distinguir. ¿Estaba en rojo, en verde? ¿Podía pasar? El miedo de que el guardaespaldas lo alcanzara ahora era más grande que cualquier razón y simplemente cruzó la calle. Solo tenía que llegar al otro lado, eso era lo único que pensaba.

Lirio Blanco || MinJun || LB #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora