cuatro

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Conté toda mi ganancias, hice más que anoche y eso me deja satisfecha. No tardé en quitarme la ropa de trabajo y ponerme mis jeans de tiro bajito junto con mi top de mezclilla. Amarré mi cabello en una cola alta, he sudado tanto hoy, junto con tanto movimiento le dio la bienvenida al frizz.

Jalé el borde de mi top tratando de bajarlo a ver si alcanzaba a taparme el ombligo y fue un intento fallido que terminó en frustración.

—Desmaquillante, desmaquillante, desmaquillan... ¡ah! —encontré la botella junto con algodón en uno de los cajones y me quité el maquillaje, como siempre mi rostro quedó con restos de brillo esparcidos y mis labios rosados por aquel labial rojo que llevó horas ahí pintado.

Suspiré al ver mi reflejo cansado y demacrado.

—¿Cómo es que voy a ir a la universidad así? —me pregunté a mí misma, me acerqué más al espejo tocando mis ojeras. Definitivamente parezco un zombi. Y sin mencionar que no tengo tiempo ni lugar donde bañarme antes de ir a mi clase, estoy hecha un asco.

Y todo por acatar órdenes de unos aparecidos que dicen ser nuestros jefes. No los conozco bien y cada célula de mi cuerpo percibe que son problemas. Exigentes, sin duda. Me pone nerviosa la presencia de esos dos, es como si en cualquier momento pueden aplastarte con el dedo.

Son misteriosos, además todo pasó muy rápido. El antiguo jefe estaba feliz por cómo le estaba yendo, el negocio del club estaba creciendo mucho. No tiene sentido que se los haya vendido así porque sí. A no ser que haya sido por unos largos millones, aquel hombre tenía sus mañas. Y si así fue, ¿de dónde pueden sacar tanto dinero estos dos?

¿Siquiera debería estar cuestionándolos?

Todo el tiempo libre que tengo me sirvió para tragarme la impotencia y esperar las horas que faltan para asistir a la reunión que convocaron nuestros estimados jefes.

Ninguna de las chicas volvieron al camerino en ningún momento, eso quiso decir que les está yendo muy bien en sus sesiones privadas. Yo nunca he tenido más de tres clientes privados, me costó, pero al final pude llegar a un acuerdo con el antiguo personal de que mi jornada laboral termina en cierta hora establecida en la que me da chance para poder ir a mi apartamento, descansar e irme a estudiar. Pero estoy en la terrible posición de tratar de convencer a estos dos, y la mirada que me da aquel Donovan es penetrante y fuerte. Me da escalofríos pensar que debo hablarles de frente. Puedo sentir como se derrumba un iceberg dentro de mí mientras que por fuera soy todo un semblante neutro. Eso lo aprendí en el baile, en esos días malos que tuve que mostrarme feliz y candente para los clientes. En esos días felices tuve que aguantar los comentarios asquerosos que me tiraban.

Aprendí a no dejarme llevar por las emociones y tampoco a mostrarlas cuando es innecesario. Bueno, de vez en cuando lo aplico.

Miré la hora en el reloj en forma de cerdito que está en de pared -cortesía de Margarita- y salté fuera del sillón al notar que ya era hora para reunirse con los hermanos de mal, aka, los jefes. De hecho, llevaba once minutos tarde.

Tomé mi bolso y salí del camerino casi corriendo, estoy feliz por no usar tacones. Ya escuchaba la voz profunda de Michael dando lo que creo que son instrucciones. Paré en seco al llegar ante el tumulto de mujeres paradas como cadetes mirando hacia una vergonzosa dirección; hacia mi.

Y para mi empeorar mi vergüenza, Michael había dejado de hablar. Era todo el centro de atención.

Tomé aire con disimulo y enderecé mis hombros, aunque esté vistiendo vans caminé como si tuviera los tacones más altos existentes, y con seguridad me paré en frente, al lado de Elah. Todas siguen vestidas de trabajo, yo era la única en jeans. Eso lo hace más vergonzoso, pero no lo demostré.

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