Capítulo 20

147 17 1
                                    

Habían pasado unas pocas horas desde que llegamos a la fiesta. Las cosas se ponían interesantes. Quizás era por el alcohol, pero el ambiente ya no se sentía tan tenso como cuando llegamos. El lugar ahora sí se sentía como una fiesta, no como un funeral o algo parecido.

Los tres estuvimos en el gran y hermoso salón, no teníamos ganas de estar rodeados de personas engreídas, que para acabarla nos miraban como si fuéramos unos bichos raros. ¿Qué les pasa? Cuando nos aburrimos decidimos salir para tomar un poco de aire y porque nos habíamos terminado el vino.

Hablamos por unos minutos con mi abuela, ella nos comentó que odiaba el castillo y más el hecho de presentarse a fiestas así. No importa si se trata de sus hijos, pero dice que no encaja en este podrido mundo de mafiosos. Mauro se volvió la completa adoración de mi abuela, era como si hubiera adoptado a otro nieto. Ella conoce nuestra relación.

Cuando nos cansamos de estar entre tantas personas, tomamos otras copas de vino y comenzamos a caminar con dirección a una parte del castillo, a la que no habíamos ido. No había nadie por ahí, todos estaban abajo, disfrutando de la fiesta.

–¿Sabes? –Mauro rompió el silencio y lo miré–. Este lugar está vacío y muy bien podríamos echar un polvo. –Lo dijo cómo broma, pero me pareció una muy buena idea y sonreí.

–Podemos tenerlo –le respondí coqueta y sonrió–. En el departamento podemos continuar y tú sabes.

Mi hermano solo nos dio una mirada extraña y frunció el ceño. Vaya forma de traumarlo. Nosotros reímos, habíamos olvidado que estaba ahí, con nosotros.

–Hermano, deberías de ir a caminar por todo el castillo. Sé que encontrarás algo interesante. –Sugerí con amabilidad y le di una sonrisa.

–No, no me pienso ir –protestó y se cruzó de brazos–. Ustedes no van a follar, menos en un castillo donde hay una estúpida fiesta y los pueden escuchar.

–Damián, lárgate a la mierda –Mauro le pidió con mucha amabilidad y se miraron–. Tengo la pija dura, comienza a doler y quiero coger aquí mismo –mi hermano se negó y mantuvo su posición–. Mira, no creo que quieras ver cómo abro las piernas de tu hermana para... Ya sabes. Tendrías que estar muy enfermo.

–No me voy a ir y ustedes no cogerán.

–¡Damián! –Le gritamos, desesperados y cansados de su postura. Él suspiró, rodo los ojos y se dio la vuelta.

–¡Malditos calientes! –murmuró, con diversión–. Cogen todo el tiempo, les falta poco para quedarse pegados –lo miramos y se quedó pensando–. ¿Saben? Ustedes están celo, malditos animales.

–¡Lárgate! –Le volvimos a gritar. No dijo nada solo comenzó a alejarse, hasta que desapareció de nuestra vista.

Mauro soltó una risa, se acercó a mí, puso sus manos en mi cintura y se pego a mí cuerpo. Me dio un beso para luego esconder su cara en mi cuello y yo solo lo abracé de manera cariñosa.

–Tú hermano nos va a volver locos –reprochó y me reí–. Hay que mandarlo a Alemania de regreso.

–Mau, te recuerdo que hemos adoptado a Damián –le respondí con pesadez–. El problema es que no quiere volver y menos ahora que sabemos la verdad de que somos hermanos –le respondí sin ninguna expresión–. Todavía tenemos mucho que hablar e investigar, entonces, no queremos dejar algún asunto pendiente.

Él no dijo nada, solo movió la cabeza y dejo un beso húmedo en mi cuello. Uno de esos que te hace jadear.

–Vamos a concentrarnos en lo nuestro y olvidar el jodido mundo –Me propuso y se alejó de mi cuello.

Dulce Traición • Lit Killah Donde viven las historias. Descúbrelo ahora