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XLVII -Caídas

Aidan

Como lo sabía no pude dormir bien, no logré conciliar el sueño.

La casa era grande y por eso se sentía aún más su ausencia. La mañana comenzó y yo no tenía ánimos de nada. Sentía el vacío, sentía la tristeza de estar así con ella.

Así que con los ánimos abajo me levanté de la cama y me metí a bañar, ya estábamos empezando a vivir ahí así que tenía que estrenar las cosas.

Después de unos largos minutos decidí salirme y vestirme. Me puse algo casual y salí del cuarto, la casa soltaba un olor exquisito proveniente de la cocina. Así que bajé las largas escaleras y al entrar a ésta Grey estaba cocinando, traía puesta una playera mía que ocupaba de pijama y un chongo desacomodado. Tenía una pequeña bocina y en ella se estaba reproduciendo una canción que había escuchado muchas veces pero no sabía el nombre.

Me recargué en el contorno de la puerta detallando sus movimientos, su despreocupación y sobre todo su felicidad, sabía que era ella feliz.

De pronto el encanto se acabó, volteó a la puerta y al verme se quedó estática, parpadeo un par de veces, apagó su bocina y se dedicó a hacer lo que estaba haciendo anteriormente.

—Buenos días, wawa. —la saludé.

—Buenos días. —respondió lo más seca posible.

—¿Seguimos peleados? —hice la pregunta más estúpida de todas.

—No estamos peleados.

—Claro que lo estamos.

—Cómo sea, entonces.

—¿Estás molesta?

—¿A qué hora viene Felipe? —evadió mi pregunta.

—No vendrá.

—¿Disculpa? —dejó de hacer lo que estaba haciendo y volteó a verme.

—Le cancelé por lo ocurrido de ayer.

—Pero yo te dije que no ibas a cancelar nada, Aidan. ¿Por qué siempre haces lo que quieres? —dijo molesta.

—Y yo te dije que íbamos a ir al médico, entonces lo hice porque me preocupa tu salud.

—Aidan, no sé para qué carajos pierdes el tiempo conmigo porque no iré a ningún doctor, no pisaré un consultorio.

—Pero yo te dije que no iba a estar en discusión.

—¿Qué no entiendes? —explotó— no quiero ni necesito que te preocupes por mi, no te tomes atribuciones que no te corresponden.

—Me corresponden porque estamos a un par de semanas de casarnos ¿ya se te olvidó?

—No, no se me ha olvidado.

—Entonces por eso es que vamos a ir al médico.

—¿Sabes qué? —aventó el trapo— vete tú al maldito doctor, vete a donde quieras yo no voy a ir a ningún lado más que a mi casa a comer con nuestras familias y pídele una disculpa a Felipe de mi parte pero también explícale todo. —salió de la cocina y se subió.

Una segunda pelea no era buen indicio de hacer las pases con mi chica.

Así que respiré onda y salí de la cocina para subir a hablar con ella.

Las escaleras eran enormes y fatigaban, pero ahí estaba yo, parado enfrente de la puerta donde había dormido la noche anterior.

Mis nudillos estaban rozando la puerta cuando esta se abrió rápidamente y dejé mi mano al aire.