💋Capítulo 2. No lo dejes ir

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Ser un vampiro conlleva una serie de beneficios extraordinarios: juventud perpetua, semi-inmortalidad, habilidades sobrenaturales que simplifican su existencia y otros aspectos que rozan la increíble conveniencia

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Ser un vampiro conlleva una serie de beneficios extraordinarios: juventud perpetua, semi-inmortalidad, habilidades sobrenaturales que simplifican su existencia y otros aspectos que rozan la increíble conveniencia.

Sin embargo, entre todas estas ventajas, acechaba una debilidad, el talón de Aquiles que todo vampiro compartía: su frágil humanidad.

La eternidad no estaba hecha para ser soportada por ningún ser. El cuerpo no suponía un problema, ya que la regeneración era otra ventaja de las criaturas de la noche; no, la verdadera complicación residía en la mente. El cerebro se veía abrumado por el torrente de recuerdos e información, y aunque era de esperar que, tras siglos, empezaran a olvidar su pasado y sus orígenes, más allá de eso, perdían su humanidad. La única forma de recordar al subconsciente que alguna vez fueron humanos era a través del amor, la emoción más incontrolable, hermosa y, a la vez, cruel que poseía un mortal.

Una declaración de amor cada cierto período de tiempo, un beso y una gota de sangre derramada. Parecía simple en teoría, pero en la práctica, era todo lo contrario. Los vampiros estaban sujetos a limitaciones y a un manual de normas con exactamente 899 páginas, en letra diminuta frente y vuelta.

Una de las reglas dictaba que los vampiros no podían revelar su verdadera naturaleza a ningún mortal a menos que estuvieran preparados para una vida larga junto a esa persona y esta demostrara ser de absoluta confianza. Como resultado, se les prohibía involucrarse con cualquier figura pública. Incluso mantenían una lista denominada: «Humanos fuera de límites», actualizada cada semana con nuevos nombres: actores, cantantes, políticos, excéntricos multimillonarios, entre otros. Viktor aún recordaba el día en que se decretó que Marilyn Monroe estaba prohibida; la cantidad de vampiros decepcionados fue perturbadora.

Por lo tanto, Viktor y Carmilla se dedicaban a buscar humanos vulnerables, presas fáciles de manipular. Ninguno de ellos se permitía enamorarse; era un juramento que habían hecho hace poco más de cien años:

—Juro que nunca volveré a enamorarme de un humano —declararon ambos en aquel entonces, brindando con una exquisita copa de sangre AB negativa.

Y hasta el día de hoy, seguían cumpliendo su promesa.

El problema residía en que Carmilla ahora buscaba presas más desafiantes, mortales que no fueran tan fáciles de manipular. Y este parecía ser el caso con aquel joven cantante que reunía todos los requisitos: humano y no famoso, al menos no a nivel mundial, pero...

—¿Por qué él? —indagó Viktor.

Carmilla sonrió con picardía.

—¿Por qué no él?

—Pensé que...

—¡Espera! —lo interrumpió con una exclamación—. ¡Ahí vienen!

La banda de nombre poco original descendió del escenario. La guitarrista encabezaba el grupo, su instrumento colgado a la espalda; la seguía el baterista, más concentrado en girar las baquetas entre sus dedos que en observar a la multitud que aún los ovacionaba. Por último, el cantante bajó los escalones con premura y apenas tuvo tiempo de corresponder al saludo de Carmilla antes de adentrarse en un pequeño cuarto que parecía una bodega.

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