💋Capítulo 14. No bailes con él

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Viktor recordaba un rostro que irradiaba una sonrisa tan especial que era capaz de estremecer su corazón y llenar de luz una habitación entera, más aún que un candelabro con todas sus velas encendidas

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Viktor recordaba un rostro que irradiaba una sonrisa tan especial que era capaz de estremecer su corazón y llenar de luz una habitación entera, más aún que un candelabro con todas sus velas encendidas.

Este recuerdo se remontaba a tiempos pasados, cuando todavía no existían los focos eléctricos y las estancias se iluminaban con el calor de las llamas. En las noches, la gente se congregaba alrededor de una chimenea de piedra que crepitaba, luchando por combatir el frío invernal que calaba hasta los huesos.

Sin embargo, el individuo frente a él no parecía verse afectado por el gélido ambiente. Seguía sonriendo, erguido, y a pesar de tener las manos entumecidas, continuaba tocando el violín con una destreza prodigiosa. Viktor se sumergía en aquel dulce sonido, cerrando los ojos y, por un instante, olvidando el frío, porque en ese recuerdo, él todavía era un mortal.

—Tu música es magnífica —dijo al humano cuyo nombre no lograba recordar y cuyo rostro apenas podía distinguir. Sin embargo, su sonrisa, esa maldita sonrisa, permanecía grabada en su mente.

El individuo, tan joven como Viktor en aquel entonces, cesó de tocar y se acercó, envolviéndolo con sus brazos, compartiendo calor y uniéndose con tanta estrechez que podían sentir el retumbe de sus corazones resonar uno contra el otro.

—Eres cálido —musitó.

Viktor bufó y negó con la cabeza.

—No lo soy.

—Sí lo eres —aseguró el humano—, pero en un futuro, uno que espero esté muy lejano, ya no lo serás. Morirás, yo también moriré, y nuestros cuerpos se volverán tan fríos como los carámbanos en las cuevas.

Viktor experimentó una opresión en el pecho, una tristeza que lo invadió mientras intentaba vislumbrar el rostro del joven, pero este permanecía oculto entre su cuello y hombro. Viktor también lo rodeó con sus brazos, sintiendo una fuerte tentación de protegerlo, cuidarlo y nunca dejarlo ir.

—¿Te asusta morir? —preguntó.

—Me aterra estar solo —admitió—. Solo en la oscuridad, solo enfrentando lo que sea que exista más allá.

Viktor no lograba vislumbrar su rostro, ni sus ojos, ni siquiera conocía su nombre, pero se dejó guiar por lo que sentía y lo tomó por el mentón con delicadeza, juntando sus frentes.

—Te prometo que jamás te dejaré solo —susurró.

—Cumple tu promesa, Viktor.

El recuerdo se desvaneció como una densa niebla que atravesó su mente, y Viktor se vio sumido en una oscuridad abrumadora. Su cuerpo se estremecía de dolor, le costaba respirar, y se encontraba paralizado, sin poder ver ni oír. Poco a poco, todas las sensaciones lo abandonaron, y lo único que pudo hacer fue dejar escapar un alarido desde lo más profundo de su garganta antes de caer en un abismo sin fin.

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