¿Cómo puede un vampiro enamorar a un humano que no cree en el amor en tan solo veinticinco días?
Los vampiros son monstruos condenados, y la única manera de conservar su humanidad y no convertirse en bestias sanguinarias es a través del amor.
Viktor...
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Viktor seguía retorciéndose de dolor por las dagas clavadas en su pecho y manos, tan profundamente incrustadas en el muro que no podía sacarlas, a pesar de su máximo esfuerzo. El Hierro Solar quemaba su piel y carne, llegando incluso a rozar sus nervios, causándole un sufrimiento agónico.
—¡Mierda! —bramó al intentar liberar su mano otra vez.
En ese instante, su prioridad no se limitaba a encontrar a Dorian para implorar su perdón; también debía lidiar con la urgente cuestión de Tara, quien había confesado ser la artífice detrás del envío de los Nosferatu para cazar y eliminar a Dorian, debido a que era una Anomalía. Después de haberlo dejado agonizando en un callejón, alejado de las miradas curiosas, se había encaminado hacia Plague con la intención de ejecutar lo que de seguro sería su ataque decisivo. La misión ya no era solo ganarse el afecto de Dorian, sino salvar su vida una vez más.
Con esa determinación en mente, se concentró en la daga que atravesaba su mano derecha, soltando una maldición en forma de susurro. Si conseguía liberar aunque fuera una de sus manos, podría extraer las dos dagas restantes. No obstante, había una única solución para ello, y sería muy dolorosa.
Inhaló de forma entrecortada, su visión nublada tanto por la pérdida de sangre como por la inminente transformación en un Nosferatu que ocurriría pronto. En circunstancias normales, la claridad mental sería una hazaña imposible, pero la imperiosa necesidad de rescatar a Dorian lo mantenía lúcido.
—¿Por qué tenía que amarte tanto? —se lamentó, soltando una risa trémula.
Cerró los ojos por un breve momento, reuniendo la suficiente fuerza mental y, con un movimiento brusco, desplazó su brazo derecho hacia la izquierda para cortarse una parte de la palma y liberarse de la daga. El Hierro Solar lo quemaba con intensidad, arrancándole un grito de dolor que contuvo para poder continuar cortando a través de la carne y la piel. El proceso era tedioso, y podía sentir cómo el sudor se acumulaba en su frente y humedecía su cabello con cada segundo que transcurría.
Después de minutos que se sintieron eternos, logró cortar el último trozo de carne que lo retenía y liberó su mano derecha. Exhaló, agotado, y examinó la herida que se extendía desde el centro de su palma hasta cerca del meñique. Su brazo entero temblaba fuera de su control y el corte no cicatrizaba tan rápido como habría preferido, pero era suficiente por ahora.
Lo primero que hizo fue arrancar la daga que casi rozaba su corazón y la lanzó al suelo. Luego, extrajo la cuchilla que perforaba su otra mano y se aferró a su empuñadura, notando cómo teñía la hoja con su sangre y cómo sus nudillos se blanqueaban por la fuerza que ejercía.
Cortó un trozo de la tela de su camisa blanca y lo usó para vendarse la herida más severa. Sin duda, la prenda sería desechada una vez todo terminara, pues estaba resuelto a concluir con todo: detener a Tara, rescatar a Dorian y revelarle sus verdaderos sentimientos.