💋Capítulo 17. No te acostumbres

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Viktor estaba empezando a acostumbrarse a la dinámica entre él y Dorian, sea lo que fuera que estuviera sucediendo

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Viktor estaba empezando a acostumbrarse a la dinámica entre él y Dorian, sea lo que fuera que estuviera sucediendo. Había una cercanía en su relación, pero al mismo tiempo sentía cierto rechazo por parte de él. Le resultaba difícil descifrar lo que su presa deseaba, algo que rara vez experimentaba con otros. A sus ojos, los humanos eran predecibles, buscando aprobación, cariño y atención, pero Dorian no era tan simple. Por eso evitaba a los mortales como él. Era un desafío, uno que al principio no había buscado, pero ahora ansiaba conquistar y declararse vencedor.

Como en cualquier otra noche de viernes, Dorian estaba tocando con su banda en Plague. A Viktor se le dibujaba una sonrisa en el rostro cada vez que los veía subir al escenario; los latidos de Dorian se aceleraban por la emoción cuando se aferraba al micrófono y comenzaba a cantar. Se movía por el escenario como si fuera su hogar, y sus ojos verdes adquirían una maravillosa coloración dorada que el vampiro no podía entender del todo.

«Te maldigo por ser tan increíble, Dorian Welsh», pensó.

Dorian se aproximó al borde del escenario, explorando entre el público hasta que sus ojos se encontraron por un instante con los de Viktor. Sin embargo, su atención se desvió hacia alguien que estaba al lado del vampiro, avivando una chispa de celos en su interior. Al girarse para identificar a la persona, se topó con Emma, la hermana menor de Dorian. Se sintió increíblemente estúpido.

—¿Tienes permiso para estar aquí? —preguntó, recordando la discusión que había presenciado entre los hermanos la noche en que los conoció.

Emma respondió con una amplia sonrisa, saltando al compás de la música, y asintió con entusiasmo desbordante.

—¡Sí! ¡Mi papá y Dorian me dieron permiso esta vez! —exclamó a través del ruido.

Viktor hizo una mueca de dolor ante su exclamación. Aunque estaba acostumbrado al bullicio y la música del club, los gritos tan cerca de él le irritaban los sensibles tímpanos.

—Voy por una bebida —se excusó, buscando alejarse del estruendo.

Se tambaleó hacia la barra y se cubrió los oídos, alternando entre taparlos y destaparlos hasta que el zumbido desapareció y pudo recuperar la audición. Aliviado, suspiró y se sentó en uno de los bancos.

—¿Qué te sirvo? —preguntó el bartender al verlo.

Viktor lo miró a los ojos y ejerció su poder de hipnosis sobre él:

—Tráeme un vaso vacío y una pajilla —ordenó—. Por favor.

El humano, con sus ojos teñidos de guinda y sus pupilas afiladas, obedeció con movimientos mecánicos. Colocó el vaso vacío y la pajilla sobre la barra, y Viktor le agradeció con un asentimiento.

—Vuelve al trabajo y actúa como si no estuviera aquí —ordenó una última vez antes de liberarlo. Tomó el vaso vacío, sacó una botella de sangre y la vertió en él. Colocó la pajilla dentro y, simulando que era una bebida exótica, la bebió con casualidad frente a los demás presentes. Nadie sospecharía que era sangre.

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