Capítulo XX: Atlante

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Bruce y yo salimos al oír el ruido que había en la calle, quedándonos atónitos al hacerlo. Había miles de atlantes preparándose para una batalla, con escudos, lanzas, espadas, tridentes y unas armas extrañas con forma de tubo.

La gente se sorprendió al vernos y también nos sonrió, abriéndonos paso. Lo que parecía ser toda la Atlántida me miraba... De pronto, apareció Hefesto de la multitud llevando una gran bolsa.

-Chica... ¡Han venido los dioses olímpicos restantes y todos los atlantes, menos los niños, para la batalla! Están esperando a Dominus y lo mejor: ¡Aquí tengo tu armadura! ¡Me ha salido mil y una de veces mejor de lo que esperaba a pesar de la prisa!- exclamó Hefesto emocionado.

Detrás de él apareció Poseidón, acompañado por mis padres. No dijimos nada en ese instante y solamente nos abrazamos con fuerza, provocando que las lágrimas resbalaran por nuestros rostros. En ese momento, Poseidón nos rodeó con sus grandes brazos y una minúscula lágrima cayó por su mejilla.

-Es ahora cuando debemos vengar a tu hermana y acabar con el reinado del terror del Mermado, pequeña. ¿Estás preparada para luchar?- preguntó el dios, dejando a los atlantes expectantes.

Bajé la mirada y después de unos segundos la dirigí a Poseidón. Asentí y Hefesto me dio la bolsa, que llevaba la armadura dentro. Volví al hospital acompañado de Bruce y mis padres para ponérmela. Al poco rato, escuchamos un grito de Poseidón.

-¡Ha llegado la hora de pagar por todo lo que has hecho Dominus! ¡OH! ¡¿Qué le has hecho a Zeus?! ¡¿Por qué está de tu lado?!

Lo que suponía. Nix había poseído a Zeus. El Mermado tenía de su lado al Rey de los Dioses. Ya me quedaba claro que la batalla, que ya había comenzado, no iba a ser fácil

Mientras me ponía la armadura se oían rayos y gritos de guerra que ponían los pelos de punta, por lo tanto, me di prisa. Me miré al espejo un momento y me sorprendí lo elegante que era. Se asemejaba a una armadura espartana, pero era de color azul turquesa y tenía unas escamas parecidas a las de un pez en la coraza y en los brazaletes. Además, tenía una falda espartana que parecía estar hecha de unas algas de color índigo.

Avisé a Bruce para ir a buscar el tridente y mi madre, antes de salir a la batalla junto a mi padre, se acercó a mí y me cogió suavemente la cara.

-Álzate y demuestra quien eres, hija mía. Siéntete orgullosa de ser atlante, de ser una diosa y de quién eres. Y no mueras. Sobre todo no perezcas y derrota a Dominus. Sé que tienes la voluntad para conseguirlo.

Mi madre me dio un beso en la frente y salió del edificio corriendo. Bruce y yo salimos por otro lado y el chico se agarró a mí fuertemente antes de que diera un gran salto hacia el Kentron. Caímos junto a la estatua e intenté agarrar el tridente, pero las manos de esta eran muy duras y resistentes.

-¡Esto se acaba AQUÍ!- gritó Poseidón, haciendo temblar la tierra y desmoronando varias paredes del Kentron.

Agarré el tridente y comencé a tirar de él, cada vez con más fuerza.

-¿Qué haces ahí parado, Bruce? Ayúdame a tirar. No puedo sola- dije.

El chico se había quedado pálido al ver un gigantesco tsunami a lo lejos y después asombrado al ver que se transformaba en un tentáculo gigante. Al darse cuenta de que le estaba hablando, se giró y me dijo que se le había ocurrido una idea. Bruce me dijo que apartara las manos un momento y empuñó su espada. Apuntó hacia una de las manos de la estatua, se concentró y asestó tal golpe que la hizo trizas. Hizo lo mismo con la otra y el tridente quedó libre. Lo agarré con las manos y su gran gema azul brilló a la par que la de Excalibur.

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