Capítulo XIV: Concepto

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Se podía vigilar casi toda la Atlántida desde el Kentron, desde la superficie hasta las profundidades. Desde luego, un punto estratégico perfecto para esperar la llegada de Ares, casi confirmada por los rumores de los atlantes. Y por supuesto, reinaba el terror y el dulce caos por las calles. Mientras yo observaba la Atlántida por una gran ventana, Nix salió de una habitación cambiada de ropa. Al oírla, me di la vuelta y me quedé conmocionado por un segundo. Llevaba un hermoso vestido negro y morado que me quitaba el aliento, y una diadema de flores oscuras. La diosa se pegó a mí y se dispuso a contemplar la ciudad.

-Sé que ahora tienes un objetivo muy claro en mente y lo respeto, Dominus... No obstante, ¿qué harás después?- preguntó Nix alzando la mirada.

-¿A qué te refieres con "después"?

Yo sabía muy bien lo que quería decir, sin embargo, yo no tenía respuesta.

-A tu futuro después de acabar con los dioses olímpicos. Piénsalo. Te liberarás de tus ataduras y podrás vivir tu vida- dijo Nix, agarrándome la mano.

-Si te soy sincero, no sé que haré. El mundo no está preparado para alguien como yo. Nadie me podría amar. Mira mi cara, ¡mi rabia descontrolada! Tengo la sensación de que ya solo puedo vivir en una guerra.

-Pues a mí me enamora cada grieta de tu gris cuerpo y amo cada ápice de tu infinita y ancestral mente. Los dioses te han tratado como a un monstruo y te han herido hasta convertirte en una máquina letal. Pero yo veo más allá. Descubrí que existías cien años atrás y te he estado observando de vez en cuando a lo largo de este tiempo. Una vez pude ver cómo jugabas con tu hijo cuando él apenas era un bebé... Tal vez seas un guerrero invencible, pero también un ser con emociones diferentes a la ira.

-No lo soy... He matado a una niña, Nix, y ahora quiero asesinar a su hermana...- dije apartando la mirada, pero ella me puso la mano en la mejilla y volví a mirarla a los ojos.

-Eso es lo que se merece Poseidón por robarte todo lo que te importaba, ¿acaso lo has olvidado? Y esa no es razón para que te deje de amar, Dominus.

-¿Estás segura de que quieres compartir tu vida conmigo? Hay millones de personas en el mundo. ¿Por qué yo?

-El amor es... Un concepto difuso, pero estoy segura de que te quiero.

Nix y yo estuvimos a punto de besarnos, pero nos interrumpió una luz cegadora de colores cálidos en el horizonte. En su centro, un hombre con una armadura espartana dorada. Ares había aceptado el desafío y se acercaba a toda velocidad con una espada kopis en cada mano. Agarré mi lanza y mi escudo, salté por la ventana y aterricé después de una caída de cuatrocientos metros sin sufrir daño alguno. Ares también bajó al suelo a pocos metros de mí y se quedó mirándome por unos momentos. Desde luego había tenido valor solo para presentarse ante mí. Él y yo no habíamos coincidido antes, pero ahora tenía enfrente mío al dios de la guerra. Atenea no había sido una adversaria digna, aunque suponía que sus principios y sus escrúpulos la habían hecho débil. Sin embargo, tenía puesta mis esperanzas en que Ares fuera un rival por lo menos complicado de derrotar, ya que no representaba la justicia.

-Has aceptado el reto, temido Brotoloigos- dije con una sonrisa debajo del pañuelo que me tapaba casi toda la cara.

-Tal vez no seas alguien sencillo de vencer, Dominus, pero no dejaré que hagas daño a esta gente. Voy a hacerte sufrir, a vencerte y a mofarme de ti, repugnante parasito.

-Soberbio y prepotente. Igual que todos los dioses. No me extraña que muchos humanos también sean así.

-Tu familia es humana... ¡Oh cierto! Lo era.

Solamente por haber dicho eso, me puse furioso y arremetí contra él con mi lanza, pero Ares me esquivó y me hizo dos rápidos y profundos cortes en el brazo. El dios era extremadamente veloz y habilidoso en el combate. Tanto que me costaba demasiado aunque fuera alcanzarlo y recibía decenas de heridas dolorosas y sangrantes. Aunque estas se curaban rápidamente, mi cansancio iba aumentando poco a poco. Ares dio un salto colosal y cayó esquivando mi lanza, quitándome el escudo con una espada y clavándome la otra en el hombro. En el momento que él intentó recuperar la espada de mi carne, le agarré del cuello con el brazo herido y le clavé la lanza en el abdomen. Él no tenía en cuenta lo rápido que mis heridas dejaban de hacerme sufrir y no pensaba que le agarraría tan fuerte con el brazo que estaba mermado. Ares, dolido y descolocado, me dio un tajo en la cara que me hizo soltarle.

-¡Imposible! Mi armadura es impenetrable. La forjó mi hermano Hefesto.

-Pues tu hermano también forjó esta poderosa lanza. ¿Qué opinas al respecto?- dije para intentar que pierda los estribos.

-¡No puede ser! ¡¿Qué le has hecho?!- gritó Ares escupiendo un poco de sangre.

Entonces, se abalanzó contra mí y comenzó a asestarme rápidos tajos, una tras otro, sin parar un solo momento. Me hizo caer de rodillas y, justo cuando las puntas de sus dos kopis me iban a atravesar el cuello, desvié el ataque con mi escudo y le pegué una patada al dios que lo lancé volando a cincuenta metros. Mientras él yacía en el suelo intentando levantarse con la fuerza de voluntad que le quedaba, yo me acercaba lenta, pero implacablemente. Miedo. Estaba convencido de que Ares sentía eso, pero me preguntaba el por qué. ¿Miedo a perder el honor? ¿Miedo a lo que yo le pueda hacer a los atlantes si perdía? ¿Miedo a la muerte?

-Si no tuvieras esa inmortalidad, no te enfrentarías a nosotros.

-Ríndete ahora, Ares... Te he vencido, sin embargo, no quiero que mueras aún. Dame tu armadura y te dejaré volver con los dioses- dije, agarrando del hombro al dios malherido y levantándolo.

-¡Preferiría morir! ¡No voy a fracasar contra un sucio y mermado monstruo como tú!- Ares me dio un golpe con su espada en la mano y lo solté.

-Voy a hacer como que no oído eso y te voy a dar una oportunidad más, dios patético.

-¡¡¡NUNCA ME RENDIRÉ!!! ¡¡¡SOY EL DIOS DE LA GUERRA!!!- gritó Ares, soltando sangre por la boca.

Lo agarré del cuello y él me clavó los kopis en las costillas, pero aguanté el dolor. Le quité el casco y le di un puñetazo en la cara tan poderoso que provoqué una onda expansiva y dejé al dios tumbado e inconsciente en el suelo. 








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