Capítulo 11: La generosidad de los humanos.

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Conducen a Wonrei a los aseos de los empleados y le dan un uniforme. El mamodo se da una ducha y piensa que jamás ha disfrutado tanto de nada como lo está haciendo en ese momento al sentir el agua caer sobre su piel reseca por el clima desértico. Abre la boca y deja que se llene de ese líquido que necesitaba tanto.

Se seca y se pone el uniforme que le han dado. Sacude la arena de su ropa y, tras doblarla con cuidado, la mete en la bolsa junto al libro. Sus nuevos compañeros le indican una taquilla donde puede guardar sus cosas, lo llevan a la cocina y le sirven algo para comer.

Wonrei come con apetito. Cuando termina, le encargan una serie de tareas que hace con ganas. No muestra cansancio ni se queja de ninguno de los trabajos, que van desde cargar cajas en el almacén de comida, hasta limpiar la cocina.

Hay pocos huéspedes, pero muy exigentes. Wonrei no trata con ellos en persona, pero si se los cruza, hace una reverencia como muestra de respeto.

Al llegar la noche, le enseñan un rincón de la cocina donde puede poner un camastro para dormir. El mamodo se muestra muy agradecido y nada más tumbarse, entra en un profundo sueño causado por el cansancio acumulado.

A la mañana siguiente antes del amanecer, Wonrei se despierta, recoge el camastro, se asea y empieza a limpiar la cocina para que todo esté listo a la hora de preparar los desayunos.

Llega el resto de sus compañeros, que no son muchos, y empiezan a encargarle tareas. Cuando las ha terminado, le dicen que ya tiene el desayuno preparado. Se lo toma con ganas, recoge y limpia sus cacharros y vuelve al trabajo.

El encargado, el señor Fa, está encantado con él. Es trabajador y educado. Dos cualidades que le parecen imprescindibles para un buen empleado, pero el chico no puede seguir trabajando sin contrato mucho tiempo.

—Wonrei, muchacho, ven aquí —lo llama—. Estoy muy contento con tu trabajo, pero si se enteran de que te tengo sin contrato y sin papeles me voy a meter en un lío. En un par de días viene gente de Beijing a pasar una temporada y me vendrá bien una ayuda extra pero, en cuanto se vayan, tú tendrás que irte también. Espero que lo comprendas.

—Lo comprendo, señor Fa. Ha hecho por mí mucho más de lo que podría llegar a imaginar. Le estaré eternamente agradecido —le responde el mamodo.

Cuando llegan los empresarios de Beijing, Wonrei no para de trabajar. Sus compañeros no quieren que se vaya, porque se esfuerza sin descanso y no muestra nunca ninguna señal de agotamiento ni ninguna queja.

Conforme pasa el tiempo, la inquietud de Wonrei aumenta. Su libro sigue mudo. Todas las noches lo abre antes de dormir. Pasa las páginas, pero no le dice nada.

«¿Por qué no me hablas?», piensa desesperado. Tiene miedo de que, si él no puede comunicarse con el libro, su hermana esté pasando por lo mismo porque, después de todo, fue él quien la entrenó. Ahora se arrepiente de haberlo hecho. Debería haberla preparado su madre. A la vista está que él no es capaz de controlar la energía mágica. Si supiera hacerlo, su libro ya le habría indicado el paradero de su compañero.

Una noche a la hora de la cena, mira unas fotografías de su familia. Mientras observa una que está con Lucky, se le hace un nudo en la garganta y le entran ganas de llorar.

—¿Esa chica tan guapa es tu jiejie (1)? —dice una voz a su lado.

Wonrei se gira y ve a Pao, una compañera de la cocina.

—Sí, es mi hermana Lucky. Pero es más que mi hermana, es mi mejor amiga. La echo mucho de menos.

—Yo no tengo hermanos. Bueno, ni yo ni casi nadie. Aquí las parejas solo pueden tener un hijo —le explica la chica.

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