Capítulo 27: La partida de ajedrez.

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Una tarde, aparece Albert en la habitación con un juego se ajedrez.

—Brago, he pensado que te apetecería jugar y así te distraes un poco. ¿Conoces las reglas del ajedrez?

—Sí, en Makai también tenemos este juego. Lo trajo un mamodo de la anterior lucha y se popularizó en seguida. Mi tutor me enseñó a jugar de niño. Me dijo que me ayudaría a preparar mi mente para los combates —le explica el chico.

—Es un juego de estrategia. Yo sé mover las piezas, pero no juego muy bien —se ríe Albert.

Empiezan la partida y Brago derrota a Albert con tres movimientos. Vuelven a jugar y Albert pierde de nuevo. Las partidas duran muy poco y en cada una de ellas, Brago vence al rey blanco de manera humillante.

—Me temo que no soy un buen contrincante —se disculpa Albert—. ¿Qué te parece si le pido a la señorita Sherry que venga a jugar contigo? Ella es una experta y seguro que te resultarán más entretenidas las partidas.

Brago asiente y Albert sale de la habitación. Al cabo de unos minutos aparece Sherry. Se sienta frente a Brago y empieza la partida. La chica sabe jugar muy bien y se mofa de su oponente:

—Mi reina blanca está acorralando al rey negro.

—Bah, lo importante es cómo acaba la partida.

—El tablero lo dominan las figuras blancas. Asúmelo, te estoy dando una paliza —se regodea la chica mientras toma un sorbo de té.

Tras un par de movimientos más, el rey negro es historia. La chica sonríe y le pregunta a Brago si quiere repetir.

—La verdad es que da gusto ganar de vez en cuando —le comenta Sherry mientras vuelve a poner las piezas en su posición original.

—¿A qué te refieres? —pregunta extrañado el mamodo.

—A que solo puedo jugar con Albert y es imbatible. Nunca he conseguido ganarle. Es el mejor jugador que conozco.

—¡¿Albert?! ¡Pero si le he vencido de la manera más humillante cada vez que nos hemos enfrentado!

Sherry suelta una carcajada.

—¡Te ha dejado ganar, Brago!

El chico se queda atónito. La mira con los ojos y la boca muy abiertos sin entender las razones.

—¿Por qué haría eso?

—Mira que eres cortito a veces. Para que jugáramos nosotros y nuestra relación mejore. Venga, empiezo yo que llevo las blancas.

Al cabo de un mes, el brazo ya está curado, pero Brago decide seguir quedándose en la habitación de Lucky.

Una mañana en la que el mamodo está en el jardín meditando, el libro negro, que descansa en su regazo, se pone a brillar con fuerza. Abre las páginas finales y encuentra un mensaje:

«Enhorabuena: Eres uno de los supervivientes en el mundo de los humanos. En estos momentos, quedan setenta mamodos. Sigue luchando y conviértete en el Rey de Makai».

Entra en el despacho de Sherry y se lo enseña. La chica lo lee asombrada, mientras Brago se aleja para mirar por la ventana.

—¿Solo quedáis setenta? Se han ido casi un tercio de los que empezasteis —le comenta. Está tan nerviosa que las gotas de sudor le recorren la cara.

—Ya lo sé, Sherry, sé contar. La batalla se está poniendo seria. Tenemos que emplearnos a fondo —le responde de espaldas a ella.

*******

Un par de semanas después, Brago localiza el rastro que estaba buscando. La señal le llega de Sudamérica. No puede ser muy concreto, pero cree que está en Brasil. No está seguro de que sea Sofis, es bastante más poderoso, pero se asemeja lo suficiente. Lo que el mamodo tiene claro es que merece la pena ir a buscarlo.

Sherry lo dispone todo para salir cuanto antes. Albert se encarga de organizar el viaje en el avión privado de la familia Belmont y, una vez en Brasil, alquilarán un helicóptero que él mismo pilotará.

El día del viaje, Albert los lleva en coche hasta París, donde tienen guardado el avión en uno de los aeródromos. Cuando entran en la capital, Brago nota el rastro mágico de otro mamodo y ordena a Albert que se desvíe para ir a buscarlo.

Se meten por el centro de la ciudad y al llegar al Jardin des Tuleries, Albert aparca el coche y Brago sale a toda velocidad seguido por Sherry. Cruzan los jardines corriendo y, al otro lado de la calle, encuentran al mamodo, que está comiendo cruasanes sentado junto a la pirámide del Louvre. Él también los siente, se pone de pie de un salto y deja caer los dulces. Brago lo mira con una expresión entre asombrado y aterrado. Agarra a Sherry de la cintura, se la carga a la espalda y huye lo más deprisa que puede. El mamodo los sigue muy de cerca. Al llegar al coche, Brago lanza a la chica para que la recoja Albert y le quita el libro negro. Se aleja de ellos a una velocidad de vértigo tras decirles que se marchen de ahí cuanto antes. Sin que los humanos tengan tiempo de entrar en el coche, el mamodo los alcanza y les grita agarrando a Sherry de la pechera:

—¡¿Por qué se ha escapado?! ¡¿Por qué no quiere pelear?! ¡¿Dónde está su asqueroso libro negro?!

—¡No lo sé! ¡Se ha llevado el libro y no entiendo que haya huido de ti! Nunca antes lo había visto tan asustado —exclama la chica, aterrada.

—¿Eres su compañera? —Sherry asiente con la cabeza—. Aléjate de ese cretino. No trata bien a los que lo rodean. Tengo que esperar al viejo, que tiene mi libro en el museo pero, en cuanto me junte con él, buscaré a ese cobarde y lucharé hasta que su libro negro sea cenizas —la amenaza lleno de rabia.

Sin decir una palabra más, les da la espalda y se dirige de nuevo a la pirámide. Sherry se queda temblando y Albert la tranquiliza con un abrazo. Se suben al coche y se dirigen al aeródromo. Al cabo de un rato, aparece Brago.

—¡¿Se puede saber a qué narices ha venido eso?! —lo reprende la chica a gritos—. ¿Quién era ese mamodo? ¿Tan poderoso es? ¡Creía que tú eras el más fuerte!

—Lo derrotaría con los ojos cerrados —le asegura Brago con firmeza.

—¡¿Entonces?! ¡¿Por qué no has querido luchar?!

—Porque es Danny —le contesta el mamodo con un hilo de voz.

—¿Se supone que debo saber quién es Danny?

Brago mira al techo mientras suelta un bufido y explica:

—Danny es el amigo de Lucky y el motivo de nuestra discusión.

—¡Oh! ¡¡Ese Danny!!

—No puedo quemarle el libro. No después de cómo me porté con ellos —dice compungido.

Sherry le sonríe. Y tras un momento sin decir nada, le indica que eshora de subir al avión. 

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