Capítulo 9: Silencio en el desierto.

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Desierto del Gobi, China, enero de dos mil uno.

El sol está ya a medio camino hacia el mediodía. Wonrei se despierta cubierto de arena. Ha aparecido en medio de un desierto junto a las ruinas de una pagoda. Se levanta y mira a su alrededor. Al norte: arena. Al oeste: arena. Al sur: arena. Al este: arena.

Solo se oye el viento; lo siente en la cara. Ese viento frío llega del norte.

«Bueno, ¿y ahora hacia dónde?», piensa.

Silencio.

Mira con extrañeza hacia su bolsa. El libro descansa ahí. Lo saca, lo abre, pasa las páginas.

Silencio.

—¡Dime algo! —le grita angustiado—. ¿Dónde está mi compañero?

Silencio.

Un sudor frío recorre la espalda del mamodo. «¿Por qué el libro no me indica el camino? ¿Es que aún no ha decidido quién será mi compañero?», se pregunta confundido. «Aquí no me puedo quedar, moriré de hambre y sed en cuanto se me acaben las provisiones».

Tiene que tomar una decisión difícil, va a ciegas. No sabe dónde está ni dónde se encuentra su compañero. Elige dirigirse hacia el este, de manera que, al caer la tarde, cuando esté más cansado, tendrá el sol de espalda y podrá continuar con mayor comodidad.

Empieza a caminar a paso ligero. No quiere forzarse para no tener que beber agua en exceso. Hace muchísimo frío, a pesar de que el sol luce en el cielo. Wonrei revisa sus provisiones. Tiene comida y agua para tres días, como no salga pronto de ese desierto, lo va a pasar muy mal.

No se detiene ni para comer. Su prioridad es salir de la arena cuanto antes. Conforme el sol se pone por el oeste, la temperatura baja. Su ropa está hecha con tejido mágico y lo aísla en parte de los cambios de temperatura, pero no es suficiente. Al caer la noche, el frío se acentúa. No encuentra ningún sitio para guarecerse; lo único que puede hacer es continuar su camino.

El viento sigue llegando del norte y le corta la cara al golpearlo. Wonrei no ha sentido un frío tan intenso jamás. Camina sin descanso guiándose por las estrellas para asegurarse de ir siempre en línea recta. No quiere cometer el error de volver al lugar de origen. Debe salir del desierto cuanto antes.

La oscuridad se rompe con la luz de la luna llena y eso le da tranquilidad. No se quiere imaginar lo que sería atravesar esa arena en una noche sin luna. Solo oye el silbido del viento en sus oídos, como si le advirtiese de los peligros que alberga ese lugar.

Las horas pasan, el cansancio amenaza con derrotarle, pero sabe que su única posibilidad de salir de ahí con vida es continuar sin detenerse. El frío es horrible, los pies se le entumecen. Si deja de moverlos, se le congelarán.

En medio de esa nada tan desesperante, solo puede pensar en algo que le inquieta aún más que la incertidumbre que causa el silencio de su libro: en Lucky. Le angustia no saber si está bien o mal, si su libro le está indicando el camino hacia su compañero, si se ha encontrado con algún otro mamodo... No quiere preocuparse por algo que no puede solucionar, pero no puede evitarlo. Necesita estar con ella y protegerla de ese mundo tan hostil. Le enfurece que no hayan aparecido juntos, aunque sabía que iba a suceder. Ya se lo dijo su madre: los mamodos aparecen desperdigados por el mundo humano.

El frío le atenaza los músculos y le nubla la mente. Intenta beber, pero el agua se ha congelado en el pellejo y no puede salir. Nota la boca seca. Los labios se le empiezan a cortar y siente la piel tirante. El miedo y la desesperación crecen en su interior.

Cerca del amanecer, vuelven las esperanzas. «¡Una carretera!», exclama en su interior. Ahí, en medio de la nada, hay un camino asfaltado. Loco de contento, corre hacia ella y empieza a seguirla. Las carreteras siempre llevan a algún lugar habitado. Más tarde o más temprano, llegará, de eso está seguro.

Las esperanzas de encontrar comida y agua le dan la energía suficiente para echar a correr. Amanece y la carretera aún no le ha llevado a ningún sitio. Conforme el sol sube, la temperatura aumenta, pero aún hace mucho frío. Y la sed se acentúa.

A media mañana, oye un estruendo a su espalda. Se gira y ve un camión que se aproxima a gran velocidad. Pasa por su lado y, aunque Wonrei le hace señales para que se detenga, el conductor no se inmuta y pasa de largo.

El mamodo sigue su camino. Está cansado, sucio, hambriento y, sobre todo, sediento. Pasan más vehículos, pero recibe la misma respuesta: lo ignoran.

Alrededor de mediodía, por fin, llega a una especie de barrio industrial. Busca entre los edificios y encuentra un hotel. No tiene dinero, pero es joven y fuerte. Espera poder trabajar a cambio de alojamiento y comida.

Entra en el edificio. Es un local pequeño, sin muchos lujos. De hecho, sin ninguno. Se acerca a la recepción y pregunta si puede hablar con el encargado. El recepcionista lo mira con repulsión. Wonrei se imagina el estado lamentable en el que debe encontrarse: sucio, cansado, lleno de arena...

El encargado llega y pone la misma cara al ver a Wonrei.

—¿En qué puedo ayudarte? —le pregunta sin cambiar la expresión de su rostro.

—Mi nombre es Wonrei. Llevo toda la noche caminando por el desierto. Apenas me quedan provisiones y aún no sé cuál es mi lugar de destino. ¿Podría quedarme aquí trabajando a cambio de comida y alojamiento? No necesito una habitación, solo un rincón donde cobijarme del frío.

—¿De dónde eres? ¿Cómo has llegado hasta aquí?

—Soy de muy lejos. No podría explicarle cómo llegué al desierto. No quiero causarle problemas, pero no tengo adónde ir. Si pudiera quedarme aquí, aunque solo sea un día, para poder comer y beber antes de proseguir mi camino, les ayudaría con cualquier trabajo que me pidan. Soy muy fuerte, sé cocinar y limpiar. Por favor, solo necesito agua y comida —suplica Wonrei al borde de las lágrimas. Siente tanta desesperación que piensa que si lo rechazan, se echará a llorar.

El encargado lo mira un rato sin decir nada. El mamodo le parece sincero y le transmite confianza. Sonríe y le dice:

—Chico, lo que más necesitas es una ducha. Acompáñame, puedes quedarte. Aséate y luego te daremos algo para comer.

Wonrei se arrodilla y pega la frente al suelo como muestra deagradecimiento.

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