Capítulo 1: Una dura prueba

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Makai, año novecientos noventa y seis del reinado de Dauwan. Cuatro años antes del Combate por el Trono.

—Así, muy bien, muchacho. Tienes que concentrar la energía del Reis. Intenta mantener el conjuro un poco más de tiempo —lo dirige Kosmo, su entrenador.

Brago se concentra en desviar uno de los obstáculos que le ha puesto Kosmo usando solo el Reis. Es un ejercicio muy difícil y ha de concentrarse al máximo. Tiene la frente cubierta de sudor. Cuando, consigue desplazarlo, oye una voz en la puerta que dice:

—Muy bien, hijo. Ahora aséate, hoy cenamos juntos. —La Virreina Alyssa le habla desde la puerta sin un ápice de sentimiento.

Brago se seca la cara y el torso con una toalla y le pregunta extrañado:

—¿Hoy quiere cenar conmigo, madre? ¿Y eso?

—Hay algo que tengo que comentarte. Ahora ve a la ducha, que estás todo sudado —le ordena con repulsión.

—Bah —suelta Brago con desgana. Tira la toalla al suelo y se dirige hacia su habitación.

Cuando el chico se ha ido, la Virreina continúa sin cambiar la expresión de la cara:

—Kosmo, abre las ventanas. Aquí huele a mamodo que no deja respirar. —Y tras decir eso, se retira.

Después de la ducha, Brago se viste con su habitual indumentaria: chaleco, pantalones y capa de piel de pelo negro largo, y se reúne con su madre en el comedor del ala del Palacio Real destinada a la Virreina, donde han dispuesto la mesa para que cenen los dos.

Encuentra a su madre mirando por la ventana. Es una mujer alta, con el pelo moreno suelto que le llega hasta las rodillas. Lleva un vestido negro hasta el suelo con azabaches bordando el bajo. Su porte es altivo y su gesto, serio. Tiene la piel pálida y en la cara, partiendo de sus ojos, se pueden ver las mismas cuatro marcas con forma de puntas de flechas que tiene su hijo: dos hacia arriba y dos hacia abajo.

Brago se acerca a su madre y le dice:

—¿Me va a explicar de una vez para qué quiere cenar conmigo?

Alyssa apoya las manos en los hombros de su hijo. Es mucho más alta que él.

—Vamos a la mesa —le ordena sin darle ninguna explicación. Siempre le ha gustado hacerse la interesante.

El chico está confundido. Su madre nunca quiere compartir su mesa con él. Ni la mesa, ni nada. Se sientan y Brago empieza a comer sin mirar a su madre. Su madre lo observa sin probar bocado.

—Brago, a partir del próximo curso vas a ir a la escuela —le informa con voz autoritaria.

El muchacho deja de comer y la mira.

—¿Para qué? —pregunta extrañado—. Tengo los mejores instructores aquí. No necesito salir del palacio.

—Necesitas conocer a otros mamodos de tu edad, saber cómo piensan, encontrar sus debilidades. Eso puede ser crucial en la Batalla por el Trono.

—Bah.

—Yo no fui educada como tú —continúa muy seria.

—Lo sé —le dice con desgana.

—Si llegué hasta el puesto de Virreina, fue porque formaba parte de esa chusma de mamodos. Los conocía y sabía dónde atacarlos. Tú te has criado en una burbuja llena de comodidades...

—¡¿Comodidades, madre?! —la interrumpe su hijo, enfadado—. Me estoy matando a entrenar y estudiar desde que tengo uso de razón. Apenas tenía cincuenta años (1) cuando me mandó a mi primer ejercicio de supervivencia. He pasado más noches en vela entrenando que durmiendo...

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