VEINTE

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La mujer me miró con incomodidad.

—¿Puedo sentarme? —preguntó mirando la silla vacía a mi lado.

Miré a Hyungsik. Él estaba tan confundido como yo.

—¿Después de que se siente me va a decir quien es y que quiere? —pregunté.

—La conversación que vamos a tener se va a demorar —respondió.

—Siéntese entonces —con resignación señalé la silla.

Se sentó y se aclaró la garganta.

—Mi nombre es Danielle, y soy la esposa de tu padre.

Esas simples palabras me dejaron helada. Así que mi padre se había vuelto a casar. No me interesaba en lo más minimo saberlo. Lo que hiciera con su vida no era mi problema. Mi abuela siempre decia que no debíamos guardar rencor porque esos sentimientos negativos solo nos hacen daño a noostros mismos. Pero yo no podía evitarlo. Él era el culpable de todas las desgracias que me habían pasado en la vida y eso no podía perdonárselo ni aunque me lo rogara de rodillas y llorando lágrimas de sangre.

—Ya sabe quien soy asi que dígame qué es lo que quiere —le dije. A pesar de que sabía que esa mujer no tenía la culpa de nada de lo sucedido, no podía cambiar mi actitud hostil. Ni aunque lo intentara y tampoco lo estaba intentando la verdad.

—Vine hasta aquí a pedirte o a rogarte si es necesario que vayas a ver a tu padre —respondió con cierto tono de desesperación en su voz.

La miré como si acabara de afirmar que la tierra es plana o que el cielo es verde o alguna otra cosa muy pero muy estúpida.

—Como se nota que no le ha dicho nada —dije.

Ella pareció un poco intimidada.

—Te equivocas... él me habló de las razones por las que lo odias tanto —dijo evitando mirarme. 

—Mentira. Si le hubiera contado todo usted no se hubiera atrevido a venir hasta aqui a decirme eso.

—Tu padre tiene los días contados, Natalie. Varios médicos le dijeron que le quedan tres meses de vida. Se está muriendo y necesita que lo perdones para poder estar en paz.

Algo tenia que haber de malo en mi porque la idea de que mi padre se estuviera muriendo no me conmovia. No sentía lástima por él ni pensaba ni por un momento en perdonarlo. Ni siquiera quería saber qué era lo que tenía. Si es que tenía algo porque tampoco podía estar bien segura de eso. Miré a su esposa y me pregunté de donde habría sacado a una mujer tan elegante y bonita si él no era nadie, no tenía nada, nunca había tenido nada en realidad y tampoco era un buen hombre.

—Me importa un carajo si se está muriendo o no —dije y golpee la mesa con el puño cerrado— yo no voy a regresar y mucho menos para perdonarlo. Que lo perdone Dios si existe porque lo que soy yo, no lo pienso hacer.

Ella me miró casi horrorizada. Como si yo le diera miedo. Tal vez no debía ser tan contundente en mis palabras pero estaba diciendo lo que sentía. Perdonarlo nunca había sido una posibilidad. ¿Qué me importaba que le quedaran tres meses de vida o uno o dos días? A el le había importado un carajo que yo tuviera catorce putos años cuando pasó lo que pasó. Nunca me quiso ni se preocupó por mí. ¿Por qué me iba a preocupar yo por perdonarlo?

—No puedes decir esas cosas —dijo y le dedicó una mirada incómoda a Hyungsik— no puedes negarle el perdón o no podrá descansar en paz.

—Si no descansa en paz se lo merece —le respondí sin dudarlo ni un poco.

Ella miró a su alrededor sin saber qué mas decir para convencerme. Pobre, se notaba que mi padre no le había dicho que es difícil hacerme cambiar de opinión. Había hecho ese viaje tan largo para nada.

Winter sunrise in Seoul - PHSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora