VEINTIUNO

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Me arreglé el vestido, me puse los aretes y me miré en el espejo una vez más

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Me arreglé el vestido, me puse los aretes y me miré en el espejo una vez más. Había llegado el día. John Smith no sabía ni sospechaba que la muerte le estaba respirando en la nuca precisamente el día de su cumpleaños.

Como a él le parecía que haber venido a este mundo era un gran acontecimiento, había organizado una fiesta en un club a las afueras de Seúl. Hyungsik terminó de hacerse el nudo de la corbata y giró para mirarme.

—¿Estoy bien así? —preguntó.

Le sonreí.

—Tú nunca lo has creído pero eres muy guapo —le respondí mientras me acercaba y le daba un beso.

—Antes pensaba que no lo era lo suficiente. Por algo tú no te habías fijado en mí.

—Ya me había fijado en ti. Lo que pasa es que no me había dado cuenta porque estaba medio estúpida. Pero teniéndote a ti en frente es imposible no prestarte atención.

Sonrió y puso sus manos en mi cintura. Me miró a los ojos mientras me acercaba a su cuerpo. Podía percibir el calor de su piel a través de la ropa. Se me secó la boca de inmediato. Desde que me había dado cuenta de que estaba ahí, mi deseo por él no se apagaba. Pero no podía pasar nada o llegaríamos tarde.

—¿En qué piensas? —preguntó cuando sintió que puse mis manos en sus hombros y las bajé despacio hasta su abdomen.

—En lo que me encantaría hacer contigo ahora si no tuviéramos ningún afán —le respondí.

Sonrió y sentí como sus músculos se tensaban bajo la tela de la camisa.

—Podemos hacer eso rapido y venir para hacer lo que quieras —dijo.

—Me parece una idea excelente —le respondí.

Me alejé porque si seguia tan cerca de él no respondía por mis actos. Y yo tenia que salir e ir a cumplir con lo que había planeado durante varias semanas.

Hyungsik se puso la chaqueta, yo tomé mi bolso y salimos. Tras un viaje breve en auto llegamos a nuestro destino. Sin duda alguna John Smith había invitado a quienes habia podido pues había una cantidad de personas entrando. Dejamos el auto y nos acercamos a la entrada. Un joven estaba recibiendo las invitaciones. Me había tomado mi tiempo falsificándolas y estaba orgullosa de mi trabajo. Las recibió y leyó los nombres en voz alta.

—La señorita Natalie Swind y el señor Park Hyungsik.

Asentí.

—Los mismos —dije.

Sonrió y me devolvió las invitaciones. Las guardé en el bolso y entré del brazo de Hyungsik. Adentro todo era lujo. Del techo colgaban lamparas de cristal y el piso estaba cubierto de alfombras aparentemente caras. Las mesas estaban decoradas con ramos de flores blancas y manteles dorados. John Smith era un hijo de puta, de eso no había duda pero de que tenía buen gusto, tenía buen gusto. Nos sentamos en una mesa y yo comencé a mirar a mi alrededor en busca del cumpleañero. El mesero pasó con una bandeja llena de copas de champaña. Tomé dos y le di una a Hyungsik. Él bebió un sorbo y yo me quedé mirando sus labios húmedecidos por el líquido.

—¿Muchas ganas de besarme? —preguntó antes de beber otro sorbo.

Sonreí.

—Las que tengo siempre —le dije y me acerqué para hablarle al oído— de besarte y de otras cosas. Ese traje te queda demasiado bien y me causa malos pensamientos.

Sonrió y dejo la copa sobre la mesa.

—No me digas esas cosas que estamos en un lugar público.

—Lo sé. Voy a hacer lo que vine a hacer lo más pronto posible para largarnos de aquí y pasar a segunda base.

John Smith entró en la sala y de inmediato casi todos los invitados se levantaron a felicitarlo. Se hizo un gran alboroto. Esperé hasta que pasó hasta el otro lado de la sala e inició un discurso.

—Muchas gracias a todos por venir  a acompañarme en este día tan especial. No hay una mejor forma de pasar un buen cumpleaños que una reunión con las personas más cercanas a mí a las que más aprecio —dijo y tomó una copa de champaña que le ofrecían para levantarla en alto— salud por mí. Por la vida larga que espero tener.

Quise reírme al escucharlo. Si le quedaba una hora de vida era mucho. El grupo de músicos comenzó a tocar alguna pieza de música clasica. Odiaba esa musica porque era la que sonaba siempre en su casa cuando me llevaba a la fuerza y me obligaba a quedarme todo el fin de semana. Sacudí la cabeza para apartar los recuerdos. Pronto serían enterrados con él.

Tuve que esperar lo que pareció casi una eternidad hasta que lo vi salir. Salí tras él y lo seguí. Me quité los zapatos de tacón para no hacer ruido y que no notara que lo seguia. Caminó por un angosto pasillo hasta abrir una puerta. Entonces se dio cuenta de que estaba a pocos pasos de él.

—¿Qué estas haciendo aquí? —preguntó mirándome fijamente.

—No creo que sea tan idiota como para no imaginarlo —le respondí.

Puso esa sonrisa arrogante que yo tanto odiaba.

—¿Acaso quieres vengarte? —preguntó.

—Desde el mismo maldito momento en que usted me puso una mano encima —respondí— me hizo vivir el infierno en la tierra y eso es imperdonable.

Saqué el cuchillo del lugar donde lo había ocultado bajo el vestido. Lo tomé con fuerza y comencé a acercarme. No había dado más de unos dos pasos cuando escuché el sonido de un disparo. Miré a mi alrededor demasiado confundida. Volví a mirar a John y me di cuenta de que estaba sangrando. Tenía las manos en el pecho y miraba con confusión al interior del baño. Me asomé para darme cuenta de que ahí estaba mi padre con un arma en la mano. Parecía que había pasado un siglo desde la última vez que lo había visto. Estaba tan cambiado pero aun asi no me costó reconocerlo. Yo sabía que era él. 

—Mi niña —dijo. 

Hacía demasiado tiempo que no me llamaba de esa manera. Yo no sabía ni qué decirle. Hyungsik llegó a mi lado y tomó mi mano. Lo miré un momento y después miré a John. Se desangraba en el suelo. Era más que evidente que no se salvaría. Sentí un gran alivio cuando cerró los ojos y dejó de respirar aunque tenia que haber sido yo la que lo matara. 

—Vamos —le dije a Hyungsik y di media vuelta para irme. 

—Espera —mi padre salió del baño y con la luz del pasillo pude ver realmente qué tanto había cambiado. Estaba realmente desmejorado. Era cierto lo que me había dicho esa mujer, su esposa. Al verlo no quedaba duda de que estaba enfermo— tengo que hablar contigo. 

—Yo ya sé lo que vas a decirme y creo que este no es el lugar indicado para hablar. Van a venir a buscarlo y se van a dar cuenta de que lo mataste. 

—Tú tambien venías a eso ¿verdad? 

—A mí era a la que le correspondía eso. 

Seguí caminando sin mirar atrás e ignorando cómo me pedía perdón una y otra vez. Llegamos a la salida y fuimos al estacionamiento a buscar el auto. Cuando nos subimos me puse el cinturón y respiré profundo. Por fin me sentia completamente en paz. Como si me hubiera quitado un peso de encima. 

—¿Cómo te sientes? —preguntó Hyungsik mientras ponía su mano sobre la mía. Le di la vuelta para juntar nuestros dedos. 

—Tranquila —le respondí— en paz. 

Winter sunrise in Seoul - PHSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora