XVIII. Ojos Tristes

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«Mew»

Las seis de la tarde, y tras la ventana del avión veo como estamos a punto de volar, el paisaje es hermoso, las montañas a lo lejos le dan un toque tan místico que fue una lastima que el río de Limago no lo haya visitado.

Estoy cansado, será un vuelo de doce horas y planeo llegar antes de que Nayla vaya a clases, quiero acompañarla porque aunque me e quedado sin empleo por haberme ido sin avisar, fue algo a mi favor porque al menos así podré pasar tiempo con mi hija en lo que consigo otro, Tull fue el que llamó a la madre de Leo y después habló conmigo, dijo que se habían molestado por haberme ido sin avisar. No me importa. León era mil veces más importante que ese estúpido trabajo.

Cierro los ojos, pasando por mi mente los recuerdos dolorosos de ver a toda la familia de Leo, a sus amigos, a los nuestros, personas allegados ahí, todos siendo testigo de como un ser tan amable, divertido, y sobre todo por mucho que vivir se había ido para nunca volver. Y esta vez no me había invitado a su vuelo, se había ido solo, sin siquiera compartirme que desde hace más de cinco meses, su condición se había complicado, el Lupus lo estaba consumiendo poco a poco, y la gota que lo hizo partir, había sido una infección respiratoria, eso acabó con su vida, dejó de respirar y yo no estaba para ayudarlo. Maldita sea.

"Él no quería preocuparte.. decía que eras capaz de tomar un vuelo y volver..."

Me dijo su madre cuando me abrazaba al verme llorar en una esquina, y es que claro que lo iba a hacer, cuando volví a Tailandia, él prometió contarme todo, pero no, se lo guardó y juro que duele mil veces más porque no me lo esperaba, jamás, nunca.

Limpio las lágrimas que bajan de mis ojos, de fondo el piloto nos avisa que estamos despegando y veo como por la ventana el paisaje comienza a "moverse", después tomamos altura hasta que todo se ve del tamaño de una hormiga. Y allá voy, así como hace seis meses para regresar a mi país.

¿Ahora que razón tenía para volver aquí?, Ninguna. Ni siquiera la oferta de trabajo que el padre de Leo me ofreció antes de tomar mis maletas.

"Si quieres volver, o quedarte, siempre habrá un lugar aquí para ti"

Me lo dijo con su tono de voz fuerte así como la tenían todos los alemanes y solo sonreí al agradecerle. Sino fuera por Nayla, juro que lo pensaría. Ni siquiera sé que cara le voy a dar a Gulf por lo que pasó esa noche, ese beso, creo que me tomé muy enserio las palabras de Leo, no voy a negar que mi mente voló cuando toqué su lengua, mi corazón vibrar al sentir como me correspondía pero luego me bajó de mi nube al empujarme. Está bien, me lo merecía por atrevido.

Idiota, eso soy, porque luego tengo la maldita mala suerte de que todos oyeron como dije que extrañaba a Gulf. Me quería dar contra la mesa. Aunque no era mentira que le echaba de menos, tampoco necesitaba que todos se enteraran.

-- ¿Algo de tomar? -- me ofrece la azafata pero le agradezco.

Ella se va, dejándome a solas de nuevo y trato de dormir. Esperando que ellos estén bien, que no me hayan necesitado en este tiempo y sobre todo, me muero por ver a mi hija, escuchar su risa, sus conversaciones que duran minutos sin parar de hablar y le escucho atento, a Gulf, que aunque me odia con todo su ser, quiero ver esa sonrisa que ilumina el día cuando sus dientes se asoman.

A veces quisiera tomar a ambos, y encerrarlos en una caja de cristal donde nada pudiera pasarles. Dónde Nayla fuera así de pequeña para siempre, y nunca se fuera de mi lado. Es un sueño egoísta pero en mi mente es perfecto, donde estoy con Gulf hasta ser ancianos, y el sueño más imposible es donde tal vez pueda haber un bebé por ahí, pero de todo, eso es lo más difícil de lograr. Nayla ha sido mi regalo de la vida y dudo que pueda tener otra oportunidad, por eso necesito hacerlo bien, que ella sea la más feliz de todo el mundo y algún día pueda decirme papá.

¡PAPÁ EN APUROS!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora