Melissa
Tuve que irme.
Chiara llamó a las seis de la mañana para decirme que su mamá había llegado de Italia y que debía irme hoy del apartamento porque necesitaba la habitación. Ahí fue cuando me di cuenta que mi mundo comenzaba a tambalear de verdad y que no sabía qué haría con un pie lesionado y ahora sin casa.
Como pude me arreglé y salí del apartamento de Akın, el cual curiosamente quedaba en la misma zona que una vez vi para encontrar un apartamento, solo que no me gustaba el sitio.
Otra casualidad.
Aún tengo el tobillo adolorido, pero no tan inflamado como anoche, sin embargo, está muy feo. Me cuesta caminar correctamente y estar saltando de aquí para allá cansa mucho.
Entonces, cuando salí del apartamento, me asusté al ver a Conrad, el chofer de Akın, en el ascensor. Él estaba en ropa deportiva, supongo que estaba yendo a hacer ejercicio. Me miró y me preguntó si estaba bien; le conté como pude lo que ocurría y el pobre hombre me vio con cara de lástima y me dijo que me llevaría a mi edificio.
Estando en el auto, con un silencio incómodo y mirando solo por la ventana, le digo a Conrad—: No le diga a Akın que me ayudó, por favor... Creo que lo mejor es dejar todo así.
Cuando le dije eso, él me miró sin entender, pero luego volteó su mirada a la carretera.
— ¿Así como, Melissa hanım?
—Siendo una casualidad.
Él no emitió más palabra. Cuando llegamos a mi edificio, no se quiso ir, a pesar de que le dije que lo hiciera. Es por ello que ahora está afuera del apartamento de Chiara, esperando a que yo recoja mis cosas y poder salir de aquí a quien sabe dónde.
Chiara y su madre se disculpan por lo ocurrido, pero aun así no me dicen que me quede hasta encontrar un sitio. Supongo que son así y que ya me dieron mucho tiempo para irme, pero no lo había hecho porque no he encontrado otro lugar.
Mi vecina me pregunta sobre el hombre que está afuera esperándome, solo le dije que era un conocido que me está ayudando.
Toda la situación cambia cuando toques suenan en la puerta de entrada y la madre de Chiara abre y ve a un hombre de casi un metro noventa de alto y que con acento turco pregunta por mí.
Mi vecina y yo nos miramos, mis ojos deben estar bien abiertos cuando veo al susodicho entrar al apartamento.
—Melissa —anuncia al mirarme. Se presenta ante todas y solo se me queda viendo—. ¿Estás bien?
—¿Qué haces aquí? —pregunto, luego dirijo mi mirada hacia la puerta—. Le dije a tu chófer que no te dijera nada.
—Ya estoy aquí —afirma—. ¿Qué está pasando? ¿Necesitas alguna ayuda?
No sé por qué está aquí, no debería. ¿Por qué intenta ser un salvavidas en cada momento? Esto de que alguien quiera ayudarme no es tan seguido, y desequilibra un poco mi independencia. Desde que me divorcié, creé una coraza en que nadie ni nada puede lastimarme, en que solo soy yo ante el mundo; pero él está aquí, tratando de ayudarme y con una sincera preocupación en sus ojos.
Me desequilibra.
—Ven —le digo para hablar a solas con él en una parte más apartada de la sala, lejos de las dos mujeres que esperan a que me termine de ir. Una vez que estamos alejados, le miro y hago una mueca—: Pues, aquí es donde me estaba quedando. Debo irme hoy a otro lugar, porque la mamá de mi amiga llegó a la ciudad y necesita la habitación.
ESTÁS LEYENDO
Dulce deseo
RomanceMelissa Deniz es una directora de museo que está cansada de vivir una vida rutinaria, pero tampoco hace algo para cambiarla. Se divorció hace seis meses y aún no tiene claro qué será de su vida cuando su exesposo le dé la mitad del dinero del aparta...