Salvada.

Adelante.

Terror. Pánico. La sensación de que con aquello todo cambiaría. Había tratado de retrasar aquel momento todo lo posible. Pero tenia que hacerlo. Tenia que comprobar si la operación había salido realmente mal.

Solicite que solo estuvieran los enfermeros y la doctora. Imaginarme a mis amigos frente a mi mientras me caía al suelo como una inútil, no era precisamente agradable ni estimulante.

-Cass, agárrate sin miedo a los chicos- me dijo la medica haciendo referencia a los dos enfermeros que nos acompañaban.

Me colocaron sentada en el borde de la cama. Ambos enfermeros me ofrecieron los brazos para que me apoyara y bajara al suelo. Me temblaba el aliento.

-Vale, ahora iremos a la sala de rehabilitación. Trataremos de hacer unos estímulos y ver como están tus terminaciones nerviosas. ¿De acuerdo?- preguntó la doctora.

Yo asentí sentada en la silla mientras clavaba mis uñas en los reposa-brazos. Mientras íbamos hacia la sala de rehabilitación trataba de hacer una lista mental de cosas positivas de estar en silla de ruedas. Ninguna era positiva... Estaba empezando a plantearme la posibilidad de meterme a los juegos Paraolímpicos cuando llegamos a la sala.

Esta era a la vez un gimnasio, por lo que no estábamos solos. Algo que no me hacia la más mínima gracia, pero aun así decidí ignorar cualquier mirada que pudiera recaer sobre mi. Pero me fue imposible ignorar una mirada. La de Vincent. El estaba en un banco haciendo pesas. Sus ojos estaban clavados en mi mientras subía y bajaba unas pesas. Sus brazos estaban fuertes, quizás en el tiempo que llevábamos allí había empezado a trabajar su cuerpo. Y la verdad era que estaba muy bien.

-De acuerdo, Kevin, Anderson -empezó la doctora reclamando la atención de los dos enfermeros.-Ayudarla para que se agarre a las barras.

Las barras en cuestión eran dos barras situadas a un metro y medio de altura del suelo, paralelas entre si y con una colchoneta muy mullida al rededor.

Kevin y Anderson me alzaron colocándome entre las barras a las cuales me sujeté con toda la fuerza del mundo.

-Debes tratar de dar unos pasos, Cassandra. Tienes que ayudarte con las barras, sí. Pero lo esencial de todo esto es que tú trates de que las piernas funcionen. -me recordó la doctora mientras sacaba una libreta y comenzaba a hacer apuntes.- Bien chicos, dejadla sola.

Cuando los dos enfermeros se alejaron agarré con aun más fuerza aquellas barras. Mis brazos temblaban ya que estaba cargando en ellos todo el peso de mi cuerpo. Sentía unas ganas horribles de llorar, de pura impotencia al sentirme tan ridícula, incapaz de tratar de avanzar. Entonces alcé los ojos y vi a Vincent mirándome. Con una sonrisa condescendiente en sus labios. Esgrimiendo en ella mil y una burlas. ¿Como alguien con quien compartí tanto, a quien tanto quise y tanto me quiso, pudo cambiar así? <<Por tu culpa...>> susurró la cruel voz de mi cabeza. Y era cierto, yo le llevé a aquello. A perder la memoria... Casi quedarse ciego... Pero no iba a permitir que la culpa se convirtiera en mi paria personal. Quizás ese tipo que me miraba ya no era Vincent, quizás murió en el accidente. Si ese fuera el Vincent que yo conocía estaría allí a mi lado, dándome ánimos. Prometiéndome ir a hacer mil cosas si me esforzaba en tratar de andar.

Parte de mi negación a querer caminar era el sentir culpa. ¿Que derecho tenía yo a andar de nuevo cuando Marina había muerto y Vincent había perdido media vida? Esa era la pregunta constante que me había tenido aferrada a la cama del hospital. Pero al ver a Vincent allí, riéndose de mi desgracia como si eso fuera una forma de venganza me encolerizó.

Al principio fue como una llamarada, algo que recorrió mi muslo como un estallido y que luego bajó hasta mis pies dejándolos fríos. Era mi pierna derecha, la desagradable sensación que había sentido era causada por mis temblores al haberla dejado en el suelo. Al bajar la pierna izquierda se repitió la misma sensación. Una gruesa lagrima brotó de uno de mis ojos mientras apretaba la mandíbula, sin dejar de mirar a Vincent que aun sonreía.