27 ❝ 𝐌𝐞𝐞𝐭 𝐓𝐡𝐞 𝐏𝐚𝐫𝐞𝐧𝐭𝐬 ❞

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El silencio reinaba en aquella pequeña y modesta casita con paredes de naranja suave, con suelos de madera adornados por alfombras moradas y rojizas, viéndose rodeados por cómodas con pequeños dibujos hechos a mano, bibliotecas llenas de libros variados, un gran comedor de apariencia interminable, con algunos juguetes regados bajo aquella cálida y amarillenta luz.        

Aquel zorro no sabía qué hacer más que mantenerse sentado en el suelo, quedando al mismo nivel que su novia en la mesa, nervioso por la mirada de los padres de aquella que era su prometida, sin saber bien qué hacer o reaccionar.

— Entonces... —inició el padre de la joven, viendo de reojo al zorro sentado frente a su mesa, sin inseguridades, solo enojo— ¿Desde cuándo se conocen?

— Tres años —responde el zorro, sin perder contacto visual con aquellos padres, quienes pese a verse gorditos y esponjosos no son del todo confiables si quiere salir de esa madriguera con vida.

— Hmm... —gruñó el conejo mayor, encogiéndose de hombros.

— ¿Dónde se conocieron? —pregunta la madre, con los brazos cruzados, viéndose extrañamente estricta, aún con sus hijos corriendo y haciendo ruido a sus espaldas.

— Yo me encontraba en-

— ¡Fue en el trabajo! —interrumpe la coneja rápidamente, sonriendo— Fue mientras trabajaba con parquímetros —agrega, dándole una mirada rápida a su novio, quien ahora entendía mejor.

— Sí, así fue —carraspea nervioso, inclinando sus orejas, entendiendo que no debía decir cómo fue que ocurrió su primer encuentro, había que mentir un poquito—, fue mientras la ayudaba en un caso.

— ¿Así que fue él el que te ayudó, Judy? —inquiere con asombro su padre, viendo con gran sorpresa a su hijita.

— ¿Entonces eres policía? —se apresura a preguntar la madre, viéndose tanto sorprendida como asustada.

— Sí —no podía decir que por aquel entonces era un criminal que años después se vió indultado al unirse al cuerpo de policía, detalles, detalles que realmente no valían ni significaban nada en lo absoluto—, exactamente.

Ambos padres retenieron la respiración, bajando sus orejas, viéndolos, sin saber bien qué pensar.

— Y dígame, Nick —carraspeó el padre conejo, haciendo un esfuerzo por seguirse viendo firme, haciendo contacto visual con el zorro—: ¿Qué intensiones tiene con mí hija, Judy?

— Yo...

— ¿Acaso piensa cuidarla o sigue siendo una bestia? —pregunta, tocando fibras sensibles en el proceso, ganándose una mirada de desaprobación por parte de su esposa.

— ¿Eh...?

— ¿Es usted el responsable de que nuestra hija esté tan ocupada como para no llamarnos? —insiste, entrecerrando los ojos, viéndose notoriamente más degustado con cada segundo.

— Mi-mire... —intenta hablar, teniendo a un quinteto de conejitos jugando con su cola, camisa, brazos y orejas, sin saber qué hacer, viéndose superado por las acusaciones que no sabía cómo regresar, con su novia mirándolo preocupada.

— ¿¡Si quiera ha pensado en casarse con ella!? —grita, levantándose bruscamente, golpeando la mesa en el proceso.

— SÍ —bocifera, levantándose de golpe también, golpeando la mesa por igual, mostrando sus colmillos, logrando que un par de conejitos lo suelten—, SÍ LO HE PENSADO Y ES ALGO QUE VAMOS A HACER.

Todos los hermanos de la conejita de orbes violetas se giran a ver, algunos sonrientes, otros sorprendidos y los demás aterrados. Judy cubre su boca con sus manos, abriendo sus ojos de par en par, sorprendida por completo, mientras que sus padres se quedan con la boca abierta, viendo lo alto que era aquel zorro realmente.

— Escuchame bien, Señor Hopps —inicia, tratando de serenarse, inclinándose sobre la mesa—, no soy un conejo, mucho menos soy una presa como ustedes y quizás en el fondo sí sea una bestia como ustedes tanto temen, pero voy en serio cuando les digo que Judy ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida y que soy capaz de dar mí vida por la suya —habla, viendo a aquellos dos conejos con seriedad y franqueza, clavando sus uñas, manteniendo bajo control la ira que le daba el que sintieran miedo y rechazo hacia él, agradeciendo que su conejita no fuera así—. Yo la amo y adoro con toda mi alma, solo quiero cuidarla y hacerla sonreír hasta el final, es todo lo que quiero y es lo que haré les guste o no —finaliza, soltando al mesa, sentándose nuevamente en el suelo, con los brazos cruzados, dejando que ahora fueran diez conejitos los que se subieran sobre él para jugar.

La impresión que había hecho sería difícil de superar.

La conejita de orbes violetas se había visto conmovida por las palabras del mayor, dejando salir algunas lágrimas de felicidad, mientras que sus padres se habían quedado con las orejas abajo, impresionados de ver un depredador que tuviera el valor de ir contra su “naturaleza”, encariñadose con una presa.
Sin duda el mundo había cambiado para bien, cosa que ahora podían ver de mejor forma.
Quizás su hija no se equivocaba al decir que aquellos que fueron depredadores salvajes habían cambiado por completo.

El zorro los seguía observando, silencioso, sin dejar de verse imponente aún con ahora quince conejos jugando y trepados sobre él.
Sin duda había que dar alguna respuesta.

— Tienes la bendición para casarte con nuestra hija —sentencia el conejo mayor, resistiéndose por completo a sonreír, esperando haber hecho lo correcto.

— ¿QUÉ? —gritaron tanto presa como depredador al unísono, cambiando sus semblantes a unos de sorpresa absoluta.

— Bajo la condición de que nos inviten a la boda, claro está —agrega la madre, agitando su rabito algonado, sin poder evitar sentirse más calmada y felíz que antes.

El zorro no sabe qué hacer, realmente no esperaba que aprobaran su relación, ya hasta tenía un plan de cómo llevarse a su prometida de ahí dramáticamente para jamás volver, ¿ahora qué le tocaba hacer, además de aguantar como esas crías de conejo lo trataban como un juguete?

La menor rodeó se levantó de su asiento, rodeó la mesa, corrió hacia sus padres y los abrazó con fuerza, agradeciéndoles por todo, dejando salir algunas lágrimas de dicha e ilusión, siendo correspondida por los mayores.

Aquel depredador de orbes esmeraldas se vió enternecido ante la escena, bajando la guardia, siendo vilmente tirado contra el suelo por más de treinta crías de conejo, abrumado, gritando por auxilio, sin poder quitárselos de encima, con aquellos niños opacando sus gritos entre risas y preguntas mientras apresaban todo su cuerpo, inmovilizandolo mientras los padres y su hija tenían un momento de sinceridad y afecto familiar.

Al menos habían tenido el visto bueno para seguir adelante con la relación y próximamente, y eso era todo lo que importaba en este momento.

Wild Hope ft. Nicudy Donde viven las historias. Descúbrelo ahora