29 ❝ 𝐂𝐡𝐚𝐦𝐩𝐚𝐠𝐧𝐞 ❞

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Los atardeceres en aquella gran y amplia oficina con paredes de cristal blindado siempre eran espectaculares, más aún si aquel espectro de luz rebotaba sobre las paredes de madera y suelos pulcramente pulidos.    

Aquel zorro vestido por un traje azabache de dos piezas, con camisa blanca y corbata rojiza se encontraba sentado en aquella gran silla de cuero giratoria, apreciando el panorama de la ciudad, su ciudad.   

Escuchó un par pisadas aproximarse a su gran oficina, frunciendo el entrecejo, ¿quién podría ser a esta hora?
Las puertas se abrieron, presentando a una elegante conejita que vestía con un vestido ajustado de cobalto oscuro con falda hasta las rodillas, sin mangas, escontado, viéndose tan espléndida como de costumbre.

— Señora Wilde —rió, viéndola de soslayo, girandose levemente en el asiento— ¿Qué le he dicho de entrar sin pedir permiso?

— Lo siento, Señor Wilde —respondió con sorna, cerrando la puerta detrás de sí, sin soltar lo que traía en manos—, pero bien sabe que como Primera Dama puedo darme ciertos privilegios.

— Me gustaría pensar que no se excede en ese privilegios —ríe, girandose por completo en la silla para verla fijamente, juntando sus manos sobre aquel escritorio de madera, con un par de carpetas organizadas a los costados en conjunto de uno que otro papel suelto debajo de uno o dos bolígrafos—. Realmente no esperaba verte aquí.

— Lo sé —rió—, pero la función del nuevo teatro en TundraTown terminó antes y decidí venir a verte —musita, acercándose hacia el escritorio—. Podría decirse que me dieron un regalo que podría gustarte.

— ¿Una corbata? —bromea, alzando una ceja, risueño.

— No —sentencia, dejando la gran botella de cristal sobre el escritorio, revelando su presentación transparente con un líquido dorado y burbujeante dentro, con lazos de blanco con bordes de amarillo escarchado—, champaña, tú favorito.

El zorro respiró profundamente, reconociendo la botella, la marca, el diseño... era idéntica a la que usaron y consumieron el día de su boda.
Sin duda estaba sorprendido, más aún después de que se encontraba fuertemente en contra del azar, aunque claro, bien que sus creencias se veían desmentidas por la simple existencia de su esposa y ahora esto. Quizás venía siendo hora de empezar a creer, solo un poco.

— Las copas están en el gabinete a la derecha —informa, carraspeando, mientras se desajustaba la corbata, emocionado de volver a probar aquel fino licor.

La coneja de pelaje grisáceo rió suavemente, alejándose del escritorio hacia los compartimientos a la derecha, abriendo y cerrando puerta tras puerta, buscando de forma atenta, sin encontrar más que carpetas, archivos, pequeños tesoros y reliquias de los primeros gobernantes, entre otras cosas. Mientras tanto su esposo se encontraba tamborileando sus dedos sobre el escritorio, hipnotizado de como las burbujas salían desde el fondo de la botella, subiendo hasta perderse entre las demás.

— ¿Quién hará el brindis? —inquiere la conejita, volviendo a su par con un par de copas altas con detalles de relieve de enredaderas entre flores de Liz.

— Prefiero que lo hagas tú —responde, quitándose rápidamente el saxo azabache, dejándolo en la silla, tomando la botella, quitando los adornos que cubrían el corcho para así irla abriendo de a poco—, siempre sabes qué decir a fin de cuentas.

— Vale —musita, dejando las copas sobre el escritorio—, pero no te salvarás la próxima vez —agrega, sonriéndole de forma ladina.

El zorro le sonríe, quitando el seguro del corcho para así irlo forzando hasta finalmente destapar la botella, dejando escuchar satisfactorio “¡Pop!” saliendo disparado al igual que la botella, permitiendo así que la gelidez que estaba dentro escapase como una suave neblina desbordante.

Sirvió el alcohol en las dos copas, llenandolas hasta la mitad, soltando la botella aún llena en el escritorio, tomando ambas copas para así pasarle una a su adorada esposa.

— Por ti Nick —empezó, alzando con cierto orgullo la copa en su mano, viendo a su esposo tal y como en la primera noche de casados—, por haber sido re-elegido como Alcalde de Zootopia, por tus éxitos, por tu salud y para que en los próximos años puedan elegirte como Presidente.

— Gracias, dulzura —susurró, viéndola con amor y pasión pura, sintiéndose afortunado por tener a una fémina así a su lado, apoyándolo y siendo muchas veces el cerebro de la operación en áreas donde él no sabía o no llegaba a comprender.

— Un placer —susurró de igual forma, sin dejar de verlo como aquel compañero que el destino le había obsequiado en su momento más oscuro, agradecida de haber vivido tanto a su lado, contenta de que éste no la abandonase por más difícil que se pusieran las cosas.

Los dos chocaron suavemente sus copas, provocando un suave tintineo en estas, procediendo a beber el contenido de las mismas, sintiendo aquel burbujeo ligeramente frío y a la vez ardiente en sus paladeras, saboreandolos con recato para después dejarlo pasar por sus gargantas, acostumbrandos al cosquilleo del mismo.

El sabor y quizás el mismo ambiente en el que estaban, silencioso pero a la vez carente de vacío les recordó a aquella que fue su boda, la champaña había desencadenado una línea de recuerdos nostálgicos en los que se veían jóvenes, vivaces, audaces, sonriendo en armonía ante todo lo que los rodeaba, la recordó a aquel gran templo en el que se unieron, en las fiestas que tuvieron después, en los bailes, en las risas, en todos los besos y caricias que se habían dado hasta terminar en su dulce luna de miel, misma que, aunque fuera imposible de creer, no había terminado aún para ellos.

El sol se ocultó en el horizonte, dando paso al manto estrellado de aquella noche de luna nueva, con los edificios brillando lejanamente, aportando un ambiente cálido, casi hipnótico, lleno de incertidumbre y misterio, viéndose en efecto como una verdadera Utopía.

Las luces de la oficina se encendieron en simultáneo tras percibir la ausencia de luz solar, iluminando suavemente a la pareja, quien reía e intercambiaba suaves y pícaras miradas, reposados contra el gran escritorio, viendo a la ciudad que había confiado en ellos, el Imperio que trataban de seguir manteniendo a flote, viendo a su gente desde muy lejos en lo alto.

La coneja reposó su cabeza en el hombro de su esposo, quien la besó tiernamente para después dar otro soebo a su licor, sereno, contento.

Ésto era realmente vida pura... o bien, la calma antes de la tormenta.

Wild Hope ft. Nicudy Donde viven las historias. Descúbrelo ahora