10 ❝ 𝐃𝐫𝐮𝐧𝐤 𝐂𝐨𝐧𝐟𝐞𝐬𝐬𝐢𝐨𝐧 ❞

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Las fiestas no eran ni serían jamás el fuerte de aquella conejita de pueblo, a fin de cuentas el tipo de fiestas que ella disfrutaba eran más tranquilas y con menos música electrónica y menos luz láser.   

Transferirse a aquella ciudad ya de por sí había sido difícil y hasta cierto punto un poco triste para ella... Aunque claro, debía agradecer que no había estado sola.

Entre la oscuridad del club y las luces de neón de diversos colores rebotando de lado a lado, entre cientos de mamíferos que saltaban y bailaban con ánimo y éxtasis, moviéndose al ritmo de los más grandes éxitos musicales de la actualidad, inmersos en sus propios mundos, en sus propias emociones, sin importarles los demás.

Aquella joven conejita vestida por una vestido rojizo con detalles escarchados y mallas azabaches se encontraba sentada en la barra de neón, bebiendo una copa ee martini, observando como los demás vivían su momento, contenta de estar alejada de ese caos, aunque con una duda que le robaba la paz...
¿Dónde se encontraba su mejor amigo?

De la nada escuchó algo estrellarse a su par, sobresaltandola, haciendo que sus orejas se alzaran de golpe que hizo que toda la barra temblase. Se giró a su par, obteniendo la respuesta a su duda.
Se trataba de aquel zorro de pelaje anaranjado, orbes esmeraldas y traje azabache notablemente arrugado y hasta aflojado, con una camisa azabache en conjunto de una corbata y pantalones blancos, viéndose notablemente mal, con el pelaje erizado y con la corbata aflojada hasta el pecho.

— ¡Hey, Judy-Dudy! —exclamó, viéndola con una embobada sonrisa, sorprendiéndola— ¿Por qué estás tan sola? —agrega, aferrándose a la barra para irse acercando, alzando una ceja.

— O-oh, Hola Nick —respondió, sonriendole de forma ladina—. ¿Dónde estabas? Te estuve buscando por media hora —queja, extendiendo sus manos.

— Estaba con Flash y Finnick —explica, entrecerrando sus ojos, tratando de calcular y medir bien donde está la silla, sonriendo de forma triunfal tras aferrarse a una—, no es nada importante... —agrega, arrastrando las palabras, subiéndose sobre la silla para quedar a la par de la conejita, quien lo observa con sorpresa.

— ¿Cuánto has bebido? —preguntó, frunciendo el entrecejo, dejando su martini sobre la mesa, dejando el tono de fiesta y armonía para saber la verdad— ¿Si sabes que mañana tenemos que volver al trabajo?

— Si, si, si —replica, haciendo un ademán, sin soltar su sonrisa, encorvandose hacia ella—, ¿Podrías ser una buena niña y no hablarme de trabajo, por hoy? —suplica, juntando sus manos a forma de plegaria, tambaleándose de lado a lado, tratando de fijarse solo en ella.

— Dime el número de cuantos- —exije, cruzándose de brazos.

— Sesenta y nueve —suelta, afirmando con la cabeza, sonriendo cada vez más.

— ¡No! —exclamó, tomándolo de los brazos— Escúchame: El número de cuantos te tomaste —repite, tratando de obtener su atención por completo, preocupada.

— Ah... —bajó sus orejas, alzando su mirada, parpadeando, como si realmente estuviera haciendo un esfuerzo para recordar lo que pasó hace treinta minutos—, digamos que... uh... ¿Nueve...?

— ¿¿Nueve copas?? —chilla, abriendo sus ojos de par en par, alarmada.

— Botellas —finaliza, sonriendo con orgullo mientras afirmaba con la cabeza.

La más joven lo suelta de golpe, chillando histérica, sin llamar la atención entre todo el ruido que producían los demás entre la música.
El zorro la observa, posando su cabeza contra la barra, moviendo su cola de par en par, viéndose risueño, indefenso, como un estúpido.

— ¡Es todo! —bociferó la de vestido rojizo, bajándose de la silla, jalando al zorro junto a ella— ¡Nos vamos de aquí!

— Pero Juuudyyy —quejó, siguiéndole torpemente el paso, sin oponer resistencia a su andar, tratando de mover un pie frente al otro sin caer—, aún hay tiempo, ¿A dónde vamos? Juuudyyy...

Aquella joven oficial no podía creer en lo bajo que había caído su mejor amigo, viéndolo como algo inverosímil, sin saber que hacer realmente.
¿Cómo pudo saber que el alcohol le caería tan mal? De haberlo sabido ni siquiera habría venido, pero claro, si ella no venía con él cualquiera podría haberse aprovechado de él, robándole la billetera o secuestrarlo. Suspiró pesadamente, quizás era mejor que todo sucediera de esta forma.

Observó el zorro que avanzaba torpemente a sus espaldas, dándose cuenta que de cierta forma se lo debía. Él fue la única persona que creyó en ella cuando llegó a la ciudad, fue el único que la apoyó, fue el único que buscó mantenerla a salvo... le debía demasiado y de cierta forma se podía pagar de esta forma.

La dupla salió finalmente de aquel establecimiento, topandose con las brillantes luces de los faroles de la calle, mismas que hicieron que el vulpino chillara de forma aguda antes de caer de rodillas, tapandose los ojos mientras se retorcía.
La menor siseo, apretando los puños, había olvidado que la visión de los zorros era demasiado sensible y que quizás los efectos de alcohol no hacían más que empeorar aquella sensibilidad.

— Ven, Nick —habló, tomándolos de los brazos para así arrastrarlo hacia su auto, preocupada de verlo tan rabioso ante la luz que percibía de forma tan intensa.

Finalmente el par se subió al auto, aunque claro, por esta vez sería la joven coneja la que conduciría hacia el hogar del zorro, acomodando a este en el asiento del copiloto, colocándole el cinturón de seguridad por si las dudas.

— Muy bien, ahora... —murmuró, metiendo sus dedos dentro de los bolsillos del pantalón del mayor— ¿Donde está...? —quejó, rebuscando bolsillo por bolsillo por las llaves.

— ¡E-espera! —titubeaba el vulpino, retorciéndose en su lugar entre risas— ¡Me haces cosquillas, basta! —chilló, chocandose contra la puerta del auto, sin dejar de reír y chillar, agitando su cola de lado a lado en el asiento.

— ¡Las encontré! —exclamó, sacando en un triunfal tintineo las llaves de uno de los bolsillos, sonriendo de oreja a oreja, apresurandose para encender los motores del vehículo cuanto antes.

El zorro a su par se quedó riendo contra la puerta, replicando por instantes los sonidos agudos y levemente salvajes que hacían sus ancestros, con las orejas agachadas, buscando serenarse.

La coneja enfocó su vista en el camino, conduciendo con toda la prudencia que podía debido a la hora, esperando que no hubiera algún loco que se saltara las señales de alto.

— ¿Sabes, Judy-Dudy? —musitó el de pelaje anaranjado, con la vista enfocada en la nada que había detrás de la ventana— Me encanta que seas tan responsable...

— ¿De verdad? —sisea, viéndolo de reojo.

— Sí... Quizás sea por eso que me gustas tanto —suelta, acomodándose en el asiento, sonriendo de forma atolondrada, sintiendo los ojos completamente pesados—, en verdad me encantas, Judy... Me gustas...

La fémina de pelaje grisáceo alzó sus orejas de golpe, pisando el freno, deteniendo el vehículo en medio de la vía, sin aliento alguno, aferrándose al volante. ¿Acaso había escuchado bien?

— ¿Nick? —llamó, girandose a verlo, temblando— ¿Qué, qué fue lo que dijiste?

No hubo respuesta, el vulpino se había sumido en un sueño profundo, uno del que no despertaría fácilmente.

La joven de orbes amatistas suspiró, sin poder resistir dar una suave y tímida sonrisa. Reanudó la marcha del vehículo, en silencio, con cientas de cosas surcando su mente, apresando su corazón, dándole claridad.

— Yo... también te amo, Nicky —musitó en un suave suspiro, viéndolo de soslayo, sonrojandose al verlo tan adorable y calmado, como nunca antes.

A la final, la noche no estuvo tan mal.

Wild Hope ft. Nicudy Donde viven las historias. Descúbrelo ahora