18 ❝ 𝐇𝐮𝐠 ❞

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Ésto era demasiado duro.

El clima no estaba siendo favorable. Los cielos se encontraban completamente grises, oscureciendo cada rincón de aquella tierra, mojando todo con su insesante y casi insensible lluvia fría.

Aquel edificio de paredes de cristal azul con detalles de borrosidad hacia el exterior poseía altos techos sostenidos por pilares blancos entre suelos de mármol pálido, yaciendo en puro y santo cielo, mismo que no se inmutaba ante los susurros o sollozos de aquellos que moraban en las diversas habitaciones, lamentando sus pérdidas, sus desdichas, sus suertes, sin saber cómo despedir a aquellos que ya se habían ido, sin entender cómo seguir adelante, sin desear continuar con el mañana.

En una de las habitaciones se encontraba un zorro joven, alto, de pelaje anaranjado, vistiendo un traje negro de dos piezas, con camisa blanca y corbata azabache, sin nada especial, encorvandose hacia el ataúd de aquella que le dió la vida, que lo vió crecer, que lo protegió y acompañó en cada momento de su vida, aquella que lo amó de forma incondicional, aquella que sacrificó tanto por él para no hacerlo parte de los verdaderos problemas... Aquella que hizo tanto, tanto, tanto, tanto que él jamás sería capaz de pagar o regresar aún en mil años.

Lloraba de forma desconsolada, sin importarle si alguien más lo escuchaba, ésta era su miseria, ésta era su pérdida, éste era su infierno y tenía derecho de sufrirlo como más le naciera del alma.

Su madre había muerto y lo peor es que ni siquiera sabía a quién culpar. Bien pudo ser el destino junto al paso del tiempo, bien pudo ser un psicópata o bien pudo ser él mismo tras ignorar aquella última llamada.
Sí, quizás él fue el asesino de su propia madre, quizás fue su indiferencia la que la mató, quizás fue él en su ineptitud, sí, sin duda debió ser él, no había alguien más.

Le quemaba por dentro saber que el día de mañana iba a despertar sin una de sus llamadas o mensajes de voz, el saber que no volvería a abrazarla, que ella no volvería a felicitarlo o a presumirlo con todos los que viera, el saber que no volvería de este viaje, el saber que la había perdido para siempre le daban ganas para acabar consigo mismo.

De sus ojos ahora apagados caían agrias lágrimas de dolor, desdicha y rabia, clavando sus garras a aquel ataúd, bajando sus orejas, chillando y gruñendo entre sus sollozos, sin saber qué hacer.

Ya suficiente había tenido al perder a su padre a los ocho años, ya suficiente había tenido con la vida bandida que había desarrollado en su adolescencia, ya suficiente había tenido con los crímenes que cometió a espaldas de muchos, ya suficiente tenía consigo mismo. ¿Por qué debía perder a su madre? ¿Por qué?

En una esquina de la habitación lo observaba silenciosamente una conejita de pelaje grisáceo, orbes violetas y vestido azabache de manga larga con falda más allá de las rodillas, agachando sus orejas ante la pérdida de su gran amigo, sintiéndose miserable por igual, había tenido la dicha de conocer a la Señora Wilde y francamente no entendía como algo así le pudo pasar a una dama así, de buena salud, de elegante belleza, buenos modales... Era extraño que todo ésto hubiera pasado de la nada en una sola tarde.

Respiró profundamente, obligándose a reprimir las lágrimas que osaban con escapar de sus orbes, sintiéndose horrible.

De forma silenciosa se fue acercando hacia el más alto, rodeándolo lentamente desde atrás, pegándose a él hasta abrazarlo completamente, cerrando los ojos, haciéndole saber que estaba ahí con él y que también sufría su pérdida.
Fue entonces cuando permitió dejar salir un par de lágrimas en silencio, sin pretender ser fuerte, quebrandose también.

Aquel zorro continuaba llorando, repitiendo la palabra de “Mamá” y “Mami” repetidas veces, sintiendo como la respiración empezsba a verse difícil por los nudos en su garganta y frecuentes sollozos.

Aquel vulpino daría lo que fuera solo para volver a ver a aquella a la que tanto amó y quiso proteger...
En este momento deseaba abandonar todo solo para volver a su niñez, correr hacia su madre, treparse en sus brazos y quedarse ahí por la eternidad, gozando una vez más de su divina y pura imagen, gozando una vez más de su calidez, gozando una vez de su suave voz, así fuera por un poco más.

Se desplomó en el suelo, asustando a la coneja detrás suyo mientras se pegaba al frío mármol, sintiéndose como alguien débil, sintiéndose culpable de aquello que no podía controlar, sintiéndose espantoso por no haber vivido de mejor forma el pasado.

La menor juntó sus manos sobre su pecho, arrodillándose a su par, sonando su espalda, sintiéndolo temblar, escuchándolo sollozar, sin saber qué hacer más que silencio, dándole su tiempo para afrontar esto, con paciencia.

Nuevamente lo rodeó entre sus brazos, acomodándolo frente a ella, levantándose para abarcar de mejor forma su cuerpo y así abrazarlo más cómodamente.
El mayor siguió sollozando, correspondiendo con debilidad al abrazo, sin saber qué más hacer más que pensar en que quizás, solo quizás, ya estaría muerto de no ser la presencia de su adorada, su conejita.

No iba a superar esto pronto, le tomaría tiempo asimilarlo, pero al menos contaba con el apoyo de su mejor amiga, su confidente, su novia... y eso ya era más de lo que merecía tener.

Wild Hope ft. Nicudy Donde viven las historias. Descúbrelo ahora