5 ❝ 𝐂𝐨𝐟𝐟𝐞𝐞 𝐒𝐡𝐨𝐩 ❞

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— ¿Alguna vez habías probado un café tan delicioso? —inquirió la oficial de policía de forma sonriente, mientras sorbía el contenido de aquel vaso sellado, agitando su algodonada colita de lado a lado.   

— Sin duda debe serlo, no habré pagado cuarenta dólares por nada —queja aquel oficial con lentes de sol azabaches, sorbiendo el contenido de su vaso, ligeramente molesto.    

— En verdad agradezco que los hayas pagado —se apresuró a decir la menor, viéndolo con algo de pena mientras se rascaba la nuca.

— Descuida, Zanahorias —musitó, relamiendose los restos de café de sus labios—. Debíamos darnos un gusto en algún momento, aunque jamás pensé que sería tan caro —gruñe lo último, ganándose un par de carcajadas por parte de la menor.

La dupla de oficiales se encontraba en la nueva cafetería de la ciudad. Un establecimiento de paredes y techo alto, con sillas adaptadas para mamíferos de todos los tamaños, con un servicio que se acomodaba acorde al tamaño del cliente, con un menú variado completamente natural, entre suelos y paredes de madera bien pulida, con diversos aromas agradables entre suave música, con calefacción que bien podría ajustarse para dar calidez o frescura dependiendo de cómo fuera el clima en el exterior.
Sin duda un lugar que había que visitar sí o sí... a menos que estuvieras en contra de pagar veinte dólares por cada café.

La joven coneja de nariz sonrosada degustaba aquel peculiar sabor en su paladar, enamorada de este mismo, viéndolo como el mejor café que había probado en toda su vida... Por otra parte el vulpino bebía más por compromiso, si bien el café estaba bien para él no era en lo más mínimo lo que le gustaba, aunque claro, agradecía que a su amada conejita sí fuera algo extremadamente delicioso.

— Oye, creo que hace unos días querías contarme sobre la chica que te gusta  —habló la más baja, girandose hacia su compañero, viéndolo con cierto interés—. ¿Te acuerdas?

El de pelaje anaranjado se ahogó ligeramente con su bebida tras escuchar aquello. La vió a los ojos, sintiendo como sus mejillas empezaban a arder con fuerza hasta sus orejas. Tragó el café, suspirando un poco.

— Sí, sí me acuerdo —sonrió con nervios, inclinando ligeramente sus orejas—. ¿Realmente tú...?

— ¡Sí! —chilló, sonriendo de oreja a oreja, dando un pequeño salto— ¡Claro que aún quiero saber!

— Pues... —tomó una bocanada profunda de aire, realmente no sabía si este podría ser un buen lugar para sincerarse, pero algo era algo. Carraspeó un poco— Bien podríamos decir que es un poco bajita, tiene los ojos de morado, es... lista, atlética, perseverante y es excelente en actuación.

— Huh —gruñó, inclinando sus orejas a un lado—, realmente no me suena conocer a alguien así. ¿Dónde la conociste? —agregó, sorbiendo parte del resto de su café.

— Digamos que... —rascó su nuca— La conocí cuando todavía vendía Popsipatitas, aunque... no nos llevamos bien al inicio.

— Seguramente es una chica encantadora —musitó, sonriéndole con suavidad y cierta tristeza.

— Lo es, realmente —afirma, suspirando de forma suave.

— ¿Y su nombre? —alza una ceja— ¿Cómo se llama?

El momento había llegado, no más misterio, no más secretos, no más preámbulos, era ahora o nunca para decir quién era realmente, hoy finalmente se confesaría, sí, era momento.
Respiró profundamente, estando listo.

— Se llama J-...

A todos los Oficiales, tenemos un fugitivo rumbo a Plaza Sáhara —informó una voz por medio de sus radios, rompiendo el momento, tensando a los dos compañeros—, necesitamos refuerzos, cambio.

La coneja alzó de golpe sus orejas, dejó su vaso sobre una de las mesas cercanas y sacó su intercomunicador, cambiando su semblante a uno de seriedad y determinación, a su semblante de trabajo.
El zorro solo suspiró, sin saber si agradecer o maldecir por aquella interrupción, terminando su café para así tirarlo a la papelera más cercana, frotándo sus manos contra el espacio entre sus dos ojos.

— Patrulla T-240, vamos en camino —respondió la de menor estatura hacia la radio para después romper a correr fuera del local, abriendo la puerta de golpe, avanzando hacia la patrulla que compartían.

El zorro se le quedó viendo, hasta reparar en el vaso de café que la menor había dejado. Miró rápidamente a los lados y tomó el mismo vaso, empezando a correr detrás de su mejor amiga mientras bebía su contenido, extrañado de que este café supiera mejor que el que ordenó él, internamente felíz de juntar sus labios en el mismo lugar en donde su amada conejita los había posado antes.

Había que entenderla, el trabajo siempre iba primero, y de cierta forma sentía admiración y rabia por ello.

La dupla subió al gran vehículo, poniéndose los cinturones, encendiendo los motores y pisando el acelerador a fondo para llegar cuanto antes, siendo los primeros en unirse a la persecución.
En efecto, un día más normal en aquella inmensa ciudad.

Wild Hope ft. Nicudy Donde viven las historias. Descúbrelo ahora