C a p í t u l o : 1 3

3.9K 204 2
                                    


Tres días después estoy sentada el sofá, bebiendo café y entregándome a dos horas de clases virtuales de fotografía. Comparto las últimas tomas que he podido hacer y al final de la clase, una notificación entra en mi buzón.

Es mi profesora.

Luego de unos minutos, estoy con ella en una línea vía zoom.

—Olivia, este trabajo que he recibido es una prueba contundente de que tienes talento para el mundo de la fotografía y la edición de fondos. Vas por buen camino. Y es por eso que ahora quiero presionarte un poco más.

—¿De qué estamos hablando? –pregunto sin ningún miedo.

—Ya sabes, los paisajes se te dan muy bien. ¿Qué tal las personas? ¿Has fotografiado alguna persona ya?

—Uhm, si. –titubeo. —De hecho, hago muchas fotos en el parque. Abuelos alimentando pájaros, padres y sus hijos patinando...

—No, no. –interrumpe. —Hablo de algo más profundo. De una sesión en concreto con alguna persona. Deberías animarte a más. Quiero que consigas hacer una sesión de fotos, que captes la verdadera belleza o lo que para ti se acerque a la perfección. ¿Puedo conseguir una respuesta el próximo lunes?

En cuatro días. Mierda.

—Claro.

Termino la comunicación y suelto un grito cargado de frustración.

¿Cómo carajos se supone que voy a conseguir ese tipo de fotos en cuatro días? ¿Acaso el mundo está fuera de balance? Porque es lo que parece.

Esto va a ser muy difícil.

¿Qué tal si consigo un modelo en internet? Eso podría ser fácil. Mi cámara nikon podrá con todo lo demás.

Me meto a cada sitio que encuentro dentro de Google y salgo espantada de casi todos ellos. ¿Cómo puede alguien cobrar mil dólares? Entiendo que todo el mundo tiene necesidades económicas, pero yo también las tengo y no puedo permitirme pagar esa cantidad de pasta solo por unas cuantas fotografías que no irán a mi portafolio.

—¿No puedes pedírselo a Jeremy? Tiene buen porte. –pregunta Andy al día siguiente, mientras permanezco recostada en su sofá descargando mi desesperación.

—Ya se lo he pedido, pero ha salido de la ciudad para ver a su hermano. Necesito encontrar a alguien.

La miro y ella niega con la cabeza.

—Ya se lo he pedido, pero sabes cómo es. Ron es muy vergonzoso.

Dejo que mi cabeza caiga nuevamente sobre el brazo del sofá.

—¿Qué tal…?

—Definitivamente es un no. –interrumpo cuando me doy cuenta por dónde va la cosa.

Ella enciende la licuadora con aquellas frutas para generar un batido energético luego de nuestra clase de yoga en Central Park. Nada ha servido para aclararme las ideas.

—Si no consigo algo voy a ser chica muerta.

—Estoy segura de que de toparás con alguien en la calle que casualmente sea un modelo al que le guste trabajar gratis.

—No espero eso, pero mi paga sería limitada. No puedo permitirme algo tan costoso.

Me entrega un vaso cargado hasta el borde con aquel batido. Le doy un profundo sorbo y el sabor llena mi sentido del gusto.

—Está rico. –digo.

Luego de miles de intentos de buscar soluciones, me frustro el triple y regreso a mi departamento. Me doy una ducha y vuelvo a la sala para abrir el ordenador.

Sería muy poco profesional comprar fotografías en sitios privados. Es inmoral y no podría vivir conmigo misma sabiendo que hice trampa en mi propio curso.

Levanto la mirada. Su piso está vacío. Me doy cuenta de que llevo mucho tiempo sin mirar por la ventana, es todo un logro luego de casi volverme adicta a mirar a aquel hombre.

Para mi sorpresa, ni siquiera he enviado otro mensaje agradeciéndole por lo que hizo la noche en la que enfermé. Tampoco él ha enviado uno. Y agradezco terriblemente eso, porque caería en la tentación de responder.

Decido no volver a mi antigua rutina de espiar. Me preparo un café y me voy a la cama. Mientras aquella idea vuelve a mi cabeza una y otra vez.

••••

Despierto. Es sábado. Estoy a tan solo dos días de un bochornoso recuerdo del futuro. Ni siquiera tengo ideas ya. Estoy cien porciento convencida de que no puedo hacer otra cosa que enviar un correo informando que no podré cumplir con lo que se me demanda.

Desayuno en silencio mirando un punto fijo.

Podría tomar fotos mías…

Si. Eso podría ser perfecto.

Corro hacia mi habitación para buscar mi cámara y ropa que ponerme. Lo que termina siendo un conjunto de encaje en color azul pálido. Me monto un pequeño set de fotografía en la sala y coloco la cámara en modo automático. Una vez que me paro en la cruz que he marcado con cinta sobre la madera vinílica, aprieto el control del sistema y el flash comienza a dispararse solo.

Corto las fotos para que no se note que soy yo, y finalmente… es un desastre. Se nota a la perfección aquel tatuaje que llevo en la cadera, se nota a leguas que soy yo. No quiero que se sepa de mi identidad.

Miro hacia la ventana y vacío el aire de mis pulmones.

He intentado apartar esa posibilidad cada vez que se cruza por mi mente. Pero sé que es la mejor opción ya que está terriblemente bueno y que es ideal para este tipo de trabajo. ¿Pero, qué costo deberé pagar por esto? Prometí no acosarlo más y llevaba una cuenta de cuatro días.

Suelto un último suspiro y miro mi celular durante segundos eternos antes de tomarlo y buscar en la papelera su número.

Llamo.

—Hola, Olivia. ¿A qué debo tu llamado?

Joder, no debías responder.

—Necesito pedirte un favor.

Desconocido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora